TITULO ORIGINAL: “The Reader”
AÑO: 2008
DURACIÓN: 123 min.
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Stephen Daldry
GUIÓN: David Hare
NOVELA: Bernhard Schlink
MÚSICA: Nico Muhly
FOTOGRAFÍA: Chris Menges, Roger Deakins
REPARTO: Kate Winslet, David Kross, Ralph Fiennes, Bruno Ganz, Lena Olin, Alexandra Maria Lara, Linda Bassett, Susanne Lothar, Matthias Habich, Ludwig Blochberger, Volker Bruch, Hannah Herzsprung
PRODUCTORA: Coproducción USA-Alemania; The Weinstein Company / Mirage Enterprises / Neunte Babelsberg Film.
Otros films del realizador: Las Horas (2002); Billy Elliot (2000), etc.
2009: Oscar: Mejor actriz (Kate Winslet). 2009: Globos de Oro: Mejor actriz secundaria (Kate Winslet)
Este film se inscribe en esa categoría de obras donde la conciencia y el tiempo son los verdaderos protagonistas. Es difícil describir estados de conciencia con imágenes. Muchos directores, en el cine, han utilizado la voz en off para “mostrar” la conciencia de sus personajes. Proust, Joyce, Faulkner, en literatura, escribieron dejando fluir, a través de su escritura, los estados de conciencia, transformando la narración, la historia, en un río introspectivo –por utilizar alguna figura-, de sensaciones, emociones, estados de ánimo, pensamientos, en fin, un mundo interior sin interrupciones donde tiempo y espacio se funden y se alternan sin respetar la cronología de los hechos, ni la precisión en la ubicación espacial, dándonos la impresión de que personaje y conciencia son un sólo ente; narrador y conciencia conforman un sólo y único creador. Por supuesto, esta técnica, desde el punto de vista formal, ha presentado numerosas variantes y estilos. En cine, Bresson ha dado obras maestras –que hemos mencionado en otra nota-, y Alain Resnais (“Hace un año en Mariembad”, “Hiroshima mon amour”, etc.) se constituyó, luego, en el autor de cine por excelencia de esa forma expresiva tan particular como polémica.
Hablamos de la conciencia individual, del fluir de la interioridad de hombres y mujeres, personajes de la obra, y de una forma de narrar donde el objeto y el sujeto se funden para conformar la historia, llena de símbolos, detalles, metáforas, alegorías, imágenes, escenarios, donde se desarrollan conductas extrañas, pletóricas de significación y aparente incoherencia. Silencios que dicen mucho, y diálogos que dicen lo que no quieren decir. En fin, un universo en donde el objeto, el mundo exterior, se pierde en un enjambre de rica y compleja interioridad como no puede ser de otra manera en la conciencia de cualquier hombre. Esto han querido transmitir estos autores, y han producido, como resultado, extraordinarios productos creativos y de expresión estética proyectándose a través de la historia del arte en todos sus géneros y modalidades.
Incluso la memoria, generalmente elemento provocativo y generador de esa voz interior, ha cumplido y cumple un rol preponderante a la vez que define, insinúa, explica, perfila, y personaliza las intenciones del autor cuando desarrolla su historia, ya sea con palabras o imágenes. El film, así considerado,no es ni más ni menos que un viaje a la memoria del pueblo alemán, no tanto de personajes imaginarios que en última instancia son eso en la ficción, productos de la creatividad de un autor, más bien deben ser analizados, asumidos y comprendidos como paradigmas, vehículos, reflejos y arquetipos de una conciencia colectiva sumida en múltiples interrogantes sobre su pasado e incluso su futuro.
Pero otra es la historia cuando se trata de la memoria y la “conciencia” de los pueblos, si es que poseen tales atributos. Cuando se trata de afrontar hechos, acontecimientos o períodos históricos donde la responsabilidad o el compromiso de la sociedad se enfrenta con la moral colectiva, opuesta a la individual, en algún momento, pensamos, el hombre debe hacerse cargo de sus errores o de sus conductas, más cuando atañe a los destinos como hombre primero, como nación después y por último como sociedad. El sujeto, como hacedor responsable, como parte de lo colectivo ético y moral, en algún momento vuelve sobre sus pasos y juzga, pero no sólo eso, también condena y se cobra sobre sí mismo los errores históricos.
Esta es la cuestión en “El lector”. No sólo describe la iniciación de Michael, ese momento entre ingenuo e inocente, que marca a veces y determina un futuro. También, es un camino hacia atrás, hacia la expiación y la toma de conciencia de un error. Y se interroga sobre la responsabilidad y la culpa. Hasta qué punto somos concientes de esas conductas, hasta qué punto somos responsables de aquello que en algún momento decidimos que es justo, para transformarse luego en horrendo y desequilibrado.
Hanna Schmitz, presunta responsable de conducir a la muerte a niños y mujeres, durante el período nazi en Alemania, inicia sexualmente a un adolescente de 16 años, Michael Bergos. Esto sucede en 1958. Desaparece. Y luego se reencuentran fortuitamente en uno de los juicios por los crímenes del nazismo, 9 años más tarde. Michael es un joven estudiante de abogacía, Hanna es condenada y sentenciada a cumplir una cadena perpetua. Pero tres cosas suceden de suma importancia en la vida de esta mujer que termina sus días en la cárcel. Primero, fue un soldado “incondicional” de la causa nazi y parte responsable de la muerte de judíos; segundo, inicia sexualmente a un adolescente, en medio de un contexto curioso ya que se hace leer día a día por Michael textos de la literatura universal, en especial “La odisea”, provocando de esta manera un clima de apacibles lecturas y apasionados encuentros en esos días; y tercero todo esto la lleva a la cárcel y a la muerte ¿Por qué? Sólo una simple y sencilla decisión la condena, no delata ante el tribunal su condición de analfabeta.
Una historia donde se narra el peso, la tremenda carga que constituye el pasado en la vida de una persona, en este caso, una mujer que esconde un secreto muy especial, una existencia singular, y una vida interior de una profunda y extraña confluencia y convergencia con la triste historia de la Alemania nazi. Detrás está no sólo escondido un secreto, sino además el horror y la lucha por la compasión que surge en algunos al conocer su condición de colaboradora del régimen nazi.
En realidad esta película no es sobre el transcurrir, los conflictos, las contradicciones, o la culpa de una conciencia individual. No está hecha como un mero ejercicio introspectivo de una mujer arrepentida tampoco. Ni sobre el descubrimiento de un hombre ya adulto de las miserias o los secretos de una lejana amante. Diría que esta película está construida sobre la conciencia de un pueblo, que de a poco y gracias a algunos va destapando su historia, y en especial la de aquellos que colaboraron, ayudaron o creyeron en el nazismo, desde la claridad del pensamiento hasta la oscuridad de los seres más abyectos que proveyó ese período alemán.
El relato consta de tres partes, el encuentro de Hanna con Michael; el reencuentro en el juicio 9 años más tarde; y la cárcel, con un Michael ya maduro y padre de una hija. El carácter trágico del final se inscribe en esa concepción del desarrollo histórico tan particular del país europeo, y en procurar entender, comprender, cómo se sufrió y cómo se vivió semejante cataclismo humano. Creemos que son formas de plantear la historia, en este caso, el autor de la novela, su propio punto de vista, su propia explicación, y, por qué no, su propia justificación.
Héctor Correa
Punta Alta, abril de 2009
AÑO: 2008
DURACIÓN: 123 min.
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Stephen Daldry
GUIÓN: David Hare
NOVELA: Bernhard Schlink
MÚSICA: Nico Muhly
FOTOGRAFÍA: Chris Menges, Roger Deakins
REPARTO: Kate Winslet, David Kross, Ralph Fiennes, Bruno Ganz, Lena Olin, Alexandra Maria Lara, Linda Bassett, Susanne Lothar, Matthias Habich, Ludwig Blochberger, Volker Bruch, Hannah Herzsprung
PRODUCTORA: Coproducción USA-Alemania; The Weinstein Company / Mirage Enterprises / Neunte Babelsberg Film.
Otros films del realizador: Las Horas (2002); Billy Elliot (2000), etc.
2009: Oscar: Mejor actriz (Kate Winslet). 2009: Globos de Oro: Mejor actriz secundaria (Kate Winslet)
Este film se inscribe en esa categoría de obras donde la conciencia y el tiempo son los verdaderos protagonistas. Es difícil describir estados de conciencia con imágenes. Muchos directores, en el cine, han utilizado la voz en off para “mostrar” la conciencia de sus personajes. Proust, Joyce, Faulkner, en literatura, escribieron dejando fluir, a través de su escritura, los estados de conciencia, transformando la narración, la historia, en un río introspectivo –por utilizar alguna figura-, de sensaciones, emociones, estados de ánimo, pensamientos, en fin, un mundo interior sin interrupciones donde tiempo y espacio se funden y se alternan sin respetar la cronología de los hechos, ni la precisión en la ubicación espacial, dándonos la impresión de que personaje y conciencia son un sólo ente; narrador y conciencia conforman un sólo y único creador. Por supuesto, esta técnica, desde el punto de vista formal, ha presentado numerosas variantes y estilos. En cine, Bresson ha dado obras maestras –que hemos mencionado en otra nota-, y Alain Resnais (“Hace un año en Mariembad”, “Hiroshima mon amour”, etc.) se constituyó, luego, en el autor de cine por excelencia de esa forma expresiva tan particular como polémica.
Hablamos de la conciencia individual, del fluir de la interioridad de hombres y mujeres, personajes de la obra, y de una forma de narrar donde el objeto y el sujeto se funden para conformar la historia, llena de símbolos, detalles, metáforas, alegorías, imágenes, escenarios, donde se desarrollan conductas extrañas, pletóricas de significación y aparente incoherencia. Silencios que dicen mucho, y diálogos que dicen lo que no quieren decir. En fin, un universo en donde el objeto, el mundo exterior, se pierde en un enjambre de rica y compleja interioridad como no puede ser de otra manera en la conciencia de cualquier hombre. Esto han querido transmitir estos autores, y han producido, como resultado, extraordinarios productos creativos y de expresión estética proyectándose a través de la historia del arte en todos sus géneros y modalidades.
Incluso la memoria, generalmente elemento provocativo y generador de esa voz interior, ha cumplido y cumple un rol preponderante a la vez que define, insinúa, explica, perfila, y personaliza las intenciones del autor cuando desarrolla su historia, ya sea con palabras o imágenes. El film, así considerado,no es ni más ni menos que un viaje a la memoria del pueblo alemán, no tanto de personajes imaginarios que en última instancia son eso en la ficción, productos de la creatividad de un autor, más bien deben ser analizados, asumidos y comprendidos como paradigmas, vehículos, reflejos y arquetipos de una conciencia colectiva sumida en múltiples interrogantes sobre su pasado e incluso su futuro.
Pero otra es la historia cuando se trata de la memoria y la “conciencia” de los pueblos, si es que poseen tales atributos. Cuando se trata de afrontar hechos, acontecimientos o períodos históricos donde la responsabilidad o el compromiso de la sociedad se enfrenta con la moral colectiva, opuesta a la individual, en algún momento, pensamos, el hombre debe hacerse cargo de sus errores o de sus conductas, más cuando atañe a los destinos como hombre primero, como nación después y por último como sociedad. El sujeto, como hacedor responsable, como parte de lo colectivo ético y moral, en algún momento vuelve sobre sus pasos y juzga, pero no sólo eso, también condena y se cobra sobre sí mismo los errores históricos.
Esta es la cuestión en “El lector”. No sólo describe la iniciación de Michael, ese momento entre ingenuo e inocente, que marca a veces y determina un futuro. También, es un camino hacia atrás, hacia la expiación y la toma de conciencia de un error. Y se interroga sobre la responsabilidad y la culpa. Hasta qué punto somos concientes de esas conductas, hasta qué punto somos responsables de aquello que en algún momento decidimos que es justo, para transformarse luego en horrendo y desequilibrado.
Hanna Schmitz, presunta responsable de conducir a la muerte a niños y mujeres, durante el período nazi en Alemania, inicia sexualmente a un adolescente de 16 años, Michael Bergos. Esto sucede en 1958. Desaparece. Y luego se reencuentran fortuitamente en uno de los juicios por los crímenes del nazismo, 9 años más tarde. Michael es un joven estudiante de abogacía, Hanna es condenada y sentenciada a cumplir una cadena perpetua. Pero tres cosas suceden de suma importancia en la vida de esta mujer que termina sus días en la cárcel. Primero, fue un soldado “incondicional” de la causa nazi y parte responsable de la muerte de judíos; segundo, inicia sexualmente a un adolescente, en medio de un contexto curioso ya que se hace leer día a día por Michael textos de la literatura universal, en especial “La odisea”, provocando de esta manera un clima de apacibles lecturas y apasionados encuentros en esos días; y tercero todo esto la lleva a la cárcel y a la muerte ¿Por qué? Sólo una simple y sencilla decisión la condena, no delata ante el tribunal su condición de analfabeta.
Una historia donde se narra el peso, la tremenda carga que constituye el pasado en la vida de una persona, en este caso, una mujer que esconde un secreto muy especial, una existencia singular, y una vida interior de una profunda y extraña confluencia y convergencia con la triste historia de la Alemania nazi. Detrás está no sólo escondido un secreto, sino además el horror y la lucha por la compasión que surge en algunos al conocer su condición de colaboradora del régimen nazi.
En realidad esta película no es sobre el transcurrir, los conflictos, las contradicciones, o la culpa de una conciencia individual. No está hecha como un mero ejercicio introspectivo de una mujer arrepentida tampoco. Ni sobre el descubrimiento de un hombre ya adulto de las miserias o los secretos de una lejana amante. Diría que esta película está construida sobre la conciencia de un pueblo, que de a poco y gracias a algunos va destapando su historia, y en especial la de aquellos que colaboraron, ayudaron o creyeron en el nazismo, desde la claridad del pensamiento hasta la oscuridad de los seres más abyectos que proveyó ese período alemán.
El relato consta de tres partes, el encuentro de Hanna con Michael; el reencuentro en el juicio 9 años más tarde; y la cárcel, con un Michael ya maduro y padre de una hija. El carácter trágico del final se inscribe en esa concepción del desarrollo histórico tan particular del país europeo, y en procurar entender, comprender, cómo se sufrió y cómo se vivió semejante cataclismo humano. Creemos que son formas de plantear la historia, en este caso, el autor de la novela, su propio punto de vista, su propia explicación, y, por qué no, su propia justificación.
Héctor Correa
Punta Alta, abril de 2009
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