Estilos de crianza. ¿Modelos de país? La Nación. Domingo 10 de abril de 2011. Luciana Vazquez
Somos blandos. Demasiado blandos. Los padres occidentales somos blandos. Al menos así lo cree la profesora en leyes de Yale University, la chino-norteamericana Amy Chua, autora de un libro que viene escandalizando a Estados Unidos desde que salió a principio de año. The Battle Hymn of the Tiger Mother (El himno de batalla de la madre tigre ) sacudió con la fuerza de un tsunami la autoestima de los padres estadounidenses. El libro salió a la venta un mes después de que se publicaran los resultados de las pruebas PISA, el ya famoso examen de lectura, matemática y ciencias llevado adelante por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en el que intervienen sesenta y cinco países y se toma a chicos de 15 años.
Se sabe: la primera economía del mundo, Estados Unidos, caía al puesto 17 en lectura, al 23 en ciencia y al 31 en matemática. ¿Y China? Los chinos no sólo se habían convertido en la segunda economía del planeta, bien pegaditos a EE.UU., sino que arrasaban en educación.
Barack Obama se hizo cargo de la cuestión y habló de un "momento Sputnik": el informe PISA venía a poner en evidencia las impotencias de EE.UU. como lo había hecho la Unión Soviética cuando lanzó el cohete Sputnik en 1957 y se convirtió así en el ganador de la carrera espacial. Después del sacudón, EE.UU. se decidió a invertir millones en educación para recuperar el liderazgo en el espacio y en el conocimiento.
Pero las familias estadounidenses no fueron las únicas que quedaron boquiabiertas ante el triunfalismo de madre tigre de la abogada. Chua puso a los padres en el banquillo de los acusados y planteó un escándalo: que los padres occidentales estamos arruinando a nuestros hijos con tanta contención y tanto canto a la individualidad, la creatividad y la autoestima.
Las pruebas PISA parecían darle otra vez la razón: el ranking de los cuatro mejores países estuvo dominado por tres potencias asiáticas, además de China: Corea del Sur, Singapur, y Hong Kong. Los siguió de cerca Japón en alguna de las pruebas. Sólo un país occidental, Finlandia, llegó al top four de la educación global.
The Washington Post sintetizó el debate: "Why Chinese mothers are superior?", tituló. Un artículo del The New Yorker destacó la "dimensión geopolítica" que había detrás del texto de Chua.
La polémica saltó entonces a su segundo nivel: del hogar a la nación. Si los orientales están alcanzando tanto éxito educativo, ¿cuánto tiene que ver el estilo de crianza que domina entre los padres de esas regiones? ¿Una crianza de corte autoritaria es la respuesta a todo, al futuro de nuestros hijos y al destino de una nación en general? ¿Una paternidad más permisiva es la causa de los fracasos eventuales de nuestros hijos y de los pobres resultados de nuestras naciones?
Nuestra manera de educar
Las preguntas también tienen sentido para la Argentina: en el ranking de PISA, perdemos contra todos, los tigres del Asia pero también contra Occidente, el del primer mundo, como en el caso de Finlandia, y el más cercano. Chile, Uruguay, Colombia y México también nos ganan.
Aún entre algunos argentinos que hoy influyen y construyeron su camino sorteando importantes desafíos educativos, el discurso sobre valores, pertenencia, diversidad de experiencias, idiomas y deportes le gana de lejos al discurso de la meritocracia esforzada y la excelencia académica en estado de pureza. Esa fue la respuesta que escuché cuando los entrevisté para el libro La educación de los que influyen y les pregunté sobre la educación de sus hijos.
Ahí está el caso del megaempresario Eduardo Elsztain, que egresó del Nacional Buenos Aires. O del CEO del Citibank Argentina, Eduardo Brouchou, con maestría en leyes por la Universidad de Harvard e hijo de un graduado del Buenos Aires. También el del doctor en Medicina Conrado Estol, neurólogo de fama mundial, especializado en Harvard e hijo de un ex alumno del Buenos Aires con título de ingeniero aeronáutico por la Universidad de Nueva York.
"Es más importante que sean buenas personas antes que sean los más destacados", me dijo entonces Elsztain refiriéndose a su descendencia.
¿Deberíamos estar pensando en ganar olimpíadas de matemática internacionales en lugar de concentrarnos en los valores y el deporte? ¿Hay algo en nuestro estilo patrio de crianza que nos está perjudicando como nación?
La tesis del libro de Chua no admite grises. La abogada es una especie de madre talibán en materia educativa que reivindica directamente y sin culpa el estilo que llama "Tiger Mother" y sus durísimas rutinas de "parenting" (crianza de los hijos). Del otro lado están los "Western parents", que Chua condena sin pelos en la lengua.
En el diccionario de esta abogada asiático-americana, llamar "basura" a un hijo no es un insulto sino "una técnica de estimulación" que su padre chino, un doctor en física graduado del MIT y estrella mundial en teoría del caos, aplicó con ella cuando era niña y que Chua misma usó con una de sus hijas cuando fue madre.
Para Chua, la infancia no es una etapa de creatividad y libertad sino "un tiempo de entrenamiento, oportunidades e inversión para el futuro" y los problemas de autoestima, y los métodos paternales para reforzarla, son un invento occidental. Para Chua, que la libertad de opción de los hijos conduzca a formar chicos más libres y creativos, tal como sostienen "todos estos padres occidentales", es una gran falacia: "Es obvio que resultará que la "pasión" será estar en Facebook durante diez horas". Una "pérdida de tiempo", dice Chua, que eligió ella misma las pasiones de sus hijas Sophia y Lulu y las obligó a practicar violín y piano.
Los juegos en el patio; los días de juego en casa de amiguitos; los pijama parties -"normas sociales estúpidas... ¿Ustedes creen que nuestros Padres Fundadores tuvieron pijama parties?", desafía Chua a los occidentales de EE.UU.-; las clases de teatro y los deportes están prohibidos en el sistema de Chua. Y también está descartado sacarse una B o una A-. Sólo vale una A (10). Si llega una A-, un 9, habrá que practicar sin descanso hasta alcanzar el 10.
Hay que decir que es encomiable la cantidad de horas diarias que Chua se roba a sí misma para ayudar -y cronometrar- las tareas escolares de sus dos hijas o supervisar las cinco horas de música que las obliga a practicar por día.
Chua no descansa: cree en el rendimiento educativo, impacta sin contemplaciones en la vida familiar con sus concepciones de exigencia y disciplina, y persigue a sus dos hijas para ser las mejores en la escuela o con sus instrumentos con el mismo empeño que un entrenador cae sobre un atleta de alta competición.
"Extreme parenting", lo llamó The New York Times, para oponerlo a una paternidad occidental ejercida en clave de comprensión, refuerzo de la autoestima y libertad de opción para los hijos, pero que, de acuerdo con el ranking de PISA, estaba dando pocos resultados académicos. ¿Tendremos que volvernos más autoritarios entonces?
El modelo autoritario orientado a resultados académicos de Chua plantea interrogantes. El periodista Andrés Oppenheimer los enfrenta cuando muchos de los lectores de su último libro, "¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro", lo desafían con un dilema: los chicos asiáticos son alumnos brillantes... ¿pero son felices?
La duda surge ante las tasas de suicidio que se registran en Corea del Sur, Japón o China, por ejemplo, asociadas a los fracasos académicos. En China, la presión del Gao Kao, el examen para ingresar a la universidad, es causa de suicidio de estudiantes.
Sin embargo, Oppenheimer toma partido a favor del modelo oriental. "Los casos de suicidios son una tragedia y algo que hacer -dice desde Miami-. Pero el porcentaje de chinos que se suicida es muy bajo comparado con el porcentaje de chinos que está saliendo de la pobreza gracias a una educación de mejor calidad."
Según el Banco Mundial, 500 millones de chinos han salido de la pobreza en los últimos diez años gracias al "crecimiento económico", que llegó de la mano del conocimiento y la educación.
También hay que decir que países occidentales, alejados de la crianza autoritaria como Suecia o Francia o la misma Finlandia, registraban en 2004 una tasa de suicidio mayor que la china, aunque por otros motivos, de acuerdo con el trabajo "Bienestar y capital social: ¿el suicidio plantea un enigma?", de John F. Helliwell.
El tema es complejo: no es que los padres orientales son monstruos, insiste Chua. La abogada no está loca. En la dimensión familiar, la paternidad autoritaria tiene algunos beneficios. La revista Time citó evidencia científica de Stanford y otros centros de estudio a favor del aprendizaje por repetición o del escamoteo de halagos a los talentos de los chicos.
Según la psicóloga Maritchu Seitún, autora del libro Criar hijos confiados, motivados y seguros, los padres autoritarios son "claros y firmes" y eso es bueno, aunque no alcanza.
En cuanto a las sociedades, la paternidad autoritaria resultadista produce grandes beneficios, sobre todo en un medioambiente donde reina la meritocracia. Como dice el director del programa de Educación de Cippec, Axel Rivas: "En Corea del Sur, por ejemplo, todos los empleos, las posibilidades de éxito y la posición social están definidos por los resultados educativos."
Pero hay que entender, sostiene Rivas, que el modelo no puede trasladarse sin más a otro contexto. No está claro, por ejemplo, que la sociedad americana acompañe la creencia de Chua en el éxito académico. Los asiáticos-americanos son mejores alumnos en general que los estadounidenses, pero pocos llegan a ocupar roles decisivos en las corporaciones. Y la lista de nombres de los emprendedores americanos que revolucionaron con su creatividad el siglo XXI no incluye todavía los retoños de la crianza autoritaria de corte oriental.
La belleza del término medio
En la vereda de enfrente, la permisividad occidental, y argentina en particular, también enfrenta sus desafíos y no sólo académicos. Es cierto: los índices de suicidio son bajísimos. Pero sabemos: las tasas de alcoholismo y uso de drogas, por ejemplo, son preocupantes. Chua se haría un festín con las estadísticas que jaquean las bondades del estilo de los "Western parents".
Ahí está el caso de la Argentina, por ejemplo, donde tres de cada diez chicos bebe en exceso. O donde el inicio del consumo del alcohol ahora se da a los 13 años y en algunas provincias, entre los 10 y los 12.
El tiempo frente a las pantallas es otro problema. Entre una y dos horas por día, según si los chicos están en primaria o secundaria de doble jornada: el límite lo pone Seitún. Pero la realidad es otra: "Los adolescentes argentinos pasan un promedio de seis horas por día vinculados a los medios electrónicos", según una encuesta de la consultora Knack de 2006.
La vida cotidiana confirma las estadísticas. En la reunión de padres de un liceo bilingüe de Buenos Aires, famoso por su nivel de exigencia, la maestra les pide a los padres que "se organicen" y supervisen más de cerca a sus hijos. "Los chicos están entrando en Facebook a las 2 de la mañana", les dice. Los chicos están en tercer grado.
Me lo cuenta una madre, empresaria ocupada, que reconoce la dificultad de poner límites y exigir. "Es agotador, te lleva tiempo y es un tire y afloje de nunca acabar."
Con iguales argumentos, la tarea escolar es el peor enemigo. Los chicos argentinos que van a escuela pública están entre los que menos horas de clase tienen en el mundo: 774 horas de educación primaria por año en la Argentina contra 1257 de horas al año en Chile. Sin embargo, los padres y los chicos argentinos se resisten a llevar deberes a casa. "No hagas la tarea. Yo le escribo una nota a la maestra", apañan los padres permisivos, para horror de Chua, según dice Seitún.
"Los padres argentinos de hoy son más permisivos -explica- y/o están confundidos en cuanto a qué significa educar y poner límites que fortalecen a los hijos." Para Seitún no hay dudas: "La permisividad es catastrófica".
¿Los padres argentinos son permisivos por cansancio, por falta de tiempo para exigir y cultivar el esfuerzo junto a los hijos o por comodidad? Una combinación de las tres, explica Seitún, y también "el miedo a perder el amor de los hijos".
Vigilar y castigar o acariciar y contener. Crianza oriental exitosa versus crianza occidental en problemas. En realidad, la dicotomía es discutible. "Finlandia es un país occidental, está entre los primeros en PISA y compite de igual a igual con los gigantes de Asia", dice, tajante, la experta en educación Silvina Gvirtz da en el clavo. El último coletazo de la polémica post Tiger Mother va en ese sentido. Un artículo de la revista Time anunciaba hace unos días: "The Anti-Tiger Mother approach" ("El abordaje anti-Tiger Mother). Se refería precisamente a Finlandia.
Ahí no hay exámenes donde hay que ganar cueste lo que cueste. El objetivo social no es ser mejor que el resto sino estar en el promedio, pero, y esto es central, el promedio es muy alto. Eso sí: tienen los mejores maestros del mundo y creen en la meritocracia y la educación.
Para demoler el blanco y negro en el tema crianza, otro caso empezó a tallar en el debate cuando el padre del creador de Facebook, Mark Zuckerberg, habló sobre la crianza de su hijo. Su receta de crianza fue simple: dejarlo jugar libremente con la computadora en casa y darle margen para ejercer sus pasiones. "Western parenting", diría Chua. "El papá de Mark Zuckerberg no fue un Tiger Daddy", resonó en la Web.
Seitún tiene clara la respuesta a estos dilemas. Ni autoritarios ni permisivos, sino un tercer modelo de crianza que integre las fortalezas de esos opuestos: "Del autoritarismo, la firmeza. Del permisivismo, la comprensión".
En ese sentido, el libro de Chua representa un aporte. Les devuelve la pelota a la sociedad y a los padres para interpelarlos sobre los valores en los que creen para criar y educar a sus hijos. Ya no se trata simplemente de responsabilizar a las políticas educativas y los gobiernos que las implementan.
© LA NACION
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