domingo, 23 de julio de 2017

YO, DANIEL BLAKE. Seguridad social, una dudosa realidad



YO, DANIEL BLAKE



Título original: I, Daniel Blake 
Año: 2016
Duración: 100 min.
País: Reino Unido Reino Unido
Director: Ken Loach 
Guion: Paul Laverty
Música: George Fenton
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Dave Johns, Hayley Squires, Briana Shann, Dylan McKiernan, Kate Rutter, Sharon Percy, Kema Sikazwe, Steven Richens, Amanda Payne 
Productora: BBC / BFI / Sixteen Films

Premios:
    2016: Festival de Cannes: Palma de Oro
    2016: Premios BAFTA: Mejor film británico. 5 nominaciones
    2016: Premios Goya: Nominada a Mejor película europea
    2016: Premios César: Mejor película extranjera
    2016: Premios David di Donatello: Mejor film de la Unión Europea
    2016: Premios del Cine Europeo: 4 nominaciones, incluyendo Mejor película
    2016: Festival de San Sebastián: Premio del público
    2016: British Independent Film Awards (BIFA): Mejor actor. 5 nominaciones






“No acaricies mucho a un círculo porque se volverá un círculo vicioso”
“La cantante calva”
Eugene Ionesco


Dos aspectos de la película. Uno de ellos, quizá el más impactante, la cuestión de la seguridad social en el mundo desarrollado, o mejor dicho, en países como el Reino Unido, está mal, es inhumana, displicente y expulsora. El PAMI y ANSES, ambos de nuestro país, no están lejos de este panorama. Los afiliados y beneficiarios son tratados con indolente corrección, pero los métodos y sistemas, o sea, la lógica de los procedimientos no los benefician. Pero este no es el tema de esta nota, se trata de Daniel Blake, un carpintero de 59 años, con problemas cardíacos, tratando de iniciar los intrincados trámites para una pensión por discapacidad, o bien una ayuda para desempleados. 
El otro aspecto que merece ser mencionado, formal desde el punto de vista narrativo, pero sustancial desde la mirada de la esencia de esta historia destinada a mostrarnos cómo se maltrata y a veces se manda a la muerte a un hombre, como tantos que transitan y pululan por la gran ciudad, en medio de contradicciones y mecanismos legales que evaden o ignoran el riesgo de muerte del individuo con problemas que teóricamente debiera ser ayudado a resolver. El hecho es que la seguridad social no remedia nada. 




Pero para describir esta dura realidad su director, Ken Loach, apela, en cuanto al recurso narrativo, a Ionesco y a Kafka, al menos en las dos primeras partes. En el arranque de la historia, Daniel gira vanamente sobre las dificultades burocráticas, insensatas y absurdas de la supuesta seguridad social; en la segunda el desaliento de las permanentes y continuas dificultades y requisitos empieza a invadir el ánimo del protagonista que ve la solución cada vez más lejos, casi ya inalcanzable. Estas dos partes de la desatinada y kafkiana historia, conforman por sí mismas ejemplares fábulas acerca de la irracionalidad y deshumana condición que muchos sistemas y personajes imprimen a sus acciones frente a la vulnerabilidad de enfermos y afiliados de esos engranajes. Por supuesto, podemos seguir hasta el infinito, con ejemplos de casos reales, y colmar esta historia hasta hacerla el verdadero manual del desaliento y la impotencia. El valor estético y narrativo del film, está en su discreto y medido tratamiento, pero lleno de verosimilitud y realismo, valores frecuentes en el cine de Loach. Otras obras, de su filmografía, han incursionado con mucha valentía y autenticidad, en cuestiones que sobresalen por la inclemencia de las sociedades más evolucionadas del planeta. 
El tratamiento “neorrealista” y directo, no precisamente muy metafórico, de víctimas y protagonistas de hechos desgraciados, trágicos, marcó una forma cinematográfica de contar con crudeza y sin tapujos la realidad de nuestro mundo, en especial el Reino Unido, o la Europa colonialista e imperial. País que fue la cuna del "British Social Realism", también llamado “free cinema”, un movimiento cinematográfico, con realizadores, como Karel Reisz, Tony Richardson, Lindsay Anderson, Joseph Losey, Richard Lester, entre otros, a principios de los años 50 del siglo pasado, que se percató de la artificiosidad y banalidad del cine hecho en Hollywood, y la necesidad de retratar los años de pena y sufrimiento de la post guerra, llenos de ira y violencia. 



Sobre este legado, y en el actual contexto social, cultural y político, Ken Loach hace su cine.  Sus personajes transitan este mundo como pueden y enfrentando instituciones con sus peculiares relaciones humanas que son ni más ni menos producto enfermizo y tragicómico de la decadencia y el disparate social. Las relaciones interpersonales que se entretejen, la solidaridad que a veces emerge, y la desconfianza e ignorancia emocional, configuran hombres y mujeres anónimos, casi siempre, al borde del colapso y las acciones más disparatadas. Es que para Loach no hay salida sobre estas bases político-institucionales, ya que pergeñan una cultura y una psicología individualista donde la salida tiene que ver más con un trágico final que sobre el “happy end” al que nos tiene acostumbrados la gran industria del cine que ha inundado nuestras pantallas, al menos las pocas que quedan.
Por supuesto, el neorrealismo italiano es el padre de este movimiento. Quizá uno de los más importantes de todos los tiempos, De Sica, Rosellini, Visconti, Rossi, y otros directores, crearon verdaderas obras maestras sobre los devastadores efectos que produjeron sobre la sociedad de gran parte del mundo, las monstruosas guerras mundiales del s. XX. Hasta tal punto, que hasta el cine norteamericano alteró conceptual y formalmente su gran industria protectora del sueño americano.
El cine del Reino Unido no fue ajeno a este fenómeno, y “Yo, Daniel Blake” es un fiel reflejo, duro y cruel, tan duro y tan cruel como “Ladrones de bicicletas” o “Roma, ciudad abierta”.

Hector Correa
Punta Alta, julio de 2017