Dirigida por Laurent Cantet, con François Bégaudeau, Nassim Amrabt, Laura Baquela, Cherif Bounaïdja Rachedi, Juliette Demaille, Dalla Doucoure, Arthur Fogel, Damien Gomes.
Palma de Oro en Cannes (2008), cuyo jurado estuvo presidido por el norteamericano Sam Pean.
Este director también filmó: “Hacia el sur”, “El empleo del tiempo” y “Recursos humanos”.
François Bégaudeau, “el maestro” en este film, y autor también de la novela que luego Cantet transforma en film, se interna en el mundo de la educación, o más bien, en ese escenario o espacio tan particular donde los adolescentes concurren para obtener algo de educación. “Entre les murs” es el título en francés, y algunos lo han traducido también como “El aula”. Preferimos la otra traducción “Entre los muros”, por dos sencillas razones, una porque las acciones se desenvuelven entre las paredes de un colegio y con una escasa matrícula (escasos o pocos alumnos) como podrán observar, y la otra porque es el espacio donde la intimidad de las pequeñas o grandes tragedias que viven los adolescentes, protagonistas de este film, cobran su verdadera o real dimensión, mal que les pese a algunos adultos, profesores o no, que minimizan las problemáticas juveniles y creen que el aula está aislada o es ajena a las grandes complicaciones o deformaciones de la sociedad, y con esto me refiero a las relaciones tan particulares que establecen con los medios (televisión, cine, radio), y con las nuevas tecnologías (internet, informática, celular, juegos electrónicos, etc.). La estrecha vinculación escuela-familia, es tan vieja y tan obvia, que sería tema de otro gran debate. Aquí se trata de poner las cosas en su lugar. Por lo tanto los muros del aula concentran y sintetizan el universo donde los hombres viven, sufren, se castigan y se matan.
El tema de los diálogos profesor-alumnos acapara una gran parte de la película, no hay duda. Algunos críticos la han analizado como paradigmática en cuanto a ese intercambio, a veces un tanto incoherente o esquizoide, entre los profesores y los imberbes interlocutores. Nosotros, desde este blog, vamos a focalizar su tratamiento desde la perspectiva del impacto o la influencia de la culturas postmodernas, mediatizadas, tecnificadas, deshumanizadas, y decadentes también de la Europa de siempre. ¿Con relación a qué? Esa es la pregunta. Y nos contestamos: con relación al hombre, al hombre íntegro, al hombre considerado en relación a su prójimo, al otro, a su igual. Desde este punto de vista el film nos remite a otros films. No es cierto que es un tema trillado, harto abordado en la historia del cine. Es cierto, sí, que se lo ha filmado desde un ángulo emocional, romántico y anodino, como las dos versiones de “Adiós, Mr. Chips”, donde se observa el hipócrita sistema educativo inglés entre victoriano e híper-conservador, o desde la heroicidad del profesor “súper” como “La sociedad de los poetas muertos”, del australiano Peter Weir. Entre estos dos demagógicos estilos de encarar la cuestión, tenemos “If” del inglés Lindsay Anderson donde confluye y se asimila la disciplina con la violencia, “Semilla de maldad” del norteamericano Richard Brook, su secuela “Al maestro con cariño” de James Clavell, “The Wall” del inglés Alan Parker, “Padre Padrone” de los hermanos (italianos) Taviani, Paolo y Victorio, Martin Ritt (estadounidense) con su film “Conrack”, “Shunko” del chileno, que filmó en nuestro país, Lautaro Murúa, creo que también se podría incluir “El señor de las moscas” de la novela de William Golding, “Ser y Tener” del francés Nicolas Philibert, o ésta última por supuesto, motivo de esta nota. Todas -puede ser que existan más-, de alguna manera han desmitificado ya sea el sistema en el que se asienta su visión de esa relación alumno-profesor, no siempre asimétrica o desjerarquizada, o han ensalzado, con un conservadurismo anacrónico, los aparatos educacionales, en su afán de esconder bajo la alfombra uno de los problemas más críticos y acuciantes de nuestra sociedad: qué educación le damos a nuestros hijos. Todo un tema.
Sigamos, la película, decíamos, se asienta en los diálogos, intensos, tensos, nerviosos, hasta violentos, que el profesor sostiene con sus alumnos. Pero qué alumnos. No son chicos de familias humildes de la Francia moderna, ni delincuentes juveniles, como le gusta mostrar al cine norteamericano, ni de familias pudientes, de clase media alta o aristócratas, como le gustó siempre, al cine inglés, usar como ejemplo de decadencia político-social de su sociedad; en realidad son, en su mayoría adolescentes provenientes de países con los cuales Europa mantiene uno de los fenómenos más terribles de su historia: la inmigración de los países africanos y asiáticos. Negros, musulmanes, chinos, vietnamitas, etc., etc., etc. En este contexto, de la multiculturalidad más acendrada, se desarrolla “Entre los muros”. Y en verdad el tema pasa a otro eje de atención mucho más profundo y crítico: lo étnico, su relación con la Europa, y el impacto en su sistema educativo, social, cultural, político y económico ¿De qué manera este fenómeno influyó en “el maestro”, François Bégaudeau, autor del libro? Podemos sospechar que le produjo un cierto problema de conciencia, hasta tal punto, que no creemos que le haya encontrado algún tipo de solución, ya que, y lo podemos observar en las reuniones de profesores del colegio, y en el mismo tribunal de disciplina, la situación se torna como descontrolada y sin un futuro promisorio, al menos para esos alumnos, algunos de ellos indocumentados o ilegales. Por lo tanto es así también para la sociedad francesa, descontrolada y desesperanzadora.
Hemos hablado, en otras oportunidades qué pensamos acerca de la televisión, su calidad, su naturaleza, y su relación con el arte y la educación. Y partimos de una premisa irrefutable, el mayor fracaso de la educación, al menos en nuestro país, se ha dado en las escuelas y en los proyectos para utilizar la T.V. en las aulas. Creo que lo mismo va a suceder con la informática, internet y, por supuesto, el celular. Los medios, salvo honrosas excepciones, o casos aislados, por la deformación que en sus últimos años se ha venido produciendo, producto de la comercialización de sus productos y los intereses de centros de información ubicados en otros países más poderosos, más preocupados por el aspecto económico-financiero que en la educación de sus propios hijos y nietos, no han constituido una alternativa educativa-cultural de peso a la hora de efectuar la selección concreta y eficaz de los contenidos y las formas para los intereses del niño y el adolescente. Y sin entrar en una visión moralizante, ni de una fácil actitud enjuiciadora, sobre el cine y la TV, ambos nos han dado muestras ejemplificadoras de sus intereses comerciales y afines a la gran industria de las imágenes, no radicadas precisamente en nuestro país.
Con respecto a la utilización de las nuevas tecnologías en la educación, mucho se ha dicho, mucho se ha tratado de hacer y pocos resultados se han obtenido que no sea una pseudo-legislación sobre el celular y el uso de Internet en las aulas, recurso tecnológico que fuera de los muros escolares se torna en juego y auto-erotización irresponsable del adolescente y hasta del niño. Quizá habría que leer mejor y un poco más a Marshall McLuhan. Y a propósito lo cito:
“El choque de los medios antiguos con los nuevos, hoy, es anárquico y nihilista. Por ejemplo, lo que se llama `Muerte de Dios´ es la transición de las imágenes newtonianas a las einsteianas, y el relojero cósmico, para la imaginación popular, se ha convertido en un transistor. The New York Times cita al Dr. H. M. Kormos: `Con estos chicos se tiene una sensación de vacío… la sensación auténtica de que la vida tiene poco que ofrecer, y hablan constantemente de la tristeza y la monotonía de la vida cotidiana'… Del mismo modo que los japoneses insisten en que no es el té sino el rito lo que da significado, el Dr. Kormos indicó que el sistema de la participación colectiva y el compartir la droga es lo que da `un sentido de pertenencia e identidad que puede ser más importante para el estudiante que los efectos de la droga'.”
Esto fue escrito en 1968, en su libro “Guerra y paz en la aldea global”, que muchos conocen.
Al respecto cabe transcribir una nota aparecida en el diario La Nación no hace mucho:
El tema de los diálogos profesor-alumnos acapara una gran parte de la película, no hay duda. Algunos críticos la han analizado como paradigmática en cuanto a ese intercambio, a veces un tanto incoherente o esquizoide, entre los profesores y los imberbes interlocutores. Nosotros, desde este blog, vamos a focalizar su tratamiento desde la perspectiva del impacto o la influencia de la culturas postmodernas, mediatizadas, tecnificadas, deshumanizadas, y decadentes también de la Europa de siempre. ¿Con relación a qué? Esa es la pregunta. Y nos contestamos: con relación al hombre, al hombre íntegro, al hombre considerado en relación a su prójimo, al otro, a su igual. Desde este punto de vista el film nos remite a otros films. No es cierto que es un tema trillado, harto abordado en la historia del cine. Es cierto, sí, que se lo ha filmado desde un ángulo emocional, romántico y anodino, como las dos versiones de “Adiós, Mr. Chips”, donde se observa el hipócrita sistema educativo inglés entre victoriano e híper-conservador, o desde la heroicidad del profesor “súper” como “La sociedad de los poetas muertos”, del australiano Peter Weir. Entre estos dos demagógicos estilos de encarar la cuestión, tenemos “If” del inglés Lindsay Anderson donde confluye y se asimila la disciplina con la violencia, “Semilla de maldad” del norteamericano Richard Brook, su secuela “Al maestro con cariño” de James Clavell, “The Wall” del inglés Alan Parker, “Padre Padrone” de los hermanos (italianos) Taviani, Paolo y Victorio, Martin Ritt (estadounidense) con su film “Conrack”, “Shunko” del chileno, que filmó en nuestro país, Lautaro Murúa, creo que también se podría incluir “El señor de las moscas” de la novela de William Golding, “Ser y Tener” del francés Nicolas Philibert, o ésta última por supuesto, motivo de esta nota. Todas -puede ser que existan más-, de alguna manera han desmitificado ya sea el sistema en el que se asienta su visión de esa relación alumno-profesor, no siempre asimétrica o desjerarquizada, o han ensalzado, con un conservadurismo anacrónico, los aparatos educacionales, en su afán de esconder bajo la alfombra uno de los problemas más críticos y acuciantes de nuestra sociedad: qué educación le damos a nuestros hijos. Todo un tema.
Sigamos, la película, decíamos, se asienta en los diálogos, intensos, tensos, nerviosos, hasta violentos, que el profesor sostiene con sus alumnos. Pero qué alumnos. No son chicos de familias humildes de la Francia moderna, ni delincuentes juveniles, como le gusta mostrar al cine norteamericano, ni de familias pudientes, de clase media alta o aristócratas, como le gustó siempre, al cine inglés, usar como ejemplo de decadencia político-social de su sociedad; en realidad son, en su mayoría adolescentes provenientes de países con los cuales Europa mantiene uno de los fenómenos más terribles de su historia: la inmigración de los países africanos y asiáticos. Negros, musulmanes, chinos, vietnamitas, etc., etc., etc. En este contexto, de la multiculturalidad más acendrada, se desarrolla “Entre los muros”. Y en verdad el tema pasa a otro eje de atención mucho más profundo y crítico: lo étnico, su relación con la Europa, y el impacto en su sistema educativo, social, cultural, político y económico ¿De qué manera este fenómeno influyó en “el maestro”, François Bégaudeau, autor del libro? Podemos sospechar que le produjo un cierto problema de conciencia, hasta tal punto, que no creemos que le haya encontrado algún tipo de solución, ya que, y lo podemos observar en las reuniones de profesores del colegio, y en el mismo tribunal de disciplina, la situación se torna como descontrolada y sin un futuro promisorio, al menos para esos alumnos, algunos de ellos indocumentados o ilegales. Por lo tanto es así también para la sociedad francesa, descontrolada y desesperanzadora.
Hemos hablado, en otras oportunidades qué pensamos acerca de la televisión, su calidad, su naturaleza, y su relación con el arte y la educación. Y partimos de una premisa irrefutable, el mayor fracaso de la educación, al menos en nuestro país, se ha dado en las escuelas y en los proyectos para utilizar la T.V. en las aulas. Creo que lo mismo va a suceder con la informática, internet y, por supuesto, el celular. Los medios, salvo honrosas excepciones, o casos aislados, por la deformación que en sus últimos años se ha venido produciendo, producto de la comercialización de sus productos y los intereses de centros de información ubicados en otros países más poderosos, más preocupados por el aspecto económico-financiero que en la educación de sus propios hijos y nietos, no han constituido una alternativa educativa-cultural de peso a la hora de efectuar la selección concreta y eficaz de los contenidos y las formas para los intereses del niño y el adolescente. Y sin entrar en una visión moralizante, ni de una fácil actitud enjuiciadora, sobre el cine y la TV, ambos nos han dado muestras ejemplificadoras de sus intereses comerciales y afines a la gran industria de las imágenes, no radicadas precisamente en nuestro país.
Con respecto a la utilización de las nuevas tecnologías en la educación, mucho se ha dicho, mucho se ha tratado de hacer y pocos resultados se han obtenido que no sea una pseudo-legislación sobre el celular y el uso de Internet en las aulas, recurso tecnológico que fuera de los muros escolares se torna en juego y auto-erotización irresponsable del adolescente y hasta del niño. Quizá habría que leer mejor y un poco más a Marshall McLuhan. Y a propósito lo cito:
“El choque de los medios antiguos con los nuevos, hoy, es anárquico y nihilista. Por ejemplo, lo que se llama `Muerte de Dios´ es la transición de las imágenes newtonianas a las einsteianas, y el relojero cósmico, para la imaginación popular, se ha convertido en un transistor. The New York Times cita al Dr. H. M. Kormos: `Con estos chicos se tiene una sensación de vacío… la sensación auténtica de que la vida tiene poco que ofrecer, y hablan constantemente de la tristeza y la monotonía de la vida cotidiana'… Del mismo modo que los japoneses insisten en que no es el té sino el rito lo que da significado, el Dr. Kormos indicó que el sistema de la participación colectiva y el compartir la droga es lo que da `un sentido de pertenencia e identidad que puede ser más importante para el estudiante que los efectos de la droga'.”
Esto fue escrito en 1968, en su libro “Guerra y paz en la aldea global”, que muchos conocen.
Al respecto cabe transcribir una nota aparecida en el diario La Nación no hace mucho:
Educar con entusiasmo
Cómo hacer atractiva la exigencia
Enrique Rojas
Para LA NACION
Miércoles 20 de mayo de 2009
MADRID.- Educar es entusiasmar con los valores. Estamos en un momento en el que mucha gente joven está perdida, sin saber a dónde ir.
Estar perdido es no tener rumbo. Ir tirando a ver qué pasa. Veo mucha gente joven así. Y no hablo sólo de nuestro país. McLuhan habló del planeta global.
¿Por dónde debemos empezar? Los edificios que no se caen son los que tienen unas bases firmes, unas raíces sólidas. Lo primero de todo es la formación. Educar, convertir a alguien en persona. Educar es conseguir seres humanos con dignidad y criterio. Educar es seducir con modelos sanos, atractivos, coherentes y llenos de humanidad.
Por ahí debemos comenzar. Ejemplos de vidas llenas de sentido, atractivas, que nos empujen, que arrastren nuestra conducta en esa dirección. Educar es atraer por encantamiento y por ejemplaridad.
El gran educador moderno está enfermo y con mal pronóstico: la televisión.
Y no hay ningún indicador que nos diga que va a cambiar en positivo.
Pero la primera fuente educativa, en la que todo debe arrancar, es la familia. La familia debe ser una escuela en la que uno se sabe querido por lo que es, y no por lo que tiene. Una familia sana es la primera escuela en la que uno recibe lecciones que no se olvidan.
Si la familia funciona, la persona va a tener un edificio construido con materiales resistentes. Allí hay un mundo mágico y decisivo. Porque la primera piedra de la educación es la formación. Adquirir una buena formación, en general, es distinguir lo que es bueno de lo que es malo; tener criterio; saber a qué atenerse; discernimiento: aprender a penetrar en la realidad distinguiendo lo que es mejor y más positivo para escoger ese camino.
La formación hospeda en su interior distintos ingredientes. Hay dos notas principales que no quiero dejarme en el tintero, por eso quiero plasmarlas cuanto antes: la formación humana y la espiritual. La primera aspira a que lleguemos a tener un comportamiento propio de seres humanos y, dentro de ese plano, se abren tres grandes notas: la inteligencia, la afectividad y la voluntad. Para mí ellas constituyen el subsuelo desde dónde debe arrancar la condición humana. Cada una de ellas tiene un largo recorrido.
La inteligencia es la capacidad de síntesis; saber distinguir lo accesorio de lo fundamental. Desde pequeños, hay que enseñar a pensar, a tener espíritu crítico y a formular argumentos que defiendan nuestras ideas y creencias. Hay muchos tipos de inteligencia y, en general, unas y otras no se llevan bien; parece como si poseer unas, excluyera a otras. Inteligencia teórica, práctica, social, analítica, sintética, discursiva, creativa, inteligencia emocional (tan de moda hoy, desde el libro de Goleman), fenicia, instrumental, matemática? e inteligencia para la vida (saber gestionar del mejor modo posible la propia trayectoria). Todas tiene un lugar común, captar la realidad desde diversos ángulos.
La inteligencia se nutre de la lectura. Fomentar este hábito es esencial. Hoy a todos nos cuesta más, pues estamos en la era de la imagen. Pero hay que intentarlo. Un par de libros siempre cerca, alternándolos. Y la curiosidad como ingrediente esencial. La lectura es a la inteligencia lo que el ejercicio físico es al cuerpo.
La afectividad: ese sentido pura sangre que recorre nuestra persona y que se manifiesta por medio de los sentimientos, las emociones y las pasiones. Tener una buena formación sentimental significa capacidad para dar y para recibir amor. Uno de los puntos básicos, en este sentido, es aprender a expresar sentimientos: desde dar las gracias, mostrar afecto, saber que la palabra bien empleada es puente de comunicación: te quiero, te necesito, perdóname, ayúdame en este asunto, necesito hablar contigo, tengo un problema y necesito que me orientes. Todo eso cultiva, hace prosperar el mundo sentimental, y le da fuerza y consistencia.
En tercer lugar, la formación humana tiene un elemento decisivo, clave, de una importancia a la larga de gran alcance: la voluntad.
¿Qué es la voluntad, en qué consiste, qué características tiene? Voluntad es la capacidad para ponernos metas, objetivos y luchar a fondo por ir consiguiéndolos. Con la voluntad no se nace, sino que uno la cultiva, la trata, se empeña por ir incluyéndola en la conducta personal, contra viento y marea.
La voluntad es la determinación, la firmeza, el esfuerzo deportivo por conquistar cimas de cierto nivel que nos ayuden a crecer como personas. Y ésta, a su vez, se compone de una serie de ingredientes que son muy importantes: el orden, la constancia y la motivación.
Yo les llamo a todos esos elementos la inteligencia instrumental, porque son las alas que hacen volar alto a la inteligencia? las joyas de la corona. No hago lo que me apetece ni lo que me pide el cuerpo, sino lo que es mejor para mí, aquello que me hace crecer como persona.
La formación espiritual significa la rebeldía del que no quiere vivir como un animal, sino como una persona. Hoy lo políticamente correcto es no creer en casi nada, todo light , ligero, liviano, sin compromiso con nada? es el posmodernismo: una vida sin valores ni convicciones, suspendida en el relativismo y la permisividad.
La espiritualidad bien entendida nos hace crecer en humanidad y nos lleva a ver al otro en toda su dignidad. Expulsar a Dios de la vida personal, porque está de moda y se lleva y eso es lo que hay, no hace más libre ni a las personas ni a la sociedad. Eso lleva a lo que estamos viendo hoy tan a menudo, un vacío espiritual enorme.
Sólo un profundo sentido espiritual de la vida, moderno, abierto, liberal?, pero firme como la tierra sólida que pisamos, es capaz de cambiar en profundidad el corazón del ser humano. Esta sociedad está muy perdida en lo básico. Hablaría de esto con detalle, pero ahora dejo sólo apuntada esta idea para el que quiera recogerla. Pero lo resumiría de este modo: la persona espiritual lo juzga todo.
No quiero alargarme para no hacer muy extenso este artículo. Cuanto más vale una persona, más valora a los demás. Y al revés. No hay secretos para el éxito, éste se alcanza con preparación progresiva, trabajando con minuciosidad sobre uno mismo, sacando lecciones de los fracasos y procurando tener un modelo de identidad, esos ejemplos de vida lejanos o cercanos, que tiran, arrastran, empujan en esa dirección para conseguir hacer una pequeña obra de arte de la vida personal.
Querer es poder. Voy contra corriente. No me importa, sé que son tiempos difíciles, en los que hay mucha gente desorientada, pero que puede ser reconducida. En el libro de Chesterton El hombre eterno , el autor habla de ir contra la corriente, y dice lo siguiente: cuando uno va navegando por un río de cierto caudal a favor de la corriente, ésta lo lleva a uno rápida y fluidamente, pero se corre el riesgo de ir tan bien, que uno se duerme y se puede caer al agua y ahogarse. Por el contrario, cuando uno está acostumbrado a ir contra la corriente, hay que luchar y esforzarse y resistir, y cada pequeña victoria es un triunfo? el agua salpica a la cara y es difícil seguir, pero la pasión por avanzar es mayor, así se fortalece la postura.
Para ir contra la corriente hoy hay que estar bien formado y tener ideas claras, y criterios coherentes y sólidos para no dejarse llevar por una sociedad herida por el consumismo y manipulada por los medios de comunicación.
El ser humano es el capital más preciado. La crisis económica es nada comparada con la crisis moral. No saber para dónde tirar ni a qué atenerse es mucho más grave. Una educación permisiva y relativista se sitúa lejos de la voluntad y la buena orientación, y destruye el vigor del alma y del cuerpo.
El autor es un catedrático español en Psiquiatría, autor del libro Quién eres.
Copyright 2009 SA LA NACION | Todos los derechos reservados.
Cómo hacer atractiva la exigencia
Enrique Rojas
Para LA NACION
Miércoles 20 de mayo de 2009
MADRID.- Educar es entusiasmar con los valores. Estamos en un momento en el que mucha gente joven está perdida, sin saber a dónde ir.
Estar perdido es no tener rumbo. Ir tirando a ver qué pasa. Veo mucha gente joven así. Y no hablo sólo de nuestro país. McLuhan habló del planeta global.
¿Por dónde debemos empezar? Los edificios que no se caen son los que tienen unas bases firmes, unas raíces sólidas. Lo primero de todo es la formación. Educar, convertir a alguien en persona. Educar es conseguir seres humanos con dignidad y criterio. Educar es seducir con modelos sanos, atractivos, coherentes y llenos de humanidad.
Por ahí debemos comenzar. Ejemplos de vidas llenas de sentido, atractivas, que nos empujen, que arrastren nuestra conducta en esa dirección. Educar es atraer por encantamiento y por ejemplaridad.
El gran educador moderno está enfermo y con mal pronóstico: la televisión.
Y no hay ningún indicador que nos diga que va a cambiar en positivo.
Pero la primera fuente educativa, en la que todo debe arrancar, es la familia. La familia debe ser una escuela en la que uno se sabe querido por lo que es, y no por lo que tiene. Una familia sana es la primera escuela en la que uno recibe lecciones que no se olvidan.
Si la familia funciona, la persona va a tener un edificio construido con materiales resistentes. Allí hay un mundo mágico y decisivo. Porque la primera piedra de la educación es la formación. Adquirir una buena formación, en general, es distinguir lo que es bueno de lo que es malo; tener criterio; saber a qué atenerse; discernimiento: aprender a penetrar en la realidad distinguiendo lo que es mejor y más positivo para escoger ese camino.
La formación hospeda en su interior distintos ingredientes. Hay dos notas principales que no quiero dejarme en el tintero, por eso quiero plasmarlas cuanto antes: la formación humana y la espiritual. La primera aspira a que lleguemos a tener un comportamiento propio de seres humanos y, dentro de ese plano, se abren tres grandes notas: la inteligencia, la afectividad y la voluntad. Para mí ellas constituyen el subsuelo desde dónde debe arrancar la condición humana. Cada una de ellas tiene un largo recorrido.
La inteligencia es la capacidad de síntesis; saber distinguir lo accesorio de lo fundamental. Desde pequeños, hay que enseñar a pensar, a tener espíritu crítico y a formular argumentos que defiendan nuestras ideas y creencias. Hay muchos tipos de inteligencia y, en general, unas y otras no se llevan bien; parece como si poseer unas, excluyera a otras. Inteligencia teórica, práctica, social, analítica, sintética, discursiva, creativa, inteligencia emocional (tan de moda hoy, desde el libro de Goleman), fenicia, instrumental, matemática? e inteligencia para la vida (saber gestionar del mejor modo posible la propia trayectoria). Todas tiene un lugar común, captar la realidad desde diversos ángulos.
La inteligencia se nutre de la lectura. Fomentar este hábito es esencial. Hoy a todos nos cuesta más, pues estamos en la era de la imagen. Pero hay que intentarlo. Un par de libros siempre cerca, alternándolos. Y la curiosidad como ingrediente esencial. La lectura es a la inteligencia lo que el ejercicio físico es al cuerpo.
La afectividad: ese sentido pura sangre que recorre nuestra persona y que se manifiesta por medio de los sentimientos, las emociones y las pasiones. Tener una buena formación sentimental significa capacidad para dar y para recibir amor. Uno de los puntos básicos, en este sentido, es aprender a expresar sentimientos: desde dar las gracias, mostrar afecto, saber que la palabra bien empleada es puente de comunicación: te quiero, te necesito, perdóname, ayúdame en este asunto, necesito hablar contigo, tengo un problema y necesito que me orientes. Todo eso cultiva, hace prosperar el mundo sentimental, y le da fuerza y consistencia.
En tercer lugar, la formación humana tiene un elemento decisivo, clave, de una importancia a la larga de gran alcance: la voluntad.
¿Qué es la voluntad, en qué consiste, qué características tiene? Voluntad es la capacidad para ponernos metas, objetivos y luchar a fondo por ir consiguiéndolos. Con la voluntad no se nace, sino que uno la cultiva, la trata, se empeña por ir incluyéndola en la conducta personal, contra viento y marea.
La voluntad es la determinación, la firmeza, el esfuerzo deportivo por conquistar cimas de cierto nivel que nos ayuden a crecer como personas. Y ésta, a su vez, se compone de una serie de ingredientes que son muy importantes: el orden, la constancia y la motivación.
Yo les llamo a todos esos elementos la inteligencia instrumental, porque son las alas que hacen volar alto a la inteligencia? las joyas de la corona. No hago lo que me apetece ni lo que me pide el cuerpo, sino lo que es mejor para mí, aquello que me hace crecer como persona.
La formación espiritual significa la rebeldía del que no quiere vivir como un animal, sino como una persona. Hoy lo políticamente correcto es no creer en casi nada, todo light , ligero, liviano, sin compromiso con nada? es el posmodernismo: una vida sin valores ni convicciones, suspendida en el relativismo y la permisividad.
La espiritualidad bien entendida nos hace crecer en humanidad y nos lleva a ver al otro en toda su dignidad. Expulsar a Dios de la vida personal, porque está de moda y se lleva y eso es lo que hay, no hace más libre ni a las personas ni a la sociedad. Eso lleva a lo que estamos viendo hoy tan a menudo, un vacío espiritual enorme.
Sólo un profundo sentido espiritual de la vida, moderno, abierto, liberal?, pero firme como la tierra sólida que pisamos, es capaz de cambiar en profundidad el corazón del ser humano. Esta sociedad está muy perdida en lo básico. Hablaría de esto con detalle, pero ahora dejo sólo apuntada esta idea para el que quiera recogerla. Pero lo resumiría de este modo: la persona espiritual lo juzga todo.
No quiero alargarme para no hacer muy extenso este artículo. Cuanto más vale una persona, más valora a los demás. Y al revés. No hay secretos para el éxito, éste se alcanza con preparación progresiva, trabajando con minuciosidad sobre uno mismo, sacando lecciones de los fracasos y procurando tener un modelo de identidad, esos ejemplos de vida lejanos o cercanos, que tiran, arrastran, empujan en esa dirección para conseguir hacer una pequeña obra de arte de la vida personal.
Querer es poder. Voy contra corriente. No me importa, sé que son tiempos difíciles, en los que hay mucha gente desorientada, pero que puede ser reconducida. En el libro de Chesterton El hombre eterno , el autor habla de ir contra la corriente, y dice lo siguiente: cuando uno va navegando por un río de cierto caudal a favor de la corriente, ésta lo lleva a uno rápida y fluidamente, pero se corre el riesgo de ir tan bien, que uno se duerme y se puede caer al agua y ahogarse. Por el contrario, cuando uno está acostumbrado a ir contra la corriente, hay que luchar y esforzarse y resistir, y cada pequeña victoria es un triunfo? el agua salpica a la cara y es difícil seguir, pero la pasión por avanzar es mayor, así se fortalece la postura.
Para ir contra la corriente hoy hay que estar bien formado y tener ideas claras, y criterios coherentes y sólidos para no dejarse llevar por una sociedad herida por el consumismo y manipulada por los medios de comunicación.
El ser humano es el capital más preciado. La crisis económica es nada comparada con la crisis moral. No saber para dónde tirar ni a qué atenerse es mucho más grave. Una educación permisiva y relativista se sitúa lejos de la voluntad y la buena orientación, y destruye el vigor del alma y del cuerpo.
El autor es un catedrático español en Psiquiatría, autor del libro Quién eres.
Copyright 2009 SA LA NACION | Todos los derechos reservados.
Comparémosla con esta otra, también tomada del mismo diario argentino:
Entrelíneas
Educación: remedio social infalible
Entre los muros, el film de Cantet, demuestra que las contradicciones del presente obligan a reforzar la acción docente
Noticias de Espectáculos
Domingo 19 de abril de 2009
Por Pablo Sirvén
Mucha gente pasa por esta vida y muere sin enterarse del sentido más profundo que tiene la escuela en la formación de los seres humanos. Como hay allí en primer plano una cantidad de materias para aprender dispuestas como en una suerte de competencia deportiva, por momentos feroz, que califica a los más aptos y hace sufrir o expulsa a los que menos asimilan, se tiende a pensar que lo primordial del colegio es inculcar nociones concretas sobre matemática, lengua, geografía, historia, física, rudimentos de algún idioma, etcétera, y que enseña lo básico -aprender a leer, escribir y contar-, aderezado por una pátina ligera de conocimientos generales, base de la ilustración de cada individuo, a través de cuyo árido recorrido suelen despabilarse genuinas vocaciones.
Con todo lo importante que resulta lo mencionado es todavía mucho más crucial lo que subyace debajo de ese andamiaje rígido de aprendizajes y evaluaciones. Allí se nos enseña por sobre todo, o debería enseñarse, a convivir en la diversidad, a tolerar y comprender las diferencias de y con los otros, a ser solidarios, a disciplinar el cuerpo y el ánimo en exigencias que serán esenciales para desempeñarse más tarde en el mercado laboral (respeto por los horarios, entender los mecanismos de la autoridad y hasta aguantar a las jefaturas caprichosas, cumplir con las tareas encomendadas y presentarse con vestimenta y aseo adecuados), a trabajar en equipo, a consensuar posturas, a entender que nosotros debemos adaptarnos al mundo (y no el mundo a nosotros), a respetar las reglas instituidas y a cultivarnos con espíritu autocrítico. En una palabra, se aprende en la escuela a ser ciudadano o se pierde la oportunidad para siempre de serlo, convirtiéndose en un paria social, sin distinción de clases, porque si no se cultivan las sensibilidades en la niñez y en la adolescencia, tanto embrutece humanamente la pobreza extrema como la riqueza absoluta.
* * *
Se estrenó el jueves Entre los muros , la película de Laurent Cantet ( El empleo del tiempo , Recursos humanos ) que muestra en carne viva, sin efectismos ni planteos aleccionadores, lo difícil que es llevar adelante todo lo dicho anteriormente hoy en día. Pero, he ahí, en todo caso, una de las enseñanzas implícitas más valiosas del film ganador, en muy buena ley, de la Palma de Oro en el último festival de Cannes: la vida es el arte de lo posible y para transitarla con algún éxito hay que desengancharse de ciertos preconceptos rígidos e idealizados que todos tenemos, y en los que pretendemos encajar la realidad, y procurar, en cambio, abrirnos, intentar entender a los demás, saberlos escuchar y hasta, incluso, aprender de ellos, desviando la enorme energía que derrochamos en irritarnos, y en irritar a los otros, hacia la búsqueda de algunos indispensables consensos que demanda la convivencia en sociedad.
François Bégaudeu es docente y escribió el libro que inspiró la película de Cantet, en algunas de cuyas experiencias se basa, pero lo más interesante es que aceptó el desafío de protagonizarla haciendo casi de él mismo, un profesor amplio y audaz que se carga sobre sus espaldas un bravo alumnado multiétnico en un colegio de un barrio marginal de París. Lo más rico es la frescura con que se desarrollan las tensiones y contradicciones psicológicas, culturales y educativas que acechan y se entrecruzan entre los jóvenes entre sí, con el maestro y viceversa y, a su vez, las repercusiones que provoca en el tribunal de disciplina de la escuela, integrado por el cuerpo de docentes y los directivos, que fluctúan entre las rigideces de sus propias normas e hipócritas poses de supuesto liberalismo.
* * *
Mientras aquí el discurso político se resiente día tras día (ocultamiento de índices económicos y, ahora también, de salud; interpretación aviesa de leyes y textos constitucionales en provecho propio; agresividad en palabras o hechos hacia quienes piensan distinto, clientelismo desembozado) y la institución escolar colapsa (conflictos gremiales, distritos sin clase, escuelas en pésimas condiciones, empeoramiento de la calidad de la enseñanza), la falta de horizontes, la expansión de la miseria, la circulación creciente de la droga y el endiosamiento constante de la violencia en el cine, la TV y los videojuegos provocan un cóctel explosivo.
No es casual que en este contexto tan inquietante se multipliquen episodios como el de la feroz pelea, con ladrillazos, balas y puntazos, desatada entre dos pandillas de adolescentes dentro de una escuela santiagueña el jueves último, y que en ese caldo de cultivo, lamentablemente, fermente la inseguridad que tanto nos preocupa a todos.
"Nos interesa que los medios ayuden a que la educación, los chicos y los adolescentes se instalen en la agenda pública de la sociedad", exhorta Roxana Morduchowicz, directora del Programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación.
La licenciada Mirta Romay, creadora de la señal educativa Formar y que desarrolla desde hace años contenidos multimedia volcados hacia la educación, se concentra ahora en Tucumán: "Estamos capacitando a una gran masa de agentes sociosanitarios, madres cuidadoras, referentes sociales que trabajan con la infancia, voluntarios en su mayoría sin formación, que hay que profesionalizar, ofreciéndoles recursos culturales". (La negrita es nuestra)
Allí, la pantalla de Canal 10 posibilitará la ampliación del plan que, ojalá, trascienda la elección del 28 de junio. Se dijo ya muchas veces, y hay que repetirlo una y otra vez: sin educación no hay futuro. Pero hay algo peor: sin educación tampoco hay presente.
psirven@lanacion.com.ar
El análisis del film es correcto, nos parece. Pero quedémonos con lo subrayado por nosotros, ya que se relaciona estrechamente con los objetivos finales y la labor del estado y la TV en la educación de nuestros chicos, niños y adolescentes. Me atrevo a una sola afirmación como conclusión final: el mayor fracaso de la TV en nuestro país fue con respecto a su misión en la labor educativa. Me remito a las palabras o a lo escrito por el psiquiatra Enrique Rojas, el gran educador no fue tal. Y si no quedémonos con lo que le dejan hacer a Tinelli.
Nos fuimos un poco del cine y de la película que estamos comentando. Creo que vale la pena incursionar, de vez en cuando, sobre temas que, en última instancia, constituyen los fundamentos de las cuestiones que estamos tratando y abordamos permanentemente en este blog dedicado al análisis y el pensamiento cinematográfico. El cine que pretendemos destacar se asienta, no sólo en lo formal, esto es la estética del encuadre, la planificación, cómo se arma la escena, cómo se enlazan y se entretejen (montaje) para determinar la secuencia, y cómo el desarrollo armónico y rítmico de éstas van configurando, desplegando la historia que el realizador tiene en mente o en un guión, con sus leyes y pautas que también deben ser valorizadas para ver si es coherente con las intenciones semánticas y conceptuales del autor. También nos interesa -y mucho más, a veces-, todo ese caudal de ideas y concepciones que se esconden o se muestran explícitamente, denotan o connotan, en la narración, que forman parte, sin duda, de lo que piensa el director sobre el hombre y el mundo en el que vive, condicionan la naturaleza del film, constituyéndose, junto con lo formal, en la esencia de la obra.
Es notorio que al director de “Entre los muros” le interesan estos asuntos, el adolescente frente a los medios, al avance de la tecnología, y las intenciones, claras o inciertas, de aprovecharlas para su mejor educación o formación. Pero le interesa aún más, aquel adolescente que sufre la inserción en la sociedad francesa, una sociedad no muy sana, incoherente y nihilista frente a sus propias ventajas, pero más frente a los inmigrantes, o sea, a aquellos que por una razón u otra, producto del avance de la Europa sobre los continentes empobrecidos, colonizados y despojados, ven en ese país (Francia) como único espacio para sentirse humano. Quizá se olviden que ese país los condenó, los abandonó y los mutiló en su esencia y sentido de vivir. Toda una paradoja. Y es el sentido último de este film, sin duda.
Héctor Correa
Punta Alta, julio de 2009
Con todo lo importante que resulta lo mencionado es todavía mucho más crucial lo que subyace debajo de ese andamiaje rígido de aprendizajes y evaluaciones. Allí se nos enseña por sobre todo, o debería enseñarse, a convivir en la diversidad, a tolerar y comprender las diferencias de y con los otros, a ser solidarios, a disciplinar el cuerpo y el ánimo en exigencias que serán esenciales para desempeñarse más tarde en el mercado laboral (respeto por los horarios, entender los mecanismos de la autoridad y hasta aguantar a las jefaturas caprichosas, cumplir con las tareas encomendadas y presentarse con vestimenta y aseo adecuados), a trabajar en equipo, a consensuar posturas, a entender que nosotros debemos adaptarnos al mundo (y no el mundo a nosotros), a respetar las reglas instituidas y a cultivarnos con espíritu autocrítico. En una palabra, se aprende en la escuela a ser ciudadano o se pierde la oportunidad para siempre de serlo, convirtiéndose en un paria social, sin distinción de clases, porque si no se cultivan las sensibilidades en la niñez y en la adolescencia, tanto embrutece humanamente la pobreza extrema como la riqueza absoluta.
* * *
Se estrenó el jueves Entre los muros , la película de Laurent Cantet ( El empleo del tiempo , Recursos humanos ) que muestra en carne viva, sin efectismos ni planteos aleccionadores, lo difícil que es llevar adelante todo lo dicho anteriormente hoy en día. Pero, he ahí, en todo caso, una de las enseñanzas implícitas más valiosas del film ganador, en muy buena ley, de la Palma de Oro en el último festival de Cannes: la vida es el arte de lo posible y para transitarla con algún éxito hay que desengancharse de ciertos preconceptos rígidos e idealizados que todos tenemos, y en los que pretendemos encajar la realidad, y procurar, en cambio, abrirnos, intentar entender a los demás, saberlos escuchar y hasta, incluso, aprender de ellos, desviando la enorme energía que derrochamos en irritarnos, y en irritar a los otros, hacia la búsqueda de algunos indispensables consensos que demanda la convivencia en sociedad.
François Bégaudeu es docente y escribió el libro que inspiró la película de Cantet, en algunas de cuyas experiencias se basa, pero lo más interesante es que aceptó el desafío de protagonizarla haciendo casi de él mismo, un profesor amplio y audaz que se carga sobre sus espaldas un bravo alumnado multiétnico en un colegio de un barrio marginal de París. Lo más rico es la frescura con que se desarrollan las tensiones y contradicciones psicológicas, culturales y educativas que acechan y se entrecruzan entre los jóvenes entre sí, con el maestro y viceversa y, a su vez, las repercusiones que provoca en el tribunal de disciplina de la escuela, integrado por el cuerpo de docentes y los directivos, que fluctúan entre las rigideces de sus propias normas e hipócritas poses de supuesto liberalismo.
* * *
Mientras aquí el discurso político se resiente día tras día (ocultamiento de índices económicos y, ahora también, de salud; interpretación aviesa de leyes y textos constitucionales en provecho propio; agresividad en palabras o hechos hacia quienes piensan distinto, clientelismo desembozado) y la institución escolar colapsa (conflictos gremiales, distritos sin clase, escuelas en pésimas condiciones, empeoramiento de la calidad de la enseñanza), la falta de horizontes, la expansión de la miseria, la circulación creciente de la droga y el endiosamiento constante de la violencia en el cine, la TV y los videojuegos provocan un cóctel explosivo.
No es casual que en este contexto tan inquietante se multipliquen episodios como el de la feroz pelea, con ladrillazos, balas y puntazos, desatada entre dos pandillas de adolescentes dentro de una escuela santiagueña el jueves último, y que en ese caldo de cultivo, lamentablemente, fermente la inseguridad que tanto nos preocupa a todos.
"Nos interesa que los medios ayuden a que la educación, los chicos y los adolescentes se instalen en la agenda pública de la sociedad", exhorta Roxana Morduchowicz, directora del Programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación.
La licenciada Mirta Romay, creadora de la señal educativa Formar y que desarrolla desde hace años contenidos multimedia volcados hacia la educación, se concentra ahora en Tucumán: "Estamos capacitando a una gran masa de agentes sociosanitarios, madres cuidadoras, referentes sociales que trabajan con la infancia, voluntarios en su mayoría sin formación, que hay que profesionalizar, ofreciéndoles recursos culturales". (La negrita es nuestra)
Allí, la pantalla de Canal 10 posibilitará la ampliación del plan que, ojalá, trascienda la elección del 28 de junio. Se dijo ya muchas veces, y hay que repetirlo una y otra vez: sin educación no hay futuro. Pero hay algo peor: sin educación tampoco hay presente.
psirven@lanacion.com.ar
El análisis del film es correcto, nos parece. Pero quedémonos con lo subrayado por nosotros, ya que se relaciona estrechamente con los objetivos finales y la labor del estado y la TV en la educación de nuestros chicos, niños y adolescentes. Me atrevo a una sola afirmación como conclusión final: el mayor fracaso de la TV en nuestro país fue con respecto a su misión en la labor educativa. Me remito a las palabras o a lo escrito por el psiquiatra Enrique Rojas, el gran educador no fue tal. Y si no quedémonos con lo que le dejan hacer a Tinelli.
Nos fuimos un poco del cine y de la película que estamos comentando. Creo que vale la pena incursionar, de vez en cuando, sobre temas que, en última instancia, constituyen los fundamentos de las cuestiones que estamos tratando y abordamos permanentemente en este blog dedicado al análisis y el pensamiento cinematográfico. El cine que pretendemos destacar se asienta, no sólo en lo formal, esto es la estética del encuadre, la planificación, cómo se arma la escena, cómo se enlazan y se entretejen (montaje) para determinar la secuencia, y cómo el desarrollo armónico y rítmico de éstas van configurando, desplegando la historia que el realizador tiene en mente o en un guión, con sus leyes y pautas que también deben ser valorizadas para ver si es coherente con las intenciones semánticas y conceptuales del autor. También nos interesa -y mucho más, a veces-, todo ese caudal de ideas y concepciones que se esconden o se muestran explícitamente, denotan o connotan, en la narración, que forman parte, sin duda, de lo que piensa el director sobre el hombre y el mundo en el que vive, condicionan la naturaleza del film, constituyéndose, junto con lo formal, en la esencia de la obra.
Es notorio que al director de “Entre los muros” le interesan estos asuntos, el adolescente frente a los medios, al avance de la tecnología, y las intenciones, claras o inciertas, de aprovecharlas para su mejor educación o formación. Pero le interesa aún más, aquel adolescente que sufre la inserción en la sociedad francesa, una sociedad no muy sana, incoherente y nihilista frente a sus propias ventajas, pero más frente a los inmigrantes, o sea, a aquellos que por una razón u otra, producto del avance de la Europa sobre los continentes empobrecidos, colonizados y despojados, ven en ese país (Francia) como único espacio para sentirse humano. Quizá se olviden que ese país los condenó, los abandonó y los mutiló en su esencia y sentido de vivir. Toda una paradoja. Y es el sentido último de este film, sin duda.
Héctor Correa
Punta Alta, julio de 2009
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