Del análisis formal de esta película, en
primera instancia, “El Ciudadano Kane” de Orson Welles quizá sea la obra más
influyente en lo que respecta a la estrutura narrativa y a ciertos contenidos
relacionados con la cultura, la política, la moral, la ética o los comportamientos
de los medios frente al fenómeno J. Edgar Hoover. Durante la guerra fría, y aún
permanecen vigentes, muchos países crearon instituciones del estado destinadas
a la vigilancia, el control y la intromisión en la vida privada de sus
ciudadanos. También tuvieron sus fantasmas, sus actitudes paranoicas y sus
agentes preparados mentalmente para llevar a cabo todo tipo de operaciones
sobre los hombres, sean estos políticos o no, y sus pensamientos, ideas o
formas de pensar “sospechosas” para la presunta seguridad de los habitantes y
el poder.
Clint Eastwood disecciona en este film uno de
ellos, quizá el más significativo para EE.UU y el mundo entero. Su manera de narrar
los aspectos más oscuros de su vida y poner el acento en la permanente
interacción vida privada-hombre público, moral-ética y concepciones ideológicas,
traducidas formalmente en un continuo devenir espacio-temporal de imágenes y
escenas de su niñez; su peculiar relación con una madre castradora, y, como
ineludible consecuencia, la incidencia de todo en la formación de la mayor y
más poderosa organización policial y represora de toda la historia de la
humanidad, convierte este biopic en una cabal síntesis de la cultura
norteamericana.
Dustin Lance Black, el guionista, hijo de una
familia mormona, muy interesado por la problemática gay en Estados Unidos, había recibido un premio (Oscar) al mejor
guión original por el film “Milk” (sobre la biografía de Hervey Milk) dirigido
por el director Guy Van Sant, que más que una biografía sobre un candidato a
alcalde es un verdadero examen de la cuestión gay en ese país. Lo que
explicaría el tratamiento dado a Hoover y sus allegados o amigos por Eastwood
en esta película. El guión es una pintura de la madre castradora, el amigo leal
de condición homosexual, su personalidad tremendamente contradictoria, su
mirada crítica brutal e implacable sobre la hipocresía, y su afán mesiánico
contra la irrupción de lo extranjero y bárbaro a sus ojos, que con el uso
pragmático e iconoclasta del poder represor con una increíble cuota de
imaginación y total carencia de escrúpulos, lo convierten en un personaje rico
y profundo, desaliñado e impío, síntesis y concentrador de las transformaciones
más profundas de los métodos investigativos del FBI, y su influencia sobre la
sociedad toda.
Sobre estos temas, incluido por supuesto el
FBI, las razones de la contradictoria y perversa por momentos, personalidad de
Hoover, Hollywood ha hecho muchos films. Podríamos decir que el cine negro,
producto de la novela negra, ha tocado en cada obra algún rasgo de este perfil
severo y sombrío. Si analizáramos las narraciones de Carroll John Daly,
Dashield Hammet, Raymond Chandler, Ross McDonald, James M. Cain, Jim Thompson,
o James Hadley Chase, cada personaje, cada héroe o mafioso, cada investigador privado
o policía, llevan o nos llevan hacia J. Edgar. Más, podríamos decir que la
historia del FBI es la historia de la novela policial negra y, como
consecuencia, del cine negro.
El otro aspecto, que hace de este film muy
interesante es la forma que eligieron para contar este biopic. Orson Welles inicia
“El Ciudadano” cuando una palabra que pronuncia Kane “rosebud” dispara una
investigación sobre la vida de uno de los magnates (William Randolph Hearst) más
sombríos de EE.UU. La investigación recoge varias versiones del mismo personaje
y de los mismos hechos haciendo avanzar el cuento por diversos niveles y
caminos de la historia misma del país. En J. Edgar, creador del FBI, Hoover va
narrando distintos aspectos de su biografía a distintos escribas, contando
desde varios y distintos ángulos interesantes acontecimientos de la historia
norteamericana y de su propia tenebrosa psicología. Ambos, tanto Hoover como
Kane confluyen en demostrar que los fundamentos de sus absurdas vidas tienen en
sus madres y padres razones insoslayables.
El guión, como la historia, contempla varios
planos, todos centrados en el protagonista. Primero ¿cómo contar esta
biografía? El recurso es que Hoover vuelca, no todo, pero al menos muchas aristas
conflictivas, a periodistas. No importa quienes son ellos. Las imágenes remplazan
la escritura en un ir y venir temporal y espacial que, suponemos, va
plasmándose en el papel. Segundo, el devenir histórico del relato, de ser, el
propio J. Edgar, un mero e ignoto soplón sumido en una biblioteca importante, a
ser el creador de la mayor organización con características policiales y
anticomunistas del mundo. Y tercero, la psicología de este personaje, su
homosexualidad, su extraña y perversa relación con su madre, su amigo gay de
toda su trayectoria -ambos son mostrados ancianos por Eastwood-, y su otra
increíble e inverosímil correspondencia con la que se constituye en secretaria
y guardadora de los más tenebrosos secretos de estado, de sus participantes y
de sus miserias.
Ya, en otros films, como “Río Místico”, “Gran
Torino” o “Banderas de nuestros padres”, estos planos se vislumbran con más
claridad y transparencia, constituyen tópicos que se van repitiendo, con
originalidad y creatividad, y perfilan un cine de una calidad formal y conceptual,
que orillan una obra distinta, de hondas raíces políticas, sociales y
antropológicas que, sin duda, apuntan a advertir y desmenuzar los peligros de
una sociedad enferma y descontrolada como es la norteamericana.
Héctor Correa
Punta Alta, marzo de 2012
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