martes, 14 de abril de 2009

El curioso caso de Benjamin Button. Un relato fantástico sobre la finitud del hombre y la juventud eterna




Título: El curioso caso de Benjamin Button
Ficha técnica
Dirección: David Fincher
Producción: Paramount Pictures y Warner Bros.
Guión: Eric Roth
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Claudio Miranda
Reparto : Brad Pitt, Cate Blanchett


Ganadora de 3 Oscar, a la dirección artística, al mejor maquillaje y a los mejores efectos visuales, El Curioso Caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button) es más un trabajo de adaptación, un ejercicio formal, y un desafío cinematográfico -frente a una de las preocupaciones más antiguas del hombre, su imagen y su belleza-, que una obra con entidad propia, conceptualmente hablando. Por algo, esos tres premios se refieren, sin duda, al hombre como retrato, figura, icono, como apariencia y como levedad. Y no sólo eso, el eje es quizá la imposibilidad de volver a vivir una vida, la imposibilidad de replantear una vida, y la imposibilidad de recrear una vida que fue, que ya transcurrió y que indefectiblemente tiene un fin con la muerte.

La historia, el cuento, en realidad, es muy interesante, y es lo que más convoca nuestra atención. No hay duda que es realmente curiosa. Su autor, Francis Scott Key Fitzgerald (1896-1940) la escribió en 1921, antes de publicar su obra maestra “El gran Gatsby”, preocupado por un contexto social banal, vergonzoso y artificioso, que lo incitó a tratarlo contando una historia al revés, es decir donde el protagonista nace viejo y muere como si naciera, esfumándose, disolviéndose, desapareciendo en la nada. Las últimas frases del cuento son realmente de una calidad literaria extraordinaria:



“ …Le gustaba mucho tomar del perchero un gran bastón y andar de acá para allá golpeando sillas y mesas, y diciendo: «Pelea, pelea, pelea». Si había visita, las señoras mayores chasqueaban la lengua a su paso, lo que le llamaba la atención, y las jóvenes intentaban besarlo, a lo que él se sometía con un ligero fastidio. Y, cuando el largo día acababa, a las cinco en punto, Nana lo llevaba arriba y le daba a cucharadas harina de avena y unas papillas estupendas.
No había malos recuerdos en su sueño infantil: no le quedaban recuerdos de sus magníficos días universitarios ni de los años espléndidos en que rompía el corazón de tantas chicas. Sólo existían las blancas, seguras paredes de su cuna, y Nana y un hombre que venía a verlo de vez en cuando, y una inmensa esfera anaranjada, que Nana le señalaba un segundo antes del crepúsculo y la hora de dormir, a la que Nana llamaba el sol. Cuando el sol desaparecía, los ojos de Benjamin se cerraban, soñolientos… Y no había sueños, ningún sueño venía a perturbarlo.
El pasado: la salvaje carga al frente de sus hombres contra la colina de San Juan; los primeros años de su matrimonio, cuando se quedaba trabajando hasta muy tarde en los anocheceres veraniegos de la ciudad presurosa, trabajando por la joven Hildegarde, a la que quería; y, antes, aquellos días en que se sentaba a fumar con su abuelo hasta bien entrada la noche en la vieja y lóbrega casa de los Button, en Monroe Street… Todo se había desvanecido como un sueño inconsistente, pura imaginación, como si nunca hubiera existido.
No se acordaba de nada. No recordaba con claridad si la leche de su última comida estaba templada o fría; ni el paso de los días… Sólo existían su cuna y la presencia familiar de Nana. Y, aparte de eso, no se acordaba de nada. Cuando tenía hambre lloraba, eso era todo. Durante las tardes y las noches respiraba, y lo envolvían suaves murmullos y susurros que apenas oía, y olores casi indistinguibles, y luz y oscuridad.
Luego fue todo oscuridad, y su blanca cuna y los rostros confusos que se movían por encima de él, y el tibio y dulce aroma de la leche, acabaron de desvanecerse. Fin”


Por supuesto, no podemos hablar mucho, aquí y ahora, sobre la teoría del cuento, menos sobre su historia. Ya lo trataron los grandes autores, lo hicieron y lo estudiaron en todos sus aspectos. Investigaron su origen, su desarrollo, sus formas, su evolución y sus peculiares características. Y, por supuesto, sus conexiones con el cine, resaltando su estructura, sus cuestiones formales, y su influencia sobre los contenidos, las historias y los temas que abordó. Pero, también, sus dificultades, problemas y aristas a la hora de su adaptación al lenguaje cinematográfico. Este es el asunto cuando abordamos este cuento de F. Scott Fitzgerald y su traslado a la imagen del cine.

Se me ocurre que David Fincher, su director, o su guionista (también de “Forrest Gump”) Eric Roth quedaron impresionados ante semejante relato teniendo en cuenta el año en que había sido escrito. El desafío era magnífico, nada menos que contar la vida de un individuo, sea quien fuere, de atrás para adelante, no un cuento desde el final para ser un poco más claro, sino sobre alguien que vive su vida al revés, o sea que nace viejo y muere siendo un recién nacido . Y habrán pensado, también se me ocurre, acerca de la implicancias existenciales y filosóficas que tal empeño les traería. El mito del eterno retorno, y el de la fuente de la juventud eterna, impregna toda la historia. Lo fantástico tiñe el relato desde su comienzo, y el fatalismo tratado como una fina ironía nos brinda la claridad de una concepción profundamente existencial sobre el paso del hombre sobre la tierra, llena de vana apariencia y deseos de eterna juventud. Si en el cuento era evidente esta idea acerca de la “levedad del ser”, en la película la angustia que transpira se cierne sobre sus protagonistas ante la imposibilidad de no poder detener lo impostergable y lo indefectible, sensación que se acrecienta o se potencia con sólo pensar en lo inevitable del rejuvenecimiento hasta su mínima expresión o hasta su estado más tierno y verde como vida –que ya es muerte-. Vida que se transforma en tránsito, en disolución, al fin de cuentas. El film es una adaptación libre del cuento, hay muchos aspectos tratados de manera diferente, como ser que Benjamin nace viejo, con un cuerpo normal y una larga barba blanca, mientras que el Benjamin de Fincher nace como un bebé, arrugado, feo, y deforme por su senectud. Pero si bien esto es anecdótico, lo importante es ver en el cuento cómo un hombre anciano de 70 años va rejuveneciendo y adoptando las formas corporales del paso de los años hacia atrás, en tanto que en el film el recién nacido-anciano (80 años), que lo vemos como casi un monstruo, va creciendo como un bebé normal, pero rejuveneciendo, y embelleciéndose como un personaje legendario, maravilloso, mágico o de cuento de hadas. Y esto es importante ya que el realizador apuntó, sin duda, hacia la concepción mítica moderna, producto de los medios audiovisuales, entre ellos el mismo cine, sobre la juventud eterna y la belleza corporal, cuando en realidad Scott Fitzgerald ironizó sobre la situación vergonzosa o vergonzante de la deformidad en la sociedad de la década del veinte, imposible de tolerar en ciertos estamentos de niveles socio-económicos en franco apogeo.

De todas maneras, y analizado el film, las secuencias se van sucediendo y el film se va desarrollando tanto como la historia cronológicamente va incursionando en los distintos aspectos temáticos o históricos con la natural sucesión de las épocas construidas con cierto detallismo y verosimilitud. La imagen del reloj que gira en sentido contrario, y que, aparentemente, desencadena la serie de sucesos que dan sentido a la película, es muy elocuente y gráfica, tanto por su uso frecuente y repetitivo en la historia de la narrativa (cine o literatura) para situarnos temporalmente, como por su aporte contradictorio e incoherente con la sucesión natural de los hechos que narra. Desde el punto de vista del relato todo evoluciona, los personajes y las distintas ambientaciones según los años o los sucesos se van produciendo. Diríamos que es construido el film sobre una estructura convencional con aquellos aportes tan particulares, en cuanto a ciertos aspectos formales propios del realizador, sin embargo, el protagonista involuciona biológicamente, es decir, se va acercando al estado de reposo absoluto, constituyendo toda una paradoja, ya que si bien logra la tan ansiada transformación del deterioro natural de la vejez hacia el mejor estado biológico del hombre, se va acercando en forma indefectible hacia el final de su vida, para desaparecer en brazos del ser que más quiso en su vida. Una historia trágica sin duda, donde la intervención del pensamiento mágico, feérico, lo mitológico, los deseos inconscientes, y la intervención del fatalismo biológico (Brad Pitt), confluyen para quitar sin pausa el hedonismo, la ligereza y la irresponsabilidad del júbilo sin sentido de lo banal (Cate Blanchett), tal como el autor del cuento intentó referirnos.

Héctor Correa
Punta Alta, abril de 2009

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