domingo, 4 de marzo de 2012

J. EDGAR. EL PODER ORGANIZADO

Película: J. Edgar. Dirección: Clint Eastwood. País: USA. Año: 2011. Duración: 137 min. Interpretación: Leonardo DiCaprio (J. Edgar Hoover), Naomi Watts (Helen Gandy), Armie Hammer  (Clyde Tolson), Josh Lucas (Charles Lindbergh), Ed Westwick (agente Smith), Judi Dench (Annie Hoover), Damon Herriman (Bruno), Jeffrey Donovan (Robert Kennedy), Dermot Mulroney (coronel Schwarzkopf), Denis O’Hare (Albert Osborne). Guión: Dustin Lance Black. Producción: Clint Eastwood, Brian Grazer  y Robert Lorenz. Música: Clint Eastwood. Fotografía: Tom Stern. Montaje: Joel Cox y Gary Roach. Diseño de producción: James J. Murakami. Vestuario: Deborah Hopper. Distribuidora: Warner Bros. Pictures International España. Estreno en USA: 9 Noviembre 2011.







Del análisis formal de esta película, en primera instancia, “El Ciudadano Kane” de Orson Welles quizá sea la obra más influyente en lo que respecta a la estrutura narrativa y a ciertos contenidos relacionados con la cultura, la política, la moral, la ética o los comportamientos de los medios frente al fenómeno J. Edgar Hoover. Durante la guerra fría, y aún permanecen vigentes, muchos países crearon instituciones del estado destinadas a la vigilancia, el control y la intromisión en la vida privada de sus ciudadanos. También tuvieron sus fantasmas, sus actitudes paranoicas y sus agentes preparados mentalmente para llevar a cabo todo tipo de operaciones sobre los hombres, sean estos políticos o no, y sus pensamientos, ideas o formas de pensar “sospechosas” para la presunta seguridad de los habitantes y el poder.

Clint Eastwood disecciona en este film uno de ellos, quizá el más significativo para EE.UU y el mundo entero. Su manera de narrar los aspectos más oscuros de su vida y poner el acento en la permanente interacción vida privada-hombre público, moral-ética y concepciones ideológicas, traducidas formalmente en un continuo devenir espacio-temporal de imágenes y escenas de su niñez; su peculiar relación con una madre castradora, y, como ineludible consecuencia, la incidencia de todo en la formación de la mayor y más poderosa organización policial y represora de toda la historia de la humanidad, convierte este biopic en una cabal síntesis de la cultura norteamericana.



Dustin Lance Black, el guionista, hijo de una familia mormona, muy interesado por la problemática gay en Estados Unidos, había recibido un premio (Oscar) al mejor guión original por el film “Milk” (sobre la biografía de Hervey Milk) dirigido por el director Guy Van Sant, que más que una biografía sobre un candidato a alcalde es un verdadero examen de la cuestión gay en ese país. Lo que explicaría el tratamiento dado a Hoover y sus allegados o amigos por Eastwood en esta película. El guión es una pintura de la madre castradora, el amigo leal de condición homosexual, su personalidad tremendamente contradictoria, su mirada crítica brutal e implacable sobre la hipocresía, y su afán mesiánico contra la irrupción de lo extranjero y bárbaro a sus ojos, que con el uso pragmático e iconoclasta del poder represor con una increíble cuota de imaginación y total carencia de escrúpulos, lo convierten en un personaje rico y profundo, desaliñado e impío, síntesis y concentrador de las transformaciones más profundas de los métodos investigativos del FBI, y su influencia sobre la sociedad toda.



Sobre estos temas, incluido por supuesto el FBI, las razones de la contradictoria y perversa por momentos, personalidad de Hoover, Hollywood ha hecho muchos films. Podríamos decir que el cine negro, producto de la novela negra, ha tocado en cada obra algún rasgo de este perfil severo y sombrío. Si analizáramos las narraciones de Carroll John Daly, Dashield Hammet, Raymond Chandler, Ross McDonald, James M. Cain, Jim Thompson, o James Hadley Chase, cada personaje, cada héroe o mafioso, cada investigador privado o policía, llevan o nos llevan hacia J. Edgar. Más, podríamos decir que la historia del FBI es la historia de la novela policial negra y, como consecuencia, del cine negro.

El otro aspecto, que hace de este film muy interesante es la forma que eligieron para contar este biopic. Orson Welles inicia “El Ciudadano” cuando una palabra que pronuncia Kane “rosebud” dispara una investigación sobre la vida de uno de los magnates (William Randolph Hearst) más sombríos de EE.UU. La investigación recoge varias versiones del mismo personaje y de los mismos hechos haciendo avanzar el cuento por diversos niveles y caminos de la historia misma del país. En J. Edgar, creador del FBI, Hoover va narrando distintos aspectos de su biografía a distintos escribas, contando desde varios y distintos ángulos interesantes acontecimientos de la historia norteamericana y de su propia tenebrosa psicología. Ambos, tanto Hoover como Kane confluyen en demostrar que los fundamentos de sus absurdas vidas tienen en sus madres y padres razones insoslayables.



El guión, como la historia, contempla varios planos, todos centrados en el protagonista. Primero ¿cómo contar esta biografía? El recurso es que Hoover vuelca, no todo, pero al menos muchas aristas conflictivas, a periodistas. No importa quienes son ellos. Las imágenes remplazan la escritura en un ir y venir temporal y espacial que, suponemos, va plasmándose en el papel. Segundo, el devenir histórico del relato, de ser, el propio J. Edgar, un mero e ignoto soplón sumido en una biblioteca importante, a ser el creador de la mayor organización con características policiales y anticomunistas del mundo. Y tercero, la psicología de este personaje, su homosexualidad, su extraña y perversa relación con su madre, su amigo gay de toda su trayectoria -ambos son mostrados ancianos por Eastwood-, y su otra increíble e inverosímil correspondencia con la que se constituye en secretaria y guardadora de los más tenebrosos secretos de estado, de sus participantes y de sus miserias.

Ya, en otros films, como “Río Místico”, “Gran Torino” o “Banderas de nuestros padres”, estos planos se vislumbran con más claridad y transparencia, constituyen tópicos que se van repitiendo, con originalidad y creatividad, y perfilan un cine de una calidad formal y conceptual, que orillan una obra distinta, de hondas raíces políticas, sociales y antropológicas que, sin duda, apuntan a advertir y desmenuzar los peligros de una sociedad enferma y descontrolada como es la norteamericana.

Héctor Correa
Punta Alta, marzo de 2012


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