“Y cuando me pregunta en base a qué he desarrollado mi sentimiento anti yanqui, le contesto que si cualquier sistema imperialista me es odioso, el neocolonialismo norteamericano disfrazado de ayuda al tercer mundo, Alianza para el Progreso, decenio para el desarrollo y otras boinas verdes de esa calaña me es todavía más odioso porque miente en cada etapa, finge la democracia que niega cotidianamente a sus ciudadanos negros, gasta millones en una política cultural y artística destinada a fabricar una imagen paternal y generosa en la imaginación de las masas desposeídas e ingenuas.”(Entrevista de “Life”
JULIO CORTÁZAR. “Papeles inesperados”
Título: “Doce hombres en pugna” (12 Angry Men)
Dirección: Sidney Lumet
Producción: Henry Fonda, Reginald Rose
Guión: Reginald Rose
Música: Kenyon Hopkins
Fotografía: Boris Kaufman
Montaje: Carl Lerner
Reparto:
Henry Fonda
Martin Balsam
John Fiedler
Lee J. Cobb
E. G. Marshall
Jack Klugman
Edward Binns
Jack Warden
Joseph Sweeney
Ed Begley
George Voskovec
Robert Webber
Filmografía de Sidney Lumet:
ü Doce hombres en pugna (12 Angry Men) (1957)
ü Stage Struck (1958)
ü Esa clase de mujer (That Kind of Woman) (1959)
ü Piel de serpiente (The Fugitive Kind) (1959)
ü Una mirada desde el puente (Vu du pont) (1961)
ü Larga jornada hacia la noche (Long Day’s Journey Into Night) (1962)
ü El prestamista (The Pawnbroker) (1964)
ü Punto límite (Fail-Safe) (1964)
ü La colina (The Hill) (1965)
ü El grupo (The Group) (1966)
ü Llamada para el muerto (The Deadly Affair) (1966)
ü Bye Bye Braverman (1968)
ü La gaviota (The Sea Gull) (1968)
ü Cita, Una (The Appointment) (1969)
ü Last of the Mobile Hot Shots (1968)
ü King: A Filmed Record... Montgomery to Memphis (1970) (documental)
ü Supergolpe en Manhattan (The Anderson Tapes) (1971)
ü Perversión en las aulas (Child's Play) (1972)
ü La ofensa (The Offence) (1973)
ü Serpico (Serpico) (1973)
ü Lovin' Molly (1974)
ü Asesinato en el Orient Express (Murder on the Orient Express) (1974)
ü Tarde de perros (Dog Day Afternoon) (1975)
ü Network, un mundo implacable (Network) (1976)
ü Equus (Equus) (1977)
ü El mago (The Wiz) (1978)
ü Dime lo que quieres (Just Tell Me What You Want) (1980)
ü El príncipe de la ciudad (Prince of the City) (1981)
ü La trampa de la muerte (Deathtrap) (1982)
ü Veredicto final (The Verdict) (1982)
ü Daniel (Daniel) (1983)
ü Buscando a Greta (Garbo Talks) (1984)
ü Power (Power) (1986)
ü A la mañana siguiente (The Morning After) (1986)
ü Un lugar en ninguna parte (Running on Empty) (1988)
ü Negocios de familia (Family Business) (1989)
ü Distrito 34: corrupción total (Q & A) (1990)
ü Una extraña entre nosotros (A Stranger Among Us) (1992)
ü El abogado del diablo (Guilty as Sin) (1993)
ü La noche cae sobre Manhattan (Night Falls on Manhattan) (1997)
ü En estado crítico (Critical Care) (1997)
ü Gloria (Gloria) (1999)
ü Declaradme culpable (Find Me Guilty) (2006)
ü Antes que el diablo sepa que has muerto (Before the Devil Knows You're Dead) (2007)
Sidney Lumet murió hace algunos días, exactamente el 9 de abril a los 86 años. Había nacido en Filadelfia, el 25 de junio de 1924.Fue uno de los más grandes artesanos que nos dio el cine de Hollywood. Junto con “El Ciudadano” de Orson Welles y “Rashamon” de Akira Kurosawa, “Doce hombre en pugna” y “El veredicto”, dos films de su rica producción, indagan sobre la fragmentación de la conciencia, la ruptura de los más finos lazos con la realidad y como consecuencia, la manipulación, por parte de los factores del poder, de los instrumentos, de aquellos instrumentos que el hombre deposita y confía en su vida, que debieran ser inamovibles e incuestionables, pero que de pronto desaparecen misteriosamente, dejando una cadena perversa de hechos dispersos y aparentemente aislados. Tal lo que sucede con la justicia y aquellos que deben protegerla.
Ya, en Doce hombres, no la fragmentación de la realidad, sino la visión que de ella tiene el hombre, en forma deliberada, produce no sólo un acto de injusticia, también la indiferencia y la violencia emergen como protagonistas en el acto más sublime donde el hombre debe poner todo su ser, dictar justicia.
El cine norteamericano ha sido pródigo en obras relacionadas con este acto, o sea, juzgar al hombre según su propias normas y derecho. Desde la mano propia, como en el western, hasta los boinas verdes (como en Vietnam) y las brigadas del ejército norteamericano en Irán e Irak o Afganistán, todas han sido manifestaciones de una de las cuestiones más debatidas y asumidas mesiánicamente por el estadounidense. El dilema moral sobre si es justo o no, que los EE.UU asuman tal designio, quizá no sea muy importante para muchos de ellos, el destino manifiesto así lo ha declarado a través de la historia, y cada político o miembro del stablishmet cultural o social ha venido remarcando casi hasta el cansancio. Este es un aspecto.
Desde las trece colonias, la conquista del lejano oeste, la expansión territorial sobre los pueblos aborígenes, o las luchas intestinas Norte-Sur, todas han sido manifestaciones de tal designio, mejor dicho lo han construido, lo han alimentado y lo han ido enriqueciendo. También perfiló, y es lo más importante, una concepción del mundo, una forma de percibir el mundo, y una lógica asentada en el “desmembramiento de la realidad”, o el mundo exterior, una lógica del imperio. Uno de los ejemplos más claros, en el cine, ha sido y es el manejo de los géneros. Si bien cada uno de ellos parece o simula tomar un aspecto de ese mundo, en realidad todos apuntan a lo mismo, reforzar esa percepción hegemónica que los convirtió en dominadores absolutos de una de las mayores causas expansionistas de la historia de la humanidad.
El cine de autor, que generó obras estéticamente perfectas, algunas de ellas, elaboradas por autores como Visconti, Bergman, Fellini, Renais, Bresson, Tarkovski, etc., algunos de sus máximos exponentes, fue un cine individualista, de profunda indagación en la conciencia del hombre, tomado éste casi como un objeto estético y moral inmerso en una sórdida sociedad deshumanizada donde entabla una solitaria lucha; pero sucumbió frente a la arrolladora e incontrolable marcha de la industria hollywoodense. Este cine pergeñado en países de la Europa decadente entre las dos grandes guerras y la irrupción del gran país americano, fundado en las concepciones filosóficas y estéticas de los primeros años del s. XX y los cambios sociales y económicos de postguerra, o por decirlo de otra manera, los comienzos de la “guerra fría”, se dirigió a contrarrestar el avance norteamericano y encontrarle sentido al hombre europeo confundido y aturdido todavía por los estruendos de las bombas, sin rumbo entre las concepciones nazis. la despiadada crítica nietzscheana al orden conservador, y los nuevos aires relacionados con la praxis socio-política de los movimientos marxistas y liberadores de Europa, y el Tercer Mundo. El cine francés, italiano, alemán, ruso, polaco, checo, húngaro, etc., reflejó este estado de cosas, estas ideas y estos pensamientos, kafkianos, joysceanos u proustianos, donde la conciencia de los personajes recorrían el mundo a su imagen y semejanza.
Lumet, con sus hombres en pugna, en realidad hombres con sus conciencias en pugna y un inextricable ambiente, no es ajeno a este dialéctico devenir. Cada miembro del jurado es un aspecto de esa realidad. La dinámica de los razonamientos y la praxis que subyace en cada hecho cuestionable, nos muestra, en forma diminuta o en pequeña escala, el recorrido lógico-conceptual de cada miembro hacia lo que supuestamente va a ser la verdad. ¿En dónde radica el atractivo del film, o el gancho? No precisamente en la exposición o refutación teórica de la falacia de aquellos que encarnan el engaño o la endeblez de sus argumentos, sino en la demostración práctica dentro de un pequeño recinto donde los términos espacio-temporales se trastocan, se deforman y adquieren una categoría que trasciende el hecho mismo del homicidio. En “El veredicto” el abogaducho se debate entre la pericia en la manipulación de los hechos y la mentira al servicio del poder, entre el ocultamiento de datos y elementos irrefutables, y la lógica de una sucesión de hechos que están indudablemente alejados del propio protagonista. Son acontecimientos que transitan su propia lógica. El delito y la justicia se encuentran sobre el final, mientras tanto, los hombres soportan un inasible o descontrolado estado de confusas condiciones objetivas.
En “Rashomon” y “En el bosque”, los dos cuentos de Ryunosuke Akutagawa, que dieron origen a la extraordinaria película de Kurosawa, los hombres que relatan, desde su punto de vista, los sucesos, adquieren entidad propia, en tanto sus historias transmiten coherencia y verosimilitud. La pregunta es sobre cuál es la historia verdadera, y si tiene razón de ser el tratar de descubrirla. En última instancia quizá lo que importe se refiere a lo conceptual, ya sea moral o socialmente sostenible.
En los doce hombres lo moral cruza en forma permanente cada hecho refutado. Lo social tiñe cada actitud de cada testigo, lo condiciona, lo categoriza y lo ubica en su justo lugar. En eso radica la fuerza narrativa del film. Mientras que cada miembro del jurado encarna un prejuicio, una actitud moral, un resorte de la decadente sociedad norteamericana, mientras que Henry Fonda lo trata de hacer resaltar o marcar a lo largo del film.
Sobre los géneros, qué mejor y elocuente expresión que los géneros cinematográficos del fraccionamiento y del pragmatismo semántico-conceptual pergeñado por Hollywood. Si indagamos sobre las razones estético-filosóficas de esta concepción desmembradora, es claro su funcionalidad hacia los poderes expansionistas y hegemónicos del imperio. Una percepción integradora del hombre inmerso en su entorno hubiera, desde lo ideológico, puesto al descubierto sus intenciones devastadoras, incoherentes con los fines de preservar el dominio mundial de los recursos primordiales para su subsistencia, en cualquier lugar del mundo. Presentar múltiples frentes, enunciar infinitos slogans y discursos en fueros internacionales y cónclaves mundiales, ya sea sobre el medio ambiente como el comercio o la política internacional, todos, en apariencia, coherentes con las políticas del estado en defensa de las libertades y la paz mundial, es lo mismo que hacer comedias musicales, comedias románticas, bélicas sobre el honor y la valentía individual sobre el extranjero iraní o colombiano, o policiales donde se pone sobre el tapete la moral y la ética profesional del policía en Florida o en Nueva York. Todas responderán, sin duda, sobre la concepción del mundo que el norteamericano medio debe asumir como garantía de cualquier política interior o exterior de demócratas o republicanos. Al fin y al cabo es lo mismo, la misión del gran país norteamericano deberá ser preservado a toda costa, caiga quien caiga, y cueste lo que cueste.
Contar desde múltiples versiones y formatos la misma historia, llegar hasta el último rincón del mundo con los trillados y repetidos personajes bélicos, policiales, románticos o del eterno western; utilizar siempre la misma estructura narrativa convencional como soporte para los mismos contenidos elaborados por un ejército de guionistas hasta el hartazgo, sin que el espectador emita un mero juicio o crítica, más bien elogios y satisfacción de que le brinden historias inamovibles, incuestionables y nada pretensiosas, es el mayor mérito de la industria cinematográfica norteamericana. Siempre lo dije y lo han dicho, competir contra esa maquinaria tan bien aceitada, uno de los principales sustentos del poder hegemónico mundial, es una propuesta entre ingenua y alocada. Quizá esa competencia pase por otro lado, en otra oportunidad deberíamos tratarlo.
Nada tiene esto que ver con la llamada “cultura de masas”, definida como aquella, entre democratizadora y masificadora, denostada y elogiada, que logró incorporar a amplios sectores que sin la formación, o la pretensión acaparadora de las élites propietarias de la cultura elevada, pudieron tener su propio espacio en el amplio espectro de los productos culturales, sean estos exigentes o no. Si el llamado séptimo arte es cultura de masas, si el cine realizado bajo las normas industriales de Hollywood está dentro de esa casi insultante denominación pergeñada por Ortega y Gasset , junto a los otros mass-media (televisión, radio y el folletín), lo que implica masificación y consumismo, por lo tanto bajo nivel artístico y creativo, es un tema de profundas raíces sociales y antropológicas difíciles de clarificar en estas pocas líneas. Sólo diremos que la Nouvelle Vaugue, Bergman, muchos realizadores italianos, rusos, polacos, checos, debieron de hacer un cine totalmente fuera de esta categorización, ya que el “cine de autor” respondía a todo lo contrario a lo que se sentía como a gusto de las masas y las clases populares. En cambio, salvo contadas excepciones, la cinematografía norteamericana, fundó su concepción en el sólo afán de llegar al mayor público posible, es decir, fue consumista.
Los artesanos hollywoodenses se situaron en el medio, transitaron la búsqueda que les imponía la industria, pero dotaron a sus films de cierta inteligencia creativa con guiones muy bien realizados, con aportes estéticos realmente notables. Doce hombres es una muestra de ello. Por eso no es de extrañar que detrás de las notables actuaciones de actores y actrices muchos surgidos del star system, haya una puesta en escena y una visión del mundo que muchas veces se le escapa al espectador medio, más si es norteamericano con pochoclos y alguna bebida cola en la mano. Hasta qué punto a directores como Lumet le interesaba este tipo de espectador, creo que sus obras, sus otras obras lo demuestran con mayor evidencia: “Sérpico”, “El prestamista”, “La colina de la deshonra”, son producciones de una riqueza conceptual del mejor cine universal, y nos muestran al hombre como un ser integrado, no paradigmático, con una riqueza más bien propia de la víctima del mundo que muestra.
Presentar un mundo inasible por su fragmentariedad, por lo tanto peligroso por violento e incomprensible, donde sólo los fuertes, preparados para el triunfo y dotados de condiciones físicas más allá de lo normal, es, quizá la mejor alternativa para el sostenimiento de un poder hegemónico incuestionable. Las teorías benignas e ingenuas sostienen que esta capacidad expansionista contribuye a la diversidad cultural ya que gracias a este medio audiovisual, de gran poder, logramos una inmejorable valoración de las distintas culturas y una increíble herramienta en el conocimiento del mundo y sus manifestaciones de toda índole. Nosotros decimos otra cosa, del cine que se ve en el mundo, salvo algún que otro país como la India, o la misma Francia, el 85% es de origen norteamericano. Si Lumet, con Doce hombres, es parte de este fenómeno sin duda contribuye a la diversidad cultural. Sólo que la “cultura de masas” o sea el cine entendido como mass-media, democratizador y masificador, según Ortega y Gasset, pierde frente a la calidad artística de la obra y la creatividad del autor, provenga de donde provenga.
Los géneros cinematográficos representan cabalmente la mirada fragmentada, quebrada y deshumanizada del cine norteamericano. Por supuesto, tal fenómeno produjo también, como dijimos más arriba, obras maestras, excelentes obras tanto desde el punto de vista conceptual como formal. Más, gracias a esas obras hemos podido penetrar en la cultura del norteamericano medio, hemos podido discernir los conflictos sociales en los que está sumido esa sociedad compleja y contradictoria, y hemos podido desentrañar los fundamentos políticos y económicos que terminaron por generar semejante imperio. Pero, a la vez, nos encandiló hasta enceguecernos. El “star system”, la concepción imperial del héroe, la gestación de una concepción del conflicto muy estructurada, sus paradigmas narrativos esquemáticos e inamovibles, la filosofía del hombre medio norteamericano llena de estúpidas actitudes egocéntricas y vacías, e innumerables aspectos más, terminaron por formar a nivel mundial, un espectador sumiso y acrítico dispuesto a digerir todos esos contenidos pasivamente.
La dispersión de los contenidos en géneros, por lo tanto las distintas visiones del hombre en roles claramente clasificados (western, policial, romántico, musical, bélico, etc.), determinó también una percepción artístico-cultural, social y ético-moral, bien clara, donde todos los frentes quedaban cubiertos en cualquier ámbito y sociedad que las obras se proyectaran. A la vez que perfilaba con trazos gruesos bien visibles la hegemonía del poder, y estoy seguro que en ese aspecto nunca hubo dudas.
Héctor Correa
Punta Alta, julio de 2011
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