martes, 27 de diciembre de 2011

OPINIÓN. LEJOS DE LAS SALAS


Panorama del cine argentino 2011

Lejos de las salas

Las cifras de espectadores de películas con distintas aspiraciones no fueron satisfactorias, pese a que el porcentaje del mercado se mantuvo. Y la respuesta a la invasión de los tanques hollywoodenses parece ser concentrarse en el Sistema de Televisión Digital.

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La ultraindependiente El estudiante fue vista por 20.000 personas.

Por Horacio Bernades

¿Cine en el cine o cine en TV? Esa parece ser la opción que enfrenta, al día de hoy, el cine argentino. Víctima de la hiperconcentración cinematográfica, que –tal como recordó Luciano Monteagudo días atrás, en estas mismas páginas– no hace más que agudizarse año a año, el cine argentino se ve tan marginado de los grandes circuitos (o incluso dentro de ellos) como el cine independiente de todo el mundo. Y no parece haber medida de control o impuestos capaces de frenar la carga de los grandes tanques. Empujadas por la más pura lógica de conquista, las megaproducciones de Hollywood se lanzan cada vez con más copias, de modo de “tapar” las bocas de salida. Este año, las nuevas entregas de Piratas del Caribe, Harry Potter o Crepúsculo lograron superar con creces la barrera de las 300 copias por título, y nada indica que el año próximo ese listón vaya a correrse para atrás. Todo lo contrario. Esto es como el Monopoly: el que más tiene, más crece.
¿Qué le queda al cine argentino dentro de este panorama de hiperconcentración? Por lo visto, achicarse. Literalmente: al día de hoy, todos los cañones oficiales parecen apuntados no hacia la pantalla grande, sino a la de la televisión. Más precisamente, al Sistema de Televisión Digital, niña bonita que, según muchos, nubla la vista del cine argentino. Los números siguen sin cerrar. Aunque no se haya perdido porcentaje de mercado (la porción que le toca al cine argentino se mantiene en alrededor del 12 por ciento del total de la torta), la palabra “industria” sigue pareciendo excesiva, en relación con una dinámica económica que anda a los ponchazos. Los productores argumentan que no puede haber una verdadera industria cinematográfica si no se estimula la inversión. Y la inversión no se estimula si las fuentes de financiación se reducen a los dineros oficiales y los que con esfuerzo y saliva puede obtener cada productor en el exterior, proveniente de fundaciones de apoyo al cine o productoras privadas.
A diferencia de cinematografías como la francesa, la española y hasta la brasileña, el cine argentino no cuenta con el respaldo de un sistema que estimule la financiación privada local, vía apoyos oficiales o exenciones impositivas. Como además los plazos en los que se liquidan los subsidios oficiales se estiran cada vez más (uno de los temas que más rispideces vienen generando en los distintos sectores de la industria), al productor mediano se le hace cada vez menos estimulante embarcarse en algo de por sí largo y trabajoso como es montar una película.

¿Industria para quiénes?

El resultado de esta falta de estímulo es que se produce poco y nada. Poco y nada que tenga una mínima ambición industrial, al menos: si se revisa con lupa, se verificará que del largo centenar de películas estrenadas en el año que las autoridades del Incaa suelen consignar, a los estrenos producidos sólo en una o dos plazas del interior se les suma una enorme cantidad de películas de dimensiones entre pequeñas e infinitesimales, que se estrenan en una, dos o cuatro salas de Capital. Muchos de los productores que han estado detrás de las películas más significativas hechas aquí en los últimos lustros sostienen que –debido a una suerte de perversión estructural, asociada con la recuperación económica que el mero hecho de estrenar permite– el sistema termina favoreciendo a la clase de productos con los que ninguna industria se sostiene (pequeños documentales de coyuntura, films de ficción hechos con dos pesos y ningún talento, películas “palanqueadas” por gestores y abogados bien relacionados) y perjudicando la clase de producciones que hicieron del cine argentino del 2000 para acá lo que llegó a ser, aquí y en el exterior.
Quienes deberían motorizar la industria preguntan qué pasa que empresas claves del medio, como BD Cine (productora de El abrazo partido, Por tu culpa y Dos hermanos, entre otras), Rizoma (Los guantes mágicos, Whisky, El custodio) y hasta la propia Patagonik (El aura, Un novio para mi mujer, Igualita a mí), que produjeron poco o nada en el curso del año. Qué pasa que muchos de los realizadores que hicieron el Nuevo Cine Argentino (Lucrecia Martel, Martín Rejtman, Lisandro Alonso), además de talentos posteriores (Damián Szifron, Ezequiel Acuña, Juan Taratuto) y anteriores (Adolfo Aristarain) están “parados”. Que las películas que antes llevaban dos millones de espectadores ahora no llegan al millón, las de un millón, menos de quinientos mil y así sucesivamente. El argentino sigue siendo un cine de exitosos fracasados: son tan poco satisfactorias las cifras de una película de aspiración masiva, como Viudas, como las de una comedia llevadera como Medianeras o las de una comedia dramática tan accesible como Un amor o un premiado film de género popular, como el western criollo Aballay.
Sí puede considerarse bueno, en cambio, el rendimiento del pequeño film de terror Sudor frío (atención con el género ahí) o la notable comedia popular cordobesa De caravana (ver opinión), así como los más de veinte mil espectadores que El estudiante llevó hasta ahora en todo el país (ver también), y los quince mil que la premiadísima Las acacias convocó en un mes de exhibiciones.

Cine comprimido

“Que haya un Instituto de Cine y otro de televisión, y que cada uno cuente con fondos y administración propia”, habrían sugerido, en meses recientes, algunos de los nombres más encumbrados del cine argentino, inquietos por lo que consideran desvío de la atención (y de parte de los fondos, también) hacia el Sistema de Televisión Digital. Dotado de un generoso presupuesto, éste abre un futuro lleno de pantallas: la estimación es que de aquí a un año se inaugure de a un canal por mes. A proveer esas bocas de salida con contenidos apuntan los concursos a los que el Incaa convocó un año atrás, destinados a generar treinta series de ficción y cuarenta documentales. “Está buenísimo que se generen todas esas fuentes de trabajo”, sostiene un importante “jugador” del medio cinematográfico. “El problema es si para atender toda esa producción televisiva se desatiende la destinada a las salas. No debería tratarse de una cosa u otra, sino de ambas.”
A pesar de todo ello y gracias al cóctel de voluntarismo, empuje, talento y espíritu emprendedor consustancial al ADN nacional, se sigue produciendo aquí un cine variado, renovado y de calidad. Películas tan diversas como El estudiante, De caravana, Hachazos, Las acacias, Medianeras, Aballay, Fase 7 y varias otras lo demuestran. La chorrera de premios obtenida por Las acacias, El estudiante y Abrir puertas y ventanas (se estrena en mayo de 2012) en varios de los más importantes festivales internacionales –desde Cannes a Mar del Plata, pasando por San Sebastián, Locarno y Toronto– sirve para recordar también que no es éste un cine de cabotaje. Todo lo contrario, lo que se hace aquí está en plena sintonía con el mundo. Lo que a veces falla es, en tal caso, la sintonía fina con el espectador propio, con los circuitos de exhibición (que en más de una ocasión siguen expulsando cine argentino, para hacerle lugar al tanque que viene) y con las políticas de fomento, que en ocasiones parecerían fomentar menos de lo que deberían.
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