sábado, 10 de octubre de 2009

SAM MENDES Y LA CUESTIÓN DE LA MORAL EN OCCIDENTE





"Mi decisión fue ir a buscarlo, más allá de toda la gente en el mundo"
Ernest Hemingway. (1951)The Old Man and the Sea.


Richard Yates es el autor de la novela sobre la que Sam Mendes construye su película “Revolutionary Road” con el guión elaborado por Justin Haythe, en 2008.





He aquí la ficha técnica:

Dirigida por Sam Mendes
Producida por Bobby Cohen, Sam Mendes, Scott Rudin, Sharan Kapoor
Escrita por el Novel: Richard Yates
Guión: Justin Haythe
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Kate Winslet, Michael Shannon, Richard Easton, Jay O. Sanders y Kathy Bates
Música de Thomas Newman
Edición por Tariq Anwar
Estudios: DreamWorks Pictures, BBC Films
Distribuída por Paramount Vantage
País: Estados Unidos y Gran Bretaña



Sólo obtuvo un premio, un Globo de Oro a la mejor interpretación femenina para Kate Winslet. Quizá esto no sea lo más importante, por lo que preferimos hablar de otros aspectos del film.

No podemos dejar de lado, ni ignorar, las vitales e intensas relaciones entre la moral imperante en la sociedad norteamericana (y en occidente todo) con los productos cinematográficos a través de la historia de Hollywood. Si es así, nos preguntamos si sólo lo moral ha influido en el siglo y medio de cine -o casi-, o han existido otros factores sociales, económicos, políticos y culturales que de la misma manera, sin duda, han configurado una estructura ideológica poderosa y sólida, como ninguna, en el seno de la potente industria del cine de los EE.UU.

Si bien esto último es lo seguro e incuestionable -creemos que uno de los pilares de esa maquinaria que tuvo en los “géneros” y el “star system” una forma sólida de atracción y expansión universal-, fue el “melodrama” impregnado de una concepción moral y filosófica fundada en las raíces ético-religiosas de las colonias constructoras de la nación más poderosa del mundo. En el melodrama -y, por supuesto, en todos los otros géneros, desde el bélico, el western hasta la comedia musical-, quizá se observe con más transparencia y contundencia dicho credo.

¿Cómo enlazar toda esta cuestión de las pautas y valores morales con la creación cinematográfica en Hollywood? Estamos convencidos que analizando los fundamentos estéticos y conceptuales de los autores del teatro y la comedia de Broadway (Tenessee Williams, Arthur Miller, Edward Albee, y la obra literaria de los grandes narradores (novela) norteamericanos -quienes también muchos fueron estupendos guionistas-, por un lado, pero por el otro comprendiendo cómo se generó la riqueza y el estilo de vida americano (American style of life). Sistema constituido, sin duda, por la milenaria tradición anglo-sajona impregnada de la religiosidad y moralina anglicana y protestante; todo un complejo tema de alcances inabordables, en estos momentos, para este sencillo trabajo.




Desde este punto de vista, Sam Mendes, realizó tres interesantes películas. Nosotros vamos a abordar una de ellas ‘Revolutionary Road’ (2008), sin perder de vista, por supuesto, la primera “American Beauty” (1999), y “Road to Perdition” (2002), así como, en general, todas aquellas cuyos temas giran alrededor de la descomposición matrimonial, las relaciones familiares, y la hipocresía de la naturaleza moral del hombre medio norteamericano.



No podemos olvidar, a propósito, “Ordinary People” (“Gente como uno”), aquel film de Robert Redford -1980-, que incursiona sin muchas reservas en las relaciones padres-hijos, la culpa, el suicidio, y las terapias psiquiátricas, en la vida de una familia de la clase media en EE.UU. ¿Por qué? Redford retrata muy bien las costumbres, hábitos, deseos y necesidades, así como relaciones laborales, de una familia, pero en una situación extrema donde la muerte se hizo presente, y desenmascara un estado y una constitución familiar endeble e inestable en medio del alto nivel de vida (bienestar) de la clase media. El teatro y luego el cine han sido muy críticos y buenos observadores de los conflictos que trae un país en pleno avance capitalista y en plena expansión mundial. Me aventuro a afirmar que la fecundidad que mostró, en algunos aspectos, y en ciertos períodos, fueron producto más de la naturaleza del desarrollo avasallador del hegemonismo económico y militar, lleno de un cúmulo de contradicciones pero con objetivos bien coherentes acerca de la prosperidad a la que hay que llegar por cualquier medio, que de la riqueza cultural de la propia sociedad, sumida en una cruel lucha por la supervivencia y el consumo. No vamos a hablar mucho más de esta película, el autor dice muchas cosas en medio de una problemática de colisiones emocionales y vitales, y quizá sea motivo, más adelante de otras notas y comentarios más específicos, siempre afines a cómo el cine fue o se hizo eco de tanta pugna y trastorno social.



Como tampoco debemos olvidar ese estupendo film, adaptación de la obra de teatro de Edward Albee (¿Quién le teme a Virginia Wolf?) “Who's Afraid of Virginia Woolf?”, realizado por Mike Nichols en 1966, obra que se transformó en un film emblemático a la hora de ejemplificar las tortuosas relaciones de dos mujeres y dos hombres en una noche donde el combate, la pugna, y el intercambio de roles desde una óptica psicologista, se constituyen en la mejor muestra de cómo el poder se va desfigurando y transformando en una cuestión de ejercicios crueles, tremendamente agresivos y descarnados, entre individuos.



O este interesante film de Noah Baumbach, “The squid and the whale” (Historias de familia), -2005-, donde recrea los últimos días de un matrimonio de intelectuales.

Y, no podemos dejar de hablar de Woody Allen, especialmente sobre estos temas tan notorios en su extensa y rica filmografía sobre las relaciones hombre-mujer en el espacio neoyorquino y londinense, con problemáticas ético-morales y religiosas bien concretas.

Pero volvamos a ‘Revolutionary Road’, película que se interna, de la mano de dos actores simples, sencillos y bastante esquemáticos, en los dramas de aquellos norteamericanos que en un determinado momento se dan cuenta que sus ilusiones tejidas alrededor del modelo se van desmoronando; cuestión que causa pánico y cruenta desesperanza. Sí, es tremendo ver cómo los ideales perdidos, los desencuentros y los dramas y conflictos que esto produce van erosionando las relaciones familiares y desenmascarando los rincones más ruines de los personajes. En este aspecto, quizá lo más importante del film, el eje se mueve alrededor de los dramático y no de lo fílmico, en razón de que para la moralina del hombre medio todo se reduce a la consecución o pérdida de los aquellos valores que hacen al bienestar de su estilo de vida.

Sobre la influencia que tuvo el teatro ruso en estos autores, no sólo en cuanto a la construcción dramática de los personajes y la puesta en escena, sino en sus otros aspectos fundamentales como los temas que desarrollan: el amor, las relaciones familiares, las pérdida de las esperanzas, los ideales de la juventud -quizá uno de los principales temas de la obra de Chejov-, habría mucho que decir. Ya el cine clásico produjo, en especial de creadores europeos radicados o refugiados en EE.UU, obras donde el “melodrama” se yergue como la forma más apropiada para la descripción de las costumbres, hábitos y formas de pensar del hombre sobre temas como el matrimonio, los dramas familiares, los conflictos generacionales, la educación del adolescente, el trabajo, la generación de la riqueza, las relaciones sexuales, la religión y su influencia en la vida cotidiana, la guerra, el expansionismo económico y cultural, o los conflictos interétnicos y con sus vecinos del sur del Río Grande, etc. Todo un universo de temas que al fin y al cabo constituyen el famoso estilo de vida, y el destino manifiesto tan proclamado y elaborado por la inteligencia del país.

Tennessee Williams en “Un tranvía llamado Deseo” (1948), “La gata sobre el tejado de zinc caliente” (1955), o “Nueva York: El zoo de cristal” (1945), y Arthur Miller en “Todos eran mis hijos” (1947), “La muerte de un viajante” (1949), o “Las brujas de Salem” (1953), por citar sólo algunas de las tantas obras de estos dos extraordinarios dramaturgos, han mostrado con suma transparencia y sin pruritos esta forma de vida y esta estructura mental tan particular. Mentalidad que poco tuvo que ver con los vecinos del sur de América, o con la de otros continentes que intentaron sino copiar, al menos tomar muchos de estos valores, como únicos e incuestionables para la resolución de sus problemas vitales, y también de sus cinematografías. El “sueño americano”, extraordinario mito americano, fue duramente desenmascarado y advertido por peligroso y perverso, por estos autores que vieron plasmadas sus obras en Hollywood paradójicamente.



Con respecto a la cuestión sexual en la mente del hombre americano medio quizá “Oleanna”, la pieza de David Mamet sea una de las más polémicas y controvertidas. El autor en un juego dramático muy dinámico e ilustrativo enfrenta un profesor preocupado por su estabilidad laboral en la universidad donde es docente, las demandas telefónicas de una esposa enfrascada en la compra de una vivienda, con una alumna que habiendo sido reprobada utiliza cualquier recurso –hasta la amenaza de acoso sexual y violación- para tratar de revertir su situación en el aula. Todo una puesta en escena de enredado y controvertido enfrentamiento por el poder en el sistema educativo norteamericano. Visión cruda e ilustrativa de un modo de establecer pautas y esquemas pedagógicos del mundo académico asentados en una sociedad muy contradictoria e histérica, y a la vez, deshumanizada hasta en la propias formas de las relaciones docente-alumno. Todo un planteo donde emerge la mejor y más notoria concepción sexofóbica de las relaciones persona a persona (hombre-mujer) llena de ambigüedades y malos entendidos, típica de ciertos estratos sociales y claustros en el sistema educativo universitario. Una obra donde vemos la interacción de las retrógradas posiciones feministas y antifeministas de la sociedad norteamericana, el fino y complejo sistema universitario como reflejo de ciertas estructuras mentales y sociales, la idea de la verdad absoluta como arma e instrumento del poder, y el relativismo de los planteos morales como instrumento dominador y coercitivo para alcanzar objetivos egoístas y personales.

Y, por último, no podemos dejar de mencionar el rol que le cupo a la novela negra, Dashiell Hammett, William Faulkner, Ross MacDonald, Raymond Chandler, James Cain, etc., quienes también hicieron su aporte al cine de Hollywood, pero que retrataron magistralmente la decadencia y la corrupción imperante en todos los rincones de la política y la alta sociedad, así como describieron ciertas regiones, especialmente el sur de los EE.UU, y la gran ciudad como escenario propicio y muy adecuado y conveniente para el delito en todas sus formas, abandonando las conservadoras formas, en muchos casos, de la novela y el cuento policial tradicional, para adoptar estructuras narrativas donde se interconectan el mundo de la altas finanzas, la droga, la prostitución, los negocios de la corrupción, y la degeneración moral de ciertas familias encumbradas o no pero que reflejan sin duda los grandes conflictos sociales y las tremendas deformaciones familiares en el país del norte. En las obras literarias como en los films que fueron surgiendo de ellos, la cuestión moral adquiere el mismo plano, o el mismo lugar, en las historias, que la violencia de los personajes, y la dureza que las caracterizó tanto en los diálogos como en la construcción de los personajes, junto con el desparpajo, la falta de escrúpulos y la ironía llevada a su máxima expresión, contribuyeron a generar un género literario y fílmico impregnado de connotaciones directas que muchas veces abarcaban la denuncia explícita como la tonalidad, sutil y enmascarada, de la pintura más introvertida. Pero, siempre, y en primer plano, resaltan la descomposición familiar y social como ejes narrativos, y lo que es más digno de destacar, con una calidad estética que pocas literaturas o cinematografías nacionales se atrevieron a demostrar en otros lugares del mundo.

Todo esto, por supuesto, cubierto o protegido por un tinte religioso que nos remite a las posturas más ortodoxas y fundamentalistas de las creencias musulmanas que tanto critican y denostan invocando la libertad y la justicia del mundo occidental. La moral superburguesa, las posturas liberales, la hipocresía en las relaciones matrimoniales, “el destino manifiesto”, la religiosidad dominguera, la maquinaria o el complejo bélico-industrial, y los códigos de conducta y prohibiciones a todo aquello que signifique romper con esa moralina, son y fueron los resortes a los cuales se apeló para la imposición y el dominio de sus valores y creencias, asentadas en un manejo bíblico del destino, una “temible” esperanza en la realización de un país joven y poderoso junto con la destrucción de todo aquello que encarne la inminente llegada del Apocalipsis. Eso ha sido y seguirá siendo el genio y la inteligencia de un cine que si bien invoca los ideales perdidos, o la pérdida de las ilusiones, no es ni más ni menos que la lucha inclaudicable por la defensa irrestricta de un estilo de vida y la conservación de sus bienes por sobre todas las cosas, como tan bien lo expresó Hemingway en la cita del comienzo de esta nota.

Héctor Correa
Punta Alta, octubre de 2009

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