ACERCA DEL CINE, LA VIOLENCIA Y LA PERCEPCIÓN
No hay duda que el cine, como vehículo de expresión, como soporte de concepciones estéticas, como instrumento político, o como simple elaboración de un aspecto de la cultura de masas, ha influido de alguna manera en los modos de percepción que de la violencia han tenido y tienen los espectadores, sus cultores o los creadores del mismo. Por lo tanto existen tantas formas de percibirla como espectadores haya o creadores o cinéfilos. Esto no lo podemos dejar de tener en cuenta a la hora de discernir si es sólo una cuestión de percepción, o es vehículo –el cine como medio- de estímulos generadores de conductas violentas. Desde este último punto de vista no lo vamos a debatir, en cambio nos interesa tenerlo en cuenta por su carácter o significación estética, por su condición de obra plena de belleza, y por la profundidad de sus contenidos, en especial donde la violencia sea el eje narrativo o la sustancia de la historia. Esto nos remite entonces a los realizadores. Cada creador tendrá su propia percepción del hecho violento, del carácter violento, y de toda la historia violenta de acuerdo a cómo se enfrenta a ésta, sus concepciones y su propuesta estética. No existe un film paradigmático que englobe, sintetice y abarque, desde lo temático, toda la violencia del mundo. Por lo tanto la actitud creativa es muy diversa, tiene múltiples aristas y está condicionada a innumerables factores desde lo emocional o psicológico hasta lo social e histórico. Kubrick, Peckinpah, o Kurosawa fueron creadores cuyos contenidos quisieron reflejar de alguna manera el mundo en que vivimos, con toda la carga conceptual y la inteligencia de sus técnicas cinematográficas. Lograron obras magistrales no sólo por la belleza de sus imágenes, sino porque además esas imágenes eran el resultado de una confluencia que daba plena participación a todos los recursos que deben intervenir en la elaboración estética de la obra: la originalidad de la historia, la calidad narrativa y la profusa utilización de las enseñanzas de los grandes creadores.
Y aquí es interesante analizar con un poco más de detenimiento el cine de Akira Kurosawa. Director de origen japonés, fallecido en 1998 y que dejó detrás todas las formas posibles de percepción de la violencia que un realizador haya podido elaborar en toda su obra. Veamos su filmografía, pero con una aclaración o salvedad. Debemos mirarla teniendo en cuenta esa peculiaridad, sus films recorren las formas de la crueldad en nuestra sociedad siguiendo ciertos parámetros que no podemos eludir; y como no podemos incursionar sobre cada película tomaremos algunas de las que tuvimos acceso como referenciales, como hitos estéticos y como puntos de partida conceptuales para enfocar con un poco más de claridad la deconstrucción temática que queremos ilustrar. Kurosawa, como los grandes autores, también vilipendiado por ser permeable a la mejor tradición narrativa y cinematográfica occidental, recorrió la rica historia de su continente y tomó de ella la épica, las grandes luchas y los holocaustos que se produjeron durante esa milenaria confrontación oriente-occidente. No sólo eso, la tragedia del hombre, como individuo, como ser humano, como víctima y sujeto de la historia fue retratada en su filmografía, obras llenas de humanidad, verdaderos cantos a la solidaridad, a la generosidad y su memoria.
Es con “Rashomon” de 1950 que consolida la concepción estética más rica en la historia del cine desde “El ciudadano” de Orson Welles (1942), adaptación de dos cuentos de Ryonusuke Akutagawa (1792-1827), “Rashomon” y “En el bosque”, cuenta la misma historia desde cuatro versiones o personajes distintas, con lo cual introduce con maestría el punto de vista, un aspecto de la técnica narrativa, y un aporte, aunque no novedoso, pleno de originalidad y belleza. Pero es en función de esas miradas que la muerte emerge como un aspecto más de la naturaleza de ese modo de vida allá en el medioevo japonés. Con lo cual nos vuelve a mostrar y a ubicar irremediablemente en el centro del hombre con sus temores e inquietudes, pero por sobre todo con la inconsistencia de lo irresoluto y relativo, de la subjetividad condicionada por la injusticia y la cruenta lucha por la supervivencia.
Con “Vivir” (1952), la sensibilidad de Kurosawa, la humanidad de sus imágenes relativas al sufrimiento interior por el abandono y la enfermedad, el dilema de la cruel juventud frente a la decadencia y la vejez, y la necesidad de sobreponerse para la redención y el enfrentamiento con el destino para encontrarle sentido a la vida, al vivir, nos deja lo mejor de su obra, mientras continúa su indagación en la interioridad, la diversidad subjetiva o las distintas formas de enfrentarse con la realidad. “Vivir” quizá sea, junto con “Dersu Uzala” (1975) y “Madadayo” (1992), la obra con mayor contenido donde Kurosawa aporta su inmenso caudal de espiritualidad y poesía. Filmada en blanco y negro, el protagonista transita su sufrimiento desde lo laboral, su viudez, su penosa y disfuncional relación con su hijo y nuera, sus pequeñas relaciones personales, su descubrimiento de la irracionalidad del vivir sin un sentido, su enfermedad terminal hasta el velatorio donde sus propios compañeros debaten acerca de su vida y su propia muerte. Todo es transitado con la sensación de que es permanentemente evaluado, juzgado e interpretado. Sus actos, vacíos, sumidos en la oscuridad de los pasillos y los despachos, configuran, sin duda, una vida “sin sentido”, pero sobre el epílogo la deconstrucción, las distintas opiniones vertidas por sus compañeros y amigos sentados apaciblemente durante el funeral van estructurando su perfil y cambiando su imagen. El personaje termina siendo rehecho o reconstruido y recupera el sentido de su vida, o mejor dicho recupera su vida y la razón de su paso por el mundo. El olvido, lo fútil de la existencia, su levedad, es una forma de castigo de los más crueles a los que se puede condenar a un hombre. En “Dersu Uzala”, el cazador chino (Dersu), no sólo está integrado a la naturaleza con la que mantiene un equilibrio, una armonía casi perfecta, sino que además se preocupa por aquellos que desequilibran con actos impropios el entorno natural, y por aquellos que en peligro necesitan ayuda. El hombre con sus actos rompe esa harmonía, violenta ese tácito acuerdo existencial y ocasiona el cataclismo, deshace el acuerdo esencial y pone en peligro su propio mundo. Y va más allá, el triste epílogo es ni más ni menos que una clara advertencia, la muerte de Dersu es la señal más clara de Kurosawa, la ciudad no puede ser parte de esa sustancial fraternidad y mata; como en “Vivir” las víctimas son sacrificios, llamados de atención, inmolaciones para un fin que transciende el hombre. Con “Madadayo” (Not Yet en inglés, o Todavía No en castellano), la espera, el retrasar la muerte, constituye el eje sobre el cual construye una película interesante como profunda. Profunda como manifestación de una cultura y como realización. La pregunta, más que pregunta, la indagación cubierta de una honda aureola de espiritualidad, que anualmente le realizan los alumnos sobre si está listo para morir, y la respuesta subsiguiente madadayo (aún no) que el profesor les replica, se constituye en un particular rito que el japonés utiliza para mostrar que su partida está condicionada a dejar un rastro, un recuerdo, una orientación de su derrotero por este mundo. Y sobre todo, que a pesar de su humilde choza, producto del bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial, época en la que transcurre esta historia, todavía está preocupado en sus alumnos y en las pequeñas cosas (el gato) de las que está rodeado. Todo un manifiesto acerca de la especial mirada de Kurosawa que posa sobre esta tierra, peligrosa tierra llena de amenazas y desesperanza, todo originado por el mismo hombre, sin duda.
Scorsese, en “Taxi Driver” elabora su obra más importante, como señalamos en otra nota de nuestro blog, acerca de la irracionalidad e inconsciencia del hombre actual frente a esta incontrolable realidad. No pierde de vista ni un segundo a Kurosawa. El carácter épico de su protagonista, la construcción de una imagen semejante al mítico "samurái", su carácter justiciero, la violencia que le va imprimiendo a sus actos, sus bélicos silencios, su ignoto paso por este injusto mundo, los ritos preparatorios y el velar de sus armas que luego oculta entre sus ropas, son características y rasgos que nos remiten al guerrero japonés de "Los siete samuráis" y "Yojimbo", símbolos de una época donde el hombre era hombre en tanto y en cuanto su paso o su presencia implicaba fuerza y poder. Recrear esas condiciones es una claro mensaje hacia la sociedad de hoy, del insensato s. XX y sus devastadoras guerras. La concepción de la sociedad violenta ha tenido una fuerza nunca vista sobre ciertos autores norteamericanos e inclusive franceses e italianos. "Rapsodia en Agosto" y "Los sueños de Kurosawa" han dejado una huella indeleble, no sólo desde el aspecto formal, sino, en especial en cuanto a los contenidos, su tratamiento y destino. En el caso de Scorsese se produce una clara simbiosis cuando Kurosawa lo incorpora a sus "Sueños..." y lo hace deambular por el film en una actitud como asombrada y angustiada a la vez.
Woody Allen hace leer “Crimen y Castigo” de Dostoievski al protagonista en “Match Point”, obra donde se indaga la naturaleza y la confusión esencial, mística, del hombre frente a la muerte como trágico destino, irremediable y azaroso. W. Allen traslada a su visión clásica de los actos humanos la épica orientalista de la narrativa y el cine de Kurosawa, así la duda se transforma en azar dentro de la historia y la estructura de los personajes de su obra. Este cine, el de Akira Kurosawa, tiene además otra vertiente que proviene de su profundo conocimiento de la obra de Shakespeare. Por ejemplo, no podemos olvidar el comienzo de "Trono de sangre" donde dos guerreros japoneses se encuentran en un bosque con una bruja que vaticina que uno de ellos se convertirá en rey.
Ambos no dejaron pasar a Kurosawa y muchos han filmado sobre la violencia. Pero muy pocos han indagado acerca de sus causas, sus orígenes o las razones por las cuales existe en el mundo, y sobre todo por qué el cine ha sido y es uno de los géneros artísticos que más ha explorado y explotado ese tema. Desde su nacimiento el llamado séptimo arte introdujo la crueldad humana entre sus principales temáticas, pero quizá este razonamiento sea falso. En realidad el hombre desde que es hombre necesitó trasladar de alguna manera hacia un soporte sus angustias y desvelos ante lo que consideró peligroso, aún dentro de su propio grupo, clan o tribu. La conciencia, su conciencia encontró propicia la actividad o la labor estética como la más adecuada para o bien enmascarar o bien interpretar el riesgo de su entorno o la fiereza de su especie, y por qué no el hambre, la subsistencia o la necesidad de sobrevivir. Bajo esta interpretación reconocemos que el fenómeno cinematográfico se constituyó en la continuidad de la pintura, el baile, la poesía, el maquillaje para la guerra o la literatura en general como medios adecuados para la expresión de esos estados anímicos en las culturas de todos los tiempos. Michael Haneke, y antes Luis Buñuel con "Las Hurdes, tierra sin pan" obra documental sobre las miserias de las medievales aldeas olvidadas de la España pre franquista, o "El resplandor" de Kubrick donde indaga los orígenes inconscientes de la crueldad humana, y "La naranja mecánica" sobre la irresponsabilidad de las instituciones sociales frente a los actos más aberrantes, es quizá el director actual que con más meticulosidad ha encarado la indagación sobre las oscuras razones, ya sean sociales como individuales, del lado brutal e irracional del ser humano, por citar sólo alguna de sus obras recordemos (1997) "Funny Games", espeluznante por su incomprensible historia y por sus personajes, modelos de lo más lejano a psicologías apoyadas en cualquier fundamento justificable.
Muchos otros autores han pretendido crear obras para de alguna manera explicar, o al menos encontrar algún fundamento acerca del por qué de la inexplicable conducta brutal del hombre, especialmente contra el prójimo. Truman Capote le dedica toda una novela -catalogada como una nueva forma de ficción-, en "A sangre fría", luego llevada varias veces a la pantalla, Mel Gibson especialmente en "La pasión de Cristo" y "Apocalypto" se apoya en interpretaciones cuasi-religiosas para mostrar esas conductas, o Clint Eastwood en su fértil y profusa carrera ha tratado de explicarnos la naturaleza étnica-social o místico-religiosa de la violencia esencialmente en su país, su paso por el western, el cine bélico y el policial negro, son claras muestras de su afán por esa indagación.
La violencia ha cruzado de toda forma y de cualquier manera todo el cine desde sus comienzos. Cada autor ha tratado de sumar su aporte, su percepción, con el fin de esclarecer en lo posible este fenómeno. Respetar cada uno de ellos, siempre y cuando advierta y no sea parte del problema, y esté al servicio del hombre, dentro de la permanente e infinita búsqueda de los bello, como en cualquier género artístico, es la obra más fecunda y digna del estudioso del cine, es quizá encontrarle también su verdadero sentido, de lo contrario todo será en vano y le estaremos hablando a las paredes.
Punta Alta, julio de 2010
Un saludo desde la revista de literatura oriental Gran Garabaña. En nuestra primera edición tenemos un especial de literatura japonesa, esperamos su visita y comentarios en la página www.grangarabana.com.
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