miércoles, 27 de mayo de 2009

SOLARIS. Солярис. Solyaris. Algunas notas sobre el cine y la ciencia-ficción






Ficha técnica

Título: Solyaris (Solaris)
Director: Andrei Tarkovsky (nació: 04-04-1932) (murió: 28-12-1986) (edad 54 años)
Realizada el 20-03-1972 (hace 37 años)
Duración: 165 minutos (2 horas 45 minutos)
Libro: Fridrikh Gorenshtein y Stanislaw Lem
Música: Eduard Artemyev

Actores y personajes

Natalya Bondarchuk (como Hari)
Donatas Banionis (como Kris Kelvin)
Jüri Järvet (como Dr. Snaut)
Vladislav Dvorzhetsky (como Henri Berton)
Nikolai Grinko (como Kelvin' s Father)
Anatoli Solonitsyn (como Dr. Sartorius)
Sos Sargsyan (como Dr. Gibarian)
Olga Barnet (como Kelvin' s Mother)
Tamara Ogorodnikova (como Aunt Anna)
Georgi Tejkh (como Prof. Messenger)
Yulian Semyonov Chairman at Scientific Conference
Vitalik Kerdimun (como V. Kerdimun)
Tatyana Malykh
Aleksandr Misharin (como A. Misharin)
Bagrat Oganesyan (como B. Oganesyan)
V. Statsinsky
Valentina Sumenova (como V. Sumenova)

Después de haber navegado un poco, en la nota anterior, por la historia de la Rusia zarista de la mano de Aleksandr Sokúrov (“El arca rusa”), un viaje muy particular, casi mágico, por su forma, su desarrollo y sus personajes, imbuido de los misterios propios de los mundos imperiales y poderosos de un país tan especial de la Eurasia, transformado en arca, trataremos de sumergirnos en el tiempo y el espacio mítico-religioso de Andrei Tarkovsky a través de la ciencia-ficción.



Andrei Arsenevich Tarkovsky, quizá haya sido -murió en 1986-, el más lúcido y enigmático realizador en lo que fue la Rusia de la Unión Soviética. Lúcido, por su extraordinaria capacidad poética y genio, para internarse en los más complejos problemas del ser humano utilizando no sólo la palabra sino la imagen cinematográfica, imagen que indagó, estudió y descifró a través de los maestros de la iconografía y la pintura de todos los siglos. Críptico por la utilización inteligente y profunda de todos los recursos de la poética literaria y cinematográfica, desde la luz hasta la más compleja metáfora, para transmitirnos toda una concepción del mundo, cruzada por una visión totalizadora del hombre y sus relaciones con el universo, ya sea por los procesos mundiales de deshumanización, como por aquellos que implican desentrañar los misterios de la religiosidad y el destino del hombre sobre el planeta. Sólo otro gran creador, Ingmar Bergman, pudo realizar un cine de esta naturaleza, así como el japonés Akira Kurosawa (1910-1998) se adentró en las heridas que el hombre realizó y realiza sobre la naturaleza provocando condicionamientos irrecuperables en las relaciones de los hombres a nivel universal. Es decir cómo y cuánto la interdependencia del hombre con su entorno natural determina no sólo conductas sino que compromete el destino de los seres vivos en todos los aspectos. Mientras tanto el norteamericano Kubrick, Stanley, también ya desaparecido (1999), realiza otra obra maestra del cine de ciencia-ficción, “2001: una odisea espacial” (1968), donde conjuga con una maestría perfecta, las señales peligrosas de una ciencia al margen de los intereses reales del hombre con la búsqueda incesante, realizada con esa tremenda tecnología, de una explicación sobre su origen y su incierto final.

Stanislaw Lem escribió este relato ("Solaris") en 1961. Lem fue un escritor polaco, murió en 2006, y dedicó casi toda su obra a la ciencia-ficción. Quizá merezca una nota aparte. Aquí sólo haremos referencia a la obra que originó el film.




Todo esto que decimos, acerca de la ciencia-ficción, es sólo un esbozo sobre este modo o forma narrativa fundada en la utilización de los recursos y avances científicos, y en cómo el autor o realizador crea un universo donde ubica lo peor del ser humano, le dice al espectador su concepción sobre cómo está situado en ese universo, lo que hace para su propia destrucción, o bien si la ciencia y por consiguiente la súper-tecnología, tal como están siendo utilizados, son útiles y beneficiosos para su futuro o el futuro de la humanidad.

La tierra, que el hombre habita, ha sido y sigue siéndolo, materia no sólo de investigación e indagación científica, sino también objeto de las mejores creaciones estéticas a través del tiempo. El futuro, lo que está por venir, más los distintos pensamientos acerca del rumbo de la vida en el tiempo nunca podrá dejar de estar entre las cuestiones más importantes en la mente de los hombres y con más razón en la de los creadores, es decir los que hacen arte. El cine lo ha demostrado desde su nacimiento, por algo siempre será razón de ser de este blog.

Héctor Correa
Punta Alta, mayo de 2009








Arthur C. Clark, que murió en Sri Lanka en 2008, fue junto con Kubrick el autor de “2001: odisea del espacio”. En realidad la idea había sido esbozada en un cuento escrito por Clark llamado “El centinela”. Cabe hacer esta aclaración ya que es donde traza su concepción de la ciencia-ficción como indagación en los misterios del origen del hombre, su lugar en el universo, y su futuro en manos de la ciencia. Lem, y luego Tarkovsky, con “Solaris”, crean un mundo donde el tiempo y el espacio concebidos por esa ciencia se pierden en la oscuridad de la conciencia, la memoria, y los costados insondables del hombre. Plantean así una nueva cosmogonía donde el hombre ya no es el centro, sí en cambio, su interioridad como vehículo para nuevas y extrañas relaciones con otras dimensiones aún inexploradas. Lo elíptico de la imagen de Tarkovsky, la alegoría, la parábola y lo metafórico son instrumentos de una estética dirigida al transmitir una nueva geografía del hombre, situado, parado sobre la incertidumbre y el sufrimiento interior.

La ciencia-ficción, como género literario, ha sido muy prolífica, tiene orígenes remotos, y ha sido utilizada para introducirnos en mundos imaginarios utópicos, o bien crudos y descarnados por las profecías apocalípticas que han pretendido describir. Desde la literatura de anticipación científica, Julio Verne (1828-1905), H. G. Wells (1866-1946), hasta autores de la talla de Isaac Asimov, Ray Bradbury, Olaf Stapledon, Poul Anderson, Anthony Burgess, J.G. Ballard, etc., que han hecho una ciencia-ficción con perfiles duros, humanistas o metafísicos, este género fue utilizado para transmitir problemáticas con claras connotaciones anti-sistema o bien advertencias sobre un destino incierto y tenebroso.

En el cine todo esto ha sido trasladado de alguna manera, pero con rasgos a veces infantiles o dirigidos al público infantil, y en muy pocas ocasiones con intenciones de emitir señales sobre el destino del hombre. Si debemos mencionar obras cinematográficas de nivel creativo ya sea en cuanto a los contenidos como a la realización propiamente dicha, en verdad no hay muchas, y han sido cruzadas por la magnificencia y artificiosidad industrial del cine comercial (pletórico de efectos especiales) dominado por los EEUU. Sin embargo, esa industria posibilitó que Kubrick hiciera “2001”, y en la ex Unión Soviética, Tarkovsky pudiera realizar “Solaris”. Y en otro nivel Ridley Scott con dos films muy buenos: “Blade Runner” y “Alien, el octavo pasajero”, y no creo que mucho más, a pesar de unas cuantas películas dirigidas a adaptar la obra de Philip K. Dick, que sin duda vale la pena mencionar, más por su calidad artesanal que por la indagación estética que este género de cine posibilita y posibilitó.

Por supuesto, analizar la obra del autor de “Solaris”, significa adentrarnos en el pensamiento totalizador de Tarkovsky. En realidad este autor realizó unas pocas obras, [La infancia de Iván (Ivanovo detstvo) (Иваново детство) (1962), Andréi Rubliov (Андрей Рублёв) (1966), Solaris (Solyaris) (Солярис) (1972), El espejo (Zerkalo) (Зеркало) (1975), Stalker (Cталкер) (también conocida como La Zona) (1979), Tempo di viaggio (1983), Nostalgia (Nostalgya) (Ностальгия) (1983), Sacrificio (Offret) (1986)], si lo comparamos con otros mucho más fecundos, pero se convierte así en un significativo ejemplo de que la cantidad de obras de un autor no mide su calidad, ni en cine ni en literatura. La obra de este extraordinario creador se caracteriza por su penetración en los más complejos mundos del hombre contemporáneo y en su inteligencia para describir el incierto camino y sus siniestras consecuencias para la humanidad toda.

“Solaris” no es una película hecha, asentada sobre las categorías o los cánones del relato cinematográfico tradicional, todo lo contrario, va más allá, crea un mundo casi irreal, onírico, pero tremendamente realista por su cruda escenografía y sus duros paisajes donde impera la soledad y la destrucción. La búsqueda de un hombre íntegro, consciente y seguro en sus convicciones, ya sea como individuo o parte de un universo, fue su objetivo y su meta. En cambio encontró, y es lo que transmitió, un hombre fragmentado, inestable, desequilibrado e inseguro acerca de su misión y fin. El uso del tiempo, su concepción del tiempo como poeta; su manejo, complejo y escrupuloso del transcurrir en la conciencia, así como el no-espacio donde se desarrollan los más cruciales acontecimientos de los personajes, marca a “Solaris” como una obra inteligente y rica desde el punto de vista conceptual y formal, abriendo un canal de múltiples interpretaciones pero con el eje humano sustancial que la abarca en su totalidad. Crea un mundo, así, donde ubica y despliega todas sus ideas sobre la naturaleza del hombre, sobre sus creencias y convicciones, y sobre sus miserias y sus peligrosas transgresiones, para lo cual la alegoría y la parábola se convierten en profundas expresiones de una realidad que no podemos eludir.

La cuestión quizá pase por si es necesario mantener o conservar la estética que a la ciencia-ficción le impuso Hollywood. Creemos que ahí está la clave, por un lado si “2001: una odisea espacial” respeta los paradigmas del género, si “Solaris” deja de ser o mantiene los estereotipos, o bien, renuevan ambas dichos códigos, modificándolos en substancia para transformarse en verdaderas creaciones peculiares, originales, innovadoras, pero por sobre todo indagadoras de los vínculos y nudos estéticos y conceptuales que destruyen el concepto como género.

La estética de Spilberg ("E.T." y “Contactos cercanos del tercer tipo”) no hay duda que se destaca y no la podemos de dejar de lado bajo ningún punto de vista. Pero se asienta en al recuperación del cuento fantástico y maravilloso -en lo feérico-, donde vemos cómo lo del más allá, lo desconocido, irrumpe en el mundo cotidiano del hombre, y porta un mensaje de buenaventura, optimismo y esperanza, o más o menos así. Parecerá algo inocente, ingenuo, cándido, hasta infantil, pero encierra dentro, en lo más recóndito, una voz de alerta, una señal de alarma y un claro llamado a la conciencia ambientalista y preservadora de lo más importante para el hombre: su propio mundo y la paz entre los hombres. De lo contrario estaremos perdidos.

sábado, 9 de mayo de 2009

EL ARCA RUSA. Russian ark. Русский ковчег





“ Hemos olvidado o perdido muchas de nuestras tradiciones; hemos modificado nuestros modos de vida, para bien o para mal; y nuestro comportamiento social y las actitudes frente al prójimo han cambiado radicalmente a lo largo de los siglos. Solo las creaciones artísticas más elevadas, en la pintura, la arquitectura, la música y la literatura son las que encarnan la idea de una humanidad mejor, brindándonos un anclaje para el futuro, un puerto seguro frente a la tormenta”


Dirección: Alexander Sokurov.
Países: Rusia y Alemania.
Año: 2002.
Duración: 96 min.
Interpretación: Sergey Dreiden (Marqués), Maria Kuznetsova (Catalina la Grande), Leonid Mozgovoy (Espía), David Giogobiani (Orbeli), Alexander Chaban (Boris Piotrovski), Lev Yeliseyev, Oleg Khmelnitsky, Maxim Serheyev (Pedro el Grande), Natalia Nikulenko (Catalina I), Yuliy Zhurin (Nicolás I), Vladimir Baranov (Nicolás II), Vadim Lobanov (Chamberlan).
Guión: Alexander Sokurov y Anatoly Nikoforov.
Producción: Andrey Deryabin, Karsten Stoter y Jens Meuer.
Música: Sergey Yevtushenko.
Fotografía: Tilman Buettner.
Montaje: Stefan Ciupek, Sergei Ivanov y Betina Kuntzsch.
Dirección artística: Yelena Zhukova y Natalia Kochergina.
Vestuario: Lidiya Kriukova, Tamara Seferyan y Maria Grishanova.

Algunas otras películas (más de treinta) de Sukorov: "Y nada más" (1982), "Voces espirituales" (1995), "Madre e hijo" (1997), “Moloch” (1999), "Retrospectiva de Leningrado" (1957-1990) una recopilación de 13 horas de duración, etc. Además adaptó de la literatura clásicos como Bernard Show, Dostoyevski, Gustave Flaubert, Andrei Tarkowski, Alexander Soljenitsine, María Voinova, etc. Ha dicho sobre su obra: …“las personas tenemos una idea extremadamente simple y breve de lo visible”, por lo que sus films son una búsqueda constante de lo pictórico como valor, y un constante homenaje al resto de las artes, especialmente la literatura, la música y la pintura.

Hoy, se ha constituido en el realizador más importante de Rusia. Ha pasado por innumerables visisitudes de orden político y cultural, pero es incuestionable su calidad cinematográfica y su insaciable afán por la semántica y la gramática del cine. De ese cine , así como el de Tarkovski, donde confluyen la necesidad de dilucidar la realidad con el uso de la herramienta más importante que tuvo en sus manos: la imagen.

Cabe acotar, entonces, la relevancia que tuvo, en la historia del séptimo arte, el cine hecho en Rusia (Unión Soviética). Si tuviésemos que escribir un poco sobre este fenómeno y su evolución y trayectoria, deberíamos dedicar un extenso capítulo a los creadores rusos. Tanto en sus aspectos formales (montaje, encuadre, planificación, etc.) como en el conceptual o sus contenidos, han logrado marcar a fondo este fenómeno constituyéndose en los grandes innovadores e iniciadores de lo que hoy es el arte de narrar en imágenes.

Esta es la razón por la que no podría faltar esta pequeña nota sobre uno de los films más importantes de estos últimos años, continuidad sin duda de la de otros grandes como Andei Tarkovski, Nikita Michalkov, Andréi Zvyagintsev, herederos de Lev Kuleshov, Vsévolod Pudovkin y Dziga Vertov, y el sin duda el más grande Sergei Eisenstein (“El acorazado Potemkin”).

Zar –este es el título que se le daba a los emperadores en Rusia-, desde el punto de vista etimológico, es lo mismo que caesar (César) en latín y que kaiser en alemán. O sea que la palabra encierra no sólo un origen común de extraños y oscuros designios, sino que además contiene la historia de los hombres más poderosos de la tierra, como Pedro I, el Grande, proclamado Zar de Rusia entre 1689 y 1725, nacido en Moscú en 1672. Quizá este hombre haya sido el inicio de una tremenda transformación de la nación rusa, cargándose de un inmenso poder, y occidentalizando un país que miraba como hipnotizada una Europa, vana y decadente, a través de las cortes italiana y francesa.

Este zar es uno de los que se menciona, o mejor dicho menciona Dreiden (el marqués de Coustine) durante su mágica e ilustrada recorrida por el palacio Hermitage, junto a Catalina la Grande, Nicolás, Alejandro, Anastasia, etc. “Construyó una ciudad europea (San Petersburgo) sobre un pantano”, según lo expresa con asombro y un poco de sorna nuestro guía, mientras aparecen y desaparecen distintos personajes vanos y vacuos a su alrededor.

El Hermitage -hoy museo de L’Hermitage de San Petersburgo-, fue uno de los palacios más majestuosos de Rusia, ubicado en San Petersburgo, sede y hogar de los Romanovs, una familia que se caracterizó tanto por su esplendor como por sus ilimitadas ansias de poder.

El Iluminismo, la Ilustración, impregnan todo este tour, anacrónico por la extraña figura del marqués -personaje que aún no sabe qué o quién lo ubicó ahí, en ese lugar y en ese tiempo, o por qué habla ruso-, y atemporal, ya que eterniza y sintetiza en el mismo una época de la Rusia de San Petersburgo que aún hoy se estudia con asombrosa curiosidad.

También podría haber tomado la taiga siberiana (como lo hizo Kurosawa) o la asombrosa literatura de Tolstoi (como lo hizo David Lean), pero Sukurov prefirió este palacio como símbolo contenedor y receptáculo del espíritu ruso, de aquél espíritu que deslumbró por su boato y teatralidad, como por haber derrotado nada menos que a Napoleón.



El ojo del director, en un plano secuencia de una hora y media de duración, muestra mientras dialoga, describe mientras ironiza, relata mientras revela, el modo de vida, las costumbres imperiales, y las miserias de una dinastía que a pesar de su lustre y brillantez, no dejó nunca de ser aristocrática, abandonada y miserable en todos los órdenes de la vida.

¿Por qué es importante situar geográficamente la Rusia Imperial de los Romanovs? y ¿Por qué es importante la mirada del realizador? Antes de hablar sobre ese monumental país, sobre esa región ubicada tan estratégicamente entre Asia y Europa, quizá debamos aclarar que otros directores utilizaron en forma magistral el arte de espiar, de mirar o de poner el ojo sobre la realidad, sobre las cosas, sobre los objetos, los hombres y más allá los paisajes y el entorno para señalar, describir, situarnos o contarnos algún hecho o acontecimiento interesante. No podemos dejar de recordar aquel cuento de Kurosawa (“Los sueños de Akira Kurosawa”), cuando el pintor se sienta frente a la pintura de Van Gogh, la observa detenidamente, y luego penetra en ese paisaje y lo recorre tratando de describir no sólo el escenario y sus colores, sino los hombres, sus actividades y su entorno. O bien a Hitchcock (“La ventana indiscreta”) cuando a través de la mirada del protagonista (un fotógrafo) y su curiosidad -que no es más que espiar al prójimo-, casi compulsiva, se interna en un crimen y en los hábitos y costumbres de los vecinos. Podemos quizá citar muchos otros ejemplos donde lente y ojo (máquina y hombre) se funden con el objeto de mostrar el mundo, un mundo, para decirnos algo acerca de su naturaleza y especificidad. El cine documental, nos brinda información visual, mucha y destacada información por medio de la imagen, pero por sobre todo nos ilustra sobre la verdadera dimensión del hombre frente a su mundo y a la vida, quizá su mayor y único objetivo.

Podemos, por supuesto, tener otra visión de esa realidad distinta a la del autor. Podemos disentir sobre la interpretación que nos da de esas imágenes o de esa realidad, pero la esencia no la podemos discutir cuando pone frente a la cámara lo más significativo y los detalles más sobresalientes para indicarnos su punto de vista. En este film, además, instala un personaje, diría tremendamente ficticio e irreal, que nos guía como espiando, como tratando de señalarnos lo íntimo y oculto de ese bullicioso y trivial imperio zarista. No sólo mira subrepticiamente, también escucha y oye los sonidos que se destacaban o eran habituales entre esos pasillos. Y así, crea, nos dice, que ese mundo se desenvolvía entre esas paredes, monumentales y grandiosas, y no existía nada más allá, sólo eso, la realidad concentrada y resumida en lo arquitectónico y lo ornamental del palacio.

Pero la Rusia que trata de mostrarnos Sokurov es más que eso, mucho más. La situación de ese país, desde una mirada geopolítica, era y en parte sigue siéndolo, la de un país con indiscutidas raíces asiáticas, pero con la mirada puesta en la Europa cómoda y poderosa de finales del siglo XVIII. El siguiente mapa nos va a ayudar a situarnos en su aspecto geográfico:



Mapa imperio ruso

Por supuesto, no vamos a describir esta proyección cartográfica, sólo tiene la misión de ilustrar o más bien describir cómo era el mapa de la Eurasia y la ubicación de la Rusia imperial, no sólo hacer ver qué país manejaban los zares, tanto en relación con Europa como con Asia.




Alexander Sokurov hace su viaje por el esplendoroso palacio y nos deslumbra. Pero no menciona mucho otros aspectos diría tan importantes como semejante arquitectura, esculturas y pinturas del período. Y como no podría existir el cine sin la literatura, en especial la narrativa de los siglos XVIII y XIX, no podemos dejar de mencionar los grandes escritores como Aleksandr Pushkin, Lev Tolstói, Fiódor Dostoyevski, Nikolái Leskov, Iván Turgénev, Mijaíl Saltykov-Shchedrín, Iván Goncharov, Dmitri Mamin-Sibiriak, Vladímir Korolenko, Antón Chéjov, Nikolái Gógol, etc., quienes son incuestionablemente producto de ese país de Pedro I. Una literatura extraordinaria por su originalidad, su estética innovadora y sus profundos pensamientos y contenidos. León Tolstoi (Lev Tolstói), quizá haya sido uno de los narradores que más que describió, encarnó la nacionalidad rusa. Sus grandes obras (Guerra y Paz, Anna Karénina, Resurrección, etc.), épicas por su grandiosidad y amplitud, por su profundidad y penetración en la forma narrativa, elaboración de personajes y compromiso con la realidad, son las más representativas para comprender tanto la historia de la narrativa universal como el desarrollo político-social y cultural de la nación rusa. Lo mismo si tomamos a Fiódor Mijáilovich Dostoyevski (Crimen y castigo, Los hermanos Karamázov, etc.) o los creadores del teatro ruso como Pushkin o Chéjov.

En fin, habría mucho más, pero lo interesante de todo este pequeño recorrido, es entender que con esta obra Sokurov abre o nos abre una puerta de indudable valor cinematográfico, pero a su vez, nos detiene y nos alerta acerca de toda una cultura que tuvo y tiene un alcance universal que pasó por la iconografía, la poesía, la narrativa, el teatro y sin duda el cine.

Héctor Correa
Punta Alta, mayo de 2009