sábado, 15 de diciembre de 2012

AMOUR (AMOR). ACERCA DE LA MUJER, EL HOMBRE Y EL AMOR



Película: Amor (Amour). Dirección y guion: Michael Haneke. Países: Francia, Austria y Alemania. Año: 2012. Duración: 127 min. Interpretación: Jean-Louis Trintignant (Georges), Emmanuelle Riva (Anne), Isabelle Huppert (Eva), Alexandre Tharaud (Alexandre), William Shimell (Geoff). Producción: Margaret Menegoz, Stefan Arnd, Veit Heiduschka y Michael Katz. Fotografía: Darius Khondji. Montaje: Nadine Muse y Monika Willi. Diseño de producción: Jean-Vincent Puzos. Vestuario: Catherine Leterrier. Distribuidora: Golem.




PREMIOS:    
2012: Festival de Cannes: Palma de Oro (Mejor película)
2012: Premios del Cine Europeo: Mejor película, director, actor y actriz. 6 nominaciones
2012: Independent Spirit Awards: Nominada a Mejor película extranjera
2012: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor película extranjera
2012: National Board of Review (NBR): Mejor película extranjera
2012: Satellite Awards: Nominada a Mejor película extranjera y mejor actriz (Riva)
2012: Premio Fipresci de la 60 Edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Filmografía del director:
1989: Der siebente Kontinent (El séptimo continente)
1992: Benny's Video (El video de Benny)
1994: 71 Fragmente einer Chronologie des Zufalls (71 fragmentos de una cronología del azar)
1995: Der Kopf des Mohren (La cabeza del moro) (guión)
1997: Funny Games
1997: Das Schloß (El castillo)
2000: Código desconocido
2001: La Pianiste (La pianista). Adaptación de la novela “La pianista” de la autora austríaca Elfriede Jelinek. Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes.
2003: El tiempo del lobo
2005: Caché o Escondido. Premio al mejor director en el Festival de Cannes y premio a la mejor película y mejor director de los Premios del Cine Europeo 2005
2007: Funny Games, remake U.S.
2009: Das Weiße Band (La cinta blanca). Palma de Oro en el Festival de Cannes. Globo de Oro a la mejor película extranjera.
2012: Amour. Palma de Oro en Festival de Cannes.



En un momento de los escuetos y medidos diálogos de este film se lee: es una historia tierna y triste. Tierna porque apela a los recursos más puros del ser humano, el amor entre un hombre y una mujer que pocos supieron o pudieron plasmar desde la creación artística. Y triste porque, aún reconociendo la inmensidad de ese sentimiento, la paz que transmite el saber de la incondicionalidad del otro, la alegría de haber llegado a un estadio superior desde la esencialidad de la condición humana, la decisión final nos vuelve a ubicar en la cotidianeidad de nuestras existencias, en la vida misma concreta e inevitable. Esto es el cine de Haneke. Una constante, repetida, y permanente toma de conciencia sobre los límites, las perversiones, las debilidades, lo inexorable, las crueldades, el mal, es decir, lo inevitable y lo más recóndito del hombre. Además de una búsqueda de las razones de los peores comportamientos y sus consecuencias que se sucedieron en la sociedad europea de los últimos tiempos. Los hechos históricos, para Haneke, no son simplemente consecuencia de las más horrendas conductas humanas, además tienen sus propios procesos, están más allá de la voluntad del hombre, se inscriben en lo humano pero escapan a los deseos y sentimientos asentados en la  individualidad y el carácter. En este caso, dejar la vida, tomar consciencia de la temporalidad, es para el hombre uno de los actos más cruentos, y requiere una condición extraordinaria que nadie posee, por más formación o preparación intelectual se tenga.
 
 

A Haneke sólo le faltaba esto. Había abordado, desde otros ángulos, como “El séptimo continente”, “Caché”, o “La cinta blanca” -sólo por citar algunas-, la vida y la muerte. Especialmente en su primera obra (El séptimo…), donde, usando la narrativa brechtiana,  describe la elaboración minuciosa, con tono gélido, del suicidio de una familia entera, en apariencia sin motivo alguno. Film de alto impacto emocional y conceptual, dada la naturaleza del cuento, nos alerta acerca del camino incierto de sectores sociales europeos que no encuentran un motivo válido para el sentido de sus vidas. Fue, y como consecuencia va, del cine de Antonioni y Buñuel, de la década de los sesenta, a la propuesta existencial del relato kafkiano, o de Fritz Lang.
 

Ya en Akira Kurosawa, “Vivir”, o Yasujiro Ozu, “Historias de Tokio”, ambos directores japoneses, la problemática de la senectud va siendo alimentada de una profunda postura humana, aún sin una sólida respuesta sobre lo inevitable. La muerte es una actitud de índole filosófica, religiosa, pero por sobre todo, compasiva. No va acompañada por la decrepitud, o la ruina física o espiritual, por lo contrario, constituye una puerta, una nueva puerta que se abre hacia otro tipo de vida.
 
 

En Haneke la muerte está asociada a un estado de decadencia que produce pánico y desconcierto frente al más allá. El sufrimiento está estrechamente incorporado a este tipo de cambio que hay que evitar por cualquier medio, aún con un acto simple pero final, a pesar de las dudas y los temores. El film, con su título “Amour” no es más que la descripción de ese camino, es el cumplimiento de una promesa, y es una decisión terminante a pesar de todas las convicciones y sus presupuestos filosóficos. Las imágenes de las pinturas de Vilhelm Hammershøi, danés, nacido en 1864 en Copenhague, llenas de una carga semántica y simbólica, están perfectamente mostradas no precisamente como pinturas, pero si como paisajes o contenidos de interiores con pequeñas figuras diminutas e ignotas colmadas de una interioridad donde más que nada predomina el silencio y la melancolía, así como la paloma doméstica se torna en lo inasible y volátil de nuestro paso por el mundo. Sólo le falta la pintura del noruego Edvard Munch, “El Grito” (Skrik, 1893), atormentada actitud frente a un mundo incomprensible y desgarrador, pero igual está, y es en Jean-Louis Trintignant (Georges), o Emmanuelle Riva (Anne), el matrimonio. O “Saraband” de Ingmar Bergman, su último film, que incursiona, como un ocaso, en el drama familiar de un padre enfermo, una ex mujer, y unos hijos en eterno conflicto. Para una mejor apreciación ver el link. http://www.cinenpunta.blogspot.com.ar/2008/07/saraband-bergman-y-el-teatro.html.
 
 

No podemos dejar de mencionar la música de Haneke, de un protagonismo que nos remonta a los mejores films, los más intimistas e introspectivos del sueco Bergman, o de Woody Allen, quienes la utilizaron para describir, y tocar los aspectos más reflexivos y conflictivos de las relaciones humanas. Cuando se escuchan los primeros acordes están destapando, descubriendo, los últimos lugares recónditos de la interioridad de los personajes, quienes requieren, en su construcción, o como parte de sus perfiles, de todos los elementos dramáticos de que dispone el creador. Haneke es un autor de esa estatura, la austeridad de sus encuadres, los escuetos diálogos perfectamente construidos, los recursos pictóricos de que se vale y los ángulos que adopta la cámara, las atmósferas llenas de silencio, opresivas a veces, liberadoras otras, los gestos y los movimientos de los personajes van construyendo una realidad que va más allá del escenario que percibe el espectador en esos momentos, construyen el fenómeno fílmico, la obra de cine, van a su esencia y conceptualidad.
 
 
 
Como “ Saraband”, “Amour” es un film que requiere adoptar una postura distendida y a la vez distanciada, llena de profunda comprensión, pero también de compasión. Después de todo, el hombre va a transitar ineludiblemente por esa etapa, el estado de consciencia que esto implica será la mayor o menor cuota de humanidad que le brindemos.

Héctor Correa
Punta Alta, diciembre de 2012

1 comentario:

  1. Haneke vuelve a cambiar de registro. Con 'Amour' vuelca su mirada a la vejez y el derecho de morir en paz. Los actores, fantásticos. Un saludo!

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