sábado, 28 de febrero de 2009

SOBRE LA TELEVISIÓN Y EL CINE. ALGUNOS APORTES


El reciente artículo aparecido en el diario La Nación –en el suplemento ADN Cultura-, sobre la TV y Hollywood, firmado por el reconocido crítico y analista de medios Marcelo Stiletano, y reproducido en este blog, con fecha 14/02/09, menciona, con el título de “Razonable Escepticismo” una aparente crisis en el sistema industrial hollywoodense, provocado por el abandono de la “…más genuina tradición hollywoodense…”, por la cada vez más supremacía de “…los efectos visuales, de los films seriales…”, por el pánico “cuando se desplomaron las cifras de venta de DVD”, y la declinación del start-system por la degradación de la súper estrella Nicole Kidman –como ejemplo-, a raíz de una fulminante crítica en Los Angeles Times. Todas razones que nos llevarían a algo así como a un estado de angustia y desesperanza por el destino de la meca del cine, nuestro refugio para poner la mente en blanco y obtener el grado de despreocupación y desinterés que nuestro conflictivo y complejo mundo nos reclama, como me dijo una vez un amigo psicólogo a la hora de tratar de explicar ciertos films demasiados intrincados para él. Por supuesto, termina su artículo, el crítico del diario argentino más culturoso, no todo está perdido. Y cita algunas producciones muy respetables y otras del peor cine de esa extraordinaria meca. Con esto podemos sostener que hay Hollywood para rato todavía. Un solo punto observo que fue dejado de lado en ésta tan desalentadora visión de la situación del cine norteamericano. La cuestión del cine como arte, como expresión artística y como vehículo de las más profundas motivaciones del artista y su cosmovisión, no fue aludida en absoluto, y no creo equivocarme.

Sigo insistiendo, sigo sosteniendo, que el cine es por sobre todo arte. Que EE.UU haya generado un movimiento industrial muy inteligente y poderoso, todo un sistema de héroes, divas, personalidades insólitas o inconfundibles, historias atrapantes y cautivadoras, donde la fantasía reinó por sobre la más cruel y cruda realidad, asentado en una concepción lúdica, de entretenimiento y solaz de las masas o el hombre medio estadounidense, es tan digerible como que en literatura también se acepta el folletín, la historieta o el betseller, como géneros de características propias y peculiares. No por eso vamos a dejar de mencionar todo lo que han logrado, a través de esa concepción, como aporte a la gramática, la técnica y el desarrollo de formas narrativas relacionadas con la acción de contar historias. En este sentido el cine de EE.UU es y ha sido muy valioso y rico en contribuciones, por su pertinaz búsqueda de las mejores formas de cautivar al espectador, por sus guionistas a merced de los mejores objetivos comerciales –considerado éste el único medio para hacer de este arte sustentable y factible-, por haber generado realizadores considerados algunos de ellos como valiosos y muy hábiles artesanos en modular técnica y entretenimiento, y por sobre todo por –a través de extraordinarios productores- ponerse a la órdenes del mayor y más poderoso sistema de expansión político, económico y cultural de todos los tiempos.

En este contexto sostengo que la televisión contribuyó mucho estableciendo pautas, normas y reglas propias que si bien tuvieron siempre en cuenta un lenguaje propio, nunca dejó de lado ni olvidó sus originales vínculos con el cine. La imagen en la pequeña pantalla, o en la súper pantalla de la sala, es y será su sustento y su razón de ser. Lo que sí es cierto, y la historia reciente del séptimo arte lo ha demostrado, ambos medios tienen aspectos técnico-formales por un lado, y semánticos y conceptuales por el otro, que los han diferenciado pero no distanciado. Es cierto, también, que no es lo mismo contar una historia para la televisión que para el cine. Pero, no hay que olvidar que los intereses comerciales o industriales han dirigido a ciertos “creadores” a contar acciones y sucesos en el cine para la televisión, y en la televisión con pretensiones de transformarse luego en películas para la famosa cadena de distribución universal, requisito ineludible e insoslayable para el éxito más taquillero que artístico.

Creo que es algo saludable que el cine y la televisión se entremezclen, dijo una vez un crítico. Tiene razón, sólo que se debe aclarar que es muy difícil, y pocos lo han logrado –Federico Fellini, Krzysztof Kieslowski, Ingmar Bergman, Alfred Hitchcock, Sydney "Paddy" Chayefsky, y algún otro-, que la televisión alcance la calidad conceptual, la hondura semántica, y los refinados recursos narrativos y formales del cine. Entonces deberá apelar a emitir cine en televisión, no le queda otra. Y aquel que quiera utilizar el lenguaje de la televisión para narrar un film estará sometido y constreñido a recursos estrechos y débiles propios de ese medio. La serie televisiva, que nos deleita el cable en sus múltiples géneros y aspectos, o sea a través de una comicidad muchas veces estúpida o con torrentes de sangre chorreando por la pantalla chica, o con pseudo-melodramas de poca o ninguna riqueza además de repetitivos y muy débiles en lo que respecta a guiones e interpretaciones actorales, es un género que no creo que pueda coexistir nunca con lo cinematográfico. Sólo la menciono como ejemplo. Lo que no quita que esas mismas carencias y deformaciones abunden y se reproduzcan sin más ni más en la creación de películas, pero eso es harina de otro costal.

Este es una cuestión que atañe más a los contenidos y las formas narrativas que a los lenguajes en sí de cada uno de ellos. El cine, como se dijo alguna vez tiene su propia gramática, su propia estética, y sus contenidos también propios. La televisión es otro lenguaje, tiene otra forma de presentar una historia, y tiene una estética peculiar que la hace muy vulnerable a la hora de conceptualizar o profundizar la realidad y el hombre; nunca podrá alcanzar el poder y la riqueza que el cine ha alcanzado cuando se enfrenta o tiene que transmitir concepciones, conceptos, ideas o estados complejos del alma y la mente, o sea emociones de hondas raíces o acciones de los hombres que entrañan complejas motivaciones, racionales o no.

También podríamos desentrañar ambos medios, el cine y la televisión, desde la semántica, la gramática en sus múltiples aspectos técnicos y formales, y en cuanto a los recursos o medios para la iluminación, la escenografía, la actuación, o el sonido y las formas de utilización de la música. Podríamos concentrarnos en las formas comerciales, industriales y de distribución que tanto influyen en la economía y las finanzas para la producción de las obras hasta que llegan al espectador como objetos acabados y listos para su consumo. En fin podríamos hablar hasta el infinito cómo los avances y adelantos tecnológicos han perjudicado o han contribuido positivamente en la creación, en el acto creativo, y en la concepción del artista a la hora de la elaboración estética. Esto no tiene fin ni lo tendrá. El hombre es un ser muy rico y complejo en estas labores donde la imaginación es el vehículo por excelencia, y donde sus ser se expande en el producto artístico. No podemos ni banalizarlo ni transformarlo en un acto trivial, deberá tener la entidad de lo más poderoso y más trascendente que puede nacer de la humanidad, del hombre. El cine no es otra cosa.

Héctor Correa Punta Alta, febrero de 2009

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