El desastre sísmico, y humano, de Haití (un país ya devastado dos siglos atrás) nos ha obligado a reflexionar acerca de varios temas. Entre otros, en el contexto de la nota publicada arriba, en este blog, sobre “La era del ego”, acerca el rol de los medios y la nuevas tecnologías ante un hecho natural de muerte y dolor, hambre y total desprotección.
Podemos decir, en primera instancia, que la exacerbación del yo, tomado este fenómeno psicológico como una etapa de la construcción de la individualidad, en este caso no tiene nada que ver o se disipa si lo ubicamos frente a la catastrófica desaparición de una comunidad. No tiene nada que ver ni con los medios, ni con las nuevas tecnologías, o sea ni con el cine, la televisión, internet, los blogs, las redes sociales, o algún otro recurso mediático hoy en boga. Todo este cúmulo tecnológico aparece ahora como la otra cara de la moneda postmoderna, y mira impávida e indiferente, como tres millones de seres humanos se retuercen en el sufrimiento, ya que apenas sirven para mandar algún que otro mensajito si pueden llegar a comunicarse. Por lo que se torna, como único y fundamental comportamiento, del hombre desprovisto o desnudo de tecnología, el poner el cuerpo, el ser solidario, la generosidad, el dejar de lado el provecho propio, y apuntar toda la inteligencia humana hacia las formas de ayuda y la mitigación del sufrimiento. Muchos, frente a esta realidad, hoy ya se están preguntando si las potencias, países donde se originaron las nuevas formas virtuales y egocéntricas de relación entre los humanos, especialmente entre los humanos más jóvenes, se encuentran capacitados para volcar esa misma suficiencia en la búsqueda de mecanismos que faciliten y agilicen la ayuda frente a los desastres naturales como el que se vive en Haití. Y no sólo se trata de países, sino también de instituciones o estructuras internacionales, algunas de ellas dedicadas específicamente a este objetivo.
“Para las ciencias sociales, el término clave es ´individuación’. El concepto alude a los procesos que se dieron en los últimos 20 o 30 años, ligados a la ruptura o la crisis de instituciones que antes daban un sentido a la vida social y comunitaria. La familia tradicional, la escuela, el empleo en relación de dependencia, entre otras prácticas e instituciones, tendían a priorizar el sentido de lo colectivo por sobre el sentimiento del propio…”, dice la autora de la nota aludida. “La ruptura o la crisis” son términos a veces muy difusos a la hora de explicar procesos de hambruna e iniquidad, decimos nosotros, asimismo son pocos precisos cuando también buscamos clarificar las derivaciones o consecuencias que tienen sobre la juventud la deformación o la mala praxis que se hace de esos recursos de las ciencias audiovisuales y comunicacionales.
Hay algo claro, desde esta óptica, frente al mega desastre, la destrucción de un territorio y sus habitantes, los más adelantados instrumentos e ingenios electrónicos, la virtualización y las estrambóticas e inimaginables formas de transmisión de datos han colapsado a la hora de llegar en forma inmediata a los damnificados, más si se trata de un país pobre, inmerso en condiciones sociales para las cuales nos faltan palabras para describir. En consecuencia, la ciencia y la cultura deberán replantear los recursos y la semiótica para enfrentar este nuevo desafío, y abandonar el giro vacío y hueco, el eufemismo elusivo y vano, cuando se trata de explicar a través de la ciencia cómo son nuestros jóvenes hoy en relación a cómo eran en el pasado, o bien, qué, cómo y quienes nos llevaron a este estado de cosas. Más cuando una de las potencias más grande del universo, o la más grande y poderosa, ha soportado experiencias catastróficas de cierta magnitud (S-11 y Katrina).
El cine, los medios audiovisuales, tendrán que mirar de otro modo su poética, para considerar que no sólo el “calentamiento global”, tomado tan a la ligera por los principales países del mundo, sino también la catástrofe natural, se constituirán en nuevos tópicos, y tendrán que reinventar sus héroes, sus mitos, sus idílicas cosmogonías, para volver sobre sí mismos, como un acto de profundo reconocimiento de sus debilidades y desproporcionadas posturas para el “show”.
Siempre quisimos transmitir que el cine “como arte total” es un medio de expresión y un reflejo, no sólo de la estética imperante, sino de las dispares concepciones del mundo, “fundamentalistas” o no, de los poderes geopolíticos. Hollywood nos ha proporcionado los héroes apropiados, para el cine bélico moderno (interétnico, religioso o tribal), como para el género llamado “cine catástrofe” sea apocalíptico (malvados alienígenas, o choques de mundos, grandes meteoros, o “androides mutantes en el ciberespacio”, como los llama Dennis Lehane -autor de la novela “Río místico” filmada por Eastwood-) como natural (tornados fenomenales, terremotos destructores de las grandes ciudades norteamericanas, o grandes olas producidas por el calentamiento global, etc.). La construcción del héroe en la historia del cine ha pasado por distintos períodos, todos sujetos a las formas de la industria, por lo tanto de la recaudación, sin duda.
Bien, la fatal destrucción de Haití ha dado por tierra con todos los avances tecnológicos –paradójicamente comunicacionales-, que la potencias industriales han volcado para el consumo masivo, nuestro consumo masivo. Tendrá que venir el día en que dichos avances cumplan un rol primordial para la protección, prevención y perfeccionamiento del hombre. En vano centramos nuestro análisis, o el análisis de la sociología y la psicología, para explicar si estos recursos nuevos exacerban el ego del individuo -considerado un pasivo consumista-, o alimentan el narcisismo de una juventud sin futuro, sino lo enfocamos en un contexto mayor de problemáticas que debemos considerarlas muy riesgosas para el futuro de humanidad, entre ellas, por supuesto, las del ego, consecuencia irremediable de una visión cortita incapaz de comprender y entender la magnitud de los cataclismos sean éstos producto de la inhumanidad, el calentamiento global o el movimiento de las placas tectónicas descontroladas.
Como conclusión podríamos decir que la exacerbación del ego, producto de una cultura asentada en el consumo de bienes y la satisfacción narcisista inducida irresponsablemente, va a apuntar siempre hacia el lado opuesto, o sea, a la indiferencia y la ignorancia, nunca hacia la solidaridad y el conocimiento de los grandes problemas del hombre sobre esta tierra, por lo tanto caminaremos sobre avances tecnológicos sorprendentes, vanos y vacuos, si no resuelven y no contribuyen a prevenir las guerras y los desastres que a veces el mismo hombre provoca.
Héctor Correa
Punta Alta, enero de 2010
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