domingo, 11 de enero de 2015

LA TELEVISIÓN ARGENTINA Y LAS VACACIONES. LA ESTRATEGIA MEDIÁTICA DEL MÍNIMO ESFUERZO





Espectáculos 
Domingo 11 de enero de 2015
Entrelíneas
Toda la televisión de vacaciones
Por Marcelo Stiletano | LA NACION

La TV nos recuerda a cada momento que estamos en verano. Por si no llegamos a darnos cuenta después de largas horas en la calle, expuestos al pegajoso contacto con una sensación térmica que se empecina en mantenerse en lo más alto, cada vez que llegamos a casa y encendemos el aparato alguna voz nos dice, palabras más, palabras menos, que estalló el verano.
Pero en verdad ese mensaje debería leerse a la inversa de lo que estamos acostumbrados. La televisión en este caso no emite una consigna desde el interior de la pantalla hacia un supuesto receptor. Habla para adentro. Porque el que está de vacaciones es el propio medio.
Tan acostumbrada está nuestra TV a la autorreferencialidad que ese dato se transformó directamente en el eje de todos sus comportamientos. Esa atracción fatal hacia el ombliguismo es tan irresistible que para quienes hacen televisión en la Argentina no poner el mínimo esfuerzo durante las fiestas de fin de año resulta algo natural. Pensar en lo contrario, además de incomprensible, es casi herético.
Por eso, aplicando otro giro asombroso e inexplicable a las prioridades que deberían regir el comportamiento de un medio masivo sin necesidad de regulaciones escritas, la TV resolvió por decreto que el televidente debe estar al servicio de ella. Y en vez de redoblar esfuerzos para acompañar a quienes están solos y necesitan sobre todo a fin de año la cercanía de quienes se jactan de brindar un servicio público, decidió que era el momento de tomarse vacaciones. Que tiene el derecho, después de un arduo y desgastante esfuerzo anual, de cerrar todas las puertas y dejar la pantalla por largos días en piloto automático. Otro servicio público que cada vez que resulta interpelado por un cliente necesitado de explicaciones entrega por toda respuesta la impersonal voz surgida de una cinta grabada. "Nos comunicaremos a la brevedad", les faltó decir.
Bochorno interminable
El bochorno estuvo lejos de culminar en un "festejo" de Año Nuevo en pantalla con imágenes desgastadas de fuegos artificiales que vaya uno a saber en qué década ya superada se emitieron por primera vez. Un despropósito que quedó todavía más en evidencia ante la elemental comparación, en vivo y en directo, con el despliegue técnico y humano exhibido desde los canales internacionales por emisoras públicas y privadas conscientes del deber elemental que la TV tiene de celebrar la llegada del nuevo año cerca de la gente.
En realidad, lo ocurrido en Año Nuevo fue el inmejorable prólogo para el primer capítulo del libro del año escrito por nuestra televisión. Un volumen que por el despliegue visto en los últimos días tendrá escritas pocas palabras y contará con bastantes espacios en blanco. Porque la mayoría parece no haber regresado aún de sus vacaciones.






En ese papel en blanco sólo aparecen notas borroneadas en idiomas extranjeros. Quizá por primera vez en la historia de nuestra TV de aire asistimos, en el horario central, a una batalla por el rating librada entre los dos canales líderes con dos novelas extranjeras como estandartes. Por el lado de Telefé, la brasileña Rastros de mentiras. Por el lado de El Trece, la turca Las mil y una noches. Tal vez se trate de un nostálgico regreso a aquellos tiempos (décadas atrás) en los que la programación se reforzaba con las series extranjeras más notorias, hoy instaladas en otros espacios. O tal vez sea el resultado de un nuevo cuadro de situación (baja de encendido, cambios de hábitos en los televidentes, nuevas opciones en otras plataformas) que desconcierta a los canales de aire y los deja sin respuestas. O mejor, sin espíritu creativo.
Desde otra mirada, un poco más optimista, podría decirse que esta suerte de apertura al mundo expuesta en el prime time veraniego resulta provechosa. Siempre es bueno aprovechar las buenas lecciones llegadas desde el exterior cuando el ámbito doméstico no tiene demasiado para decir.
Pero en verdad no parece surgir de este cuadro una admisión del poco halagüeño cuadro de situación que afronta la TV local y mucho menos un aprendizaje de los errores. Si faltan reflejos en la pantalla es porque el medio se mueve con demasiada modorra, algo lógico si consideramos el período XL de vacaciones con el que nuestra TV decidió "autopremiarse". Y la demostración más contundente del cuadro la ofrecen hoy los equívocamente llamados canales de noticias, que en verdad deberían modificar su ubicación actual dentro de las tipologías televisivas.
Hoy, esas señales funcionan como grandes muestras de variedad o miscelánea, como si en algún punto anhelaran mimetizarse en esencia y en propósitos con los canales de aire. En la mayoría de ellos el concepto de noticia aparece distorsionado o, por lo menos, mal entendido, dato que queda en evidencia cuando se produce (y de esto hay innumerables ejemplos en las últimas horas) el viraje dramático que viaja sin escalas desde las trágicas calles de París a las burbujeantes playas de la costa atlántica bonaerense.
Y aquí vale de nuevo la comparación. La masacre del semanario Charlie Hebdo ocurrió en la mañana del miércoles último. Esa misma noche, la pantalla de CNN Internacional nos mostraba a uno de sus periodistas estrella, Anderson Cooper, en vivo y desde la calle, a pocos metros del lugar de la tragedia, en diálogo con algunos testigos clave. Se había tomado el primer avión para estar donde la noticia lo exigía ¿Dónde están, en cambio, los expertos en asuntos internacionales de las señales locales de noticias? ¿Qué análisis o evaluaciones del hecho que mantiene en vilo al mundo pueden hacerse sin voces rigurosas y especializadas? En la televisión local, la conjetura o la duda surge después del pronunciamiento más temerario y apresurado sobre cualquier cuestión. Se trate del asunto más delicado de la política internacional o del hecho de la crónica roja doméstica que conmueve en el momento a la opinión pública, y al que se consagran horas y horas de transmisión ininterrumpida.
Lo mismo ocurre cuando la TV, en un arriesgado salto mortal, nos deja llenos de dudas por lo que ocurre en París y cambia la pregunta o la consigna. Ahora hay que recorrer las playas para preguntarles a los que descansan si el verano estimula la infidelidad o llenar la pantalla de consignas francamente incomprensibles, cargados de onomatopeyas o abreviaturas ("Sábado para pile y licuadito", decía uno anteayer). En el más amplio sentido de la palabra, nuestra TV está de vacaciones..

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