sábado, 22 de agosto de 2009

CACHÉ. IMAGEN Y VIOLENCIA




Dirección y guión: Michael Haneke. Países: Francia, Austria, Alemania e Italia. Año: 2005. Duración: 115 min. Interpretación: Daniel Auteuil (Georges), Juliette Binoche (Anne), Maurice Bénichou (Majid), Annie Girardot (Madre de Georges), Lester Makedonsky (Pierrot), Bernard Le Coq (Editor), Walid Afkir (Hijo de Majid), Daniel Duval (Pierre), Nathalie Richard (Mathilde), Denis Podalydès (Yvon), Aissa Maiga (Chantal). Producción: Margaret Menegoz y Veit Heiduschka. Fotografía: Christian Berger. Montaje: Michael Hudecek y Nadine Muse. Diseño de producción: Emmanuel De Chauvigny y Christoph Kanter. Vestuario: Lisy Christl.



La filmografía de Michael Haneke:

1. Der siebente Kontinent (The Seventh Continent) (El séptimo continente, 1989)
2. Benny's Video (1992)
3. 71 Fragmente einer Chronologie des Zufalls (71 Fragments of a Chronology of a Chance, 1994)
4. Das Schloß (The Castle, 1997)
5. Funny Games (1997)
6. Code inconnu: Récit incomplet de divers voyages (Code Unknown) (Código desconocido, 2000)
7. La profesora de piano (2001)
8. Le Temps du loup (Time of the Wolf) (Tiempo de lobos, 2003)
9. Caché, escondido (2005)
10. The White Ribbon (2008)

Un “caché” es un sistema especial de almacenamiento de alta velocidad, o memoria, en términos informáticos. Almacenar significa guardar para luego usar según los requerimientos del sistema. En este caso, el film no alude precisamente a un elemento de la computación, más bien se refiere a la memoria del protagonista (Georges), y se extiende sin duda a la memoria histórica de los pueblos, quizá lo más importante e interesante del film. Y aquí cabe una breve reflexión al respecto. Un incidente de la niñez de Georges provoca todo un proceso en el que se mezclan una familia de la burguesía francesa, un niño argelino, cuestiones étnicas, elementos de la iconografía social, representaciones oníricas, soportes diversos de los medios de comunicación, y una crisis matrimonial honda, profunda, teñida de la hipocresía propia de las clases medias y altas de la Europa de siempre. ¿Adónde apunta el director con todos estos recursos? A tratar de dilucidar la ruptura ético-social del hombre, un problema muy nuestro, sin duda.



Párrafo aparte es la consideración especial acerca de las nuevas redes de comunicación vía web, soporte magnético, óptico o digital, etc., todos haciendo su aporte en este terrible y descarnado mundo de los mass-media, donde el hombre lucha contra su soledad y su destino incierto.

La imagen como portadora de violencia es un aspecto de su tratamiento que pocos autores se atrevieron a abordar. Haneke, en este film, así como en otros también, lo hace de una manera bien clara y contundente. En realidad el eje de toda su temática es la violencia en el mundo, en la sociedad occidental, en el medio laboral, en las calles, en la escuela, y lo más tremendo en el seno de la familia. La mentira y la hipocresía, las falsas posturas, las relaciones ambiguas, etc., potenciadas por palabras e imágenes destinadas a acrecentar y alentar estas actitudes, se constituyen en los principales factores generadores de la ira y la furia que destilan las acciones del hombre en todos los aspectos y ámbitos.



Pero aquí, entra a jugar un elemento, que nuestra sociedad y los operadores de los medios no han previsto. Se trata de la manipulación de las imágenes indiscriminadamente, sin criterio alguno, y sin advertir las consecuencias que sobre la población, en especial el niño, pueden producir. Los normas y las disposiciones comerciales que dominan cualquier medio o emprendimiento son muy poderosas en este mundo. En Haneke las imágenes, independientes del soporte en el cual vayan, son portadoras de una violencia casi intrínseca. No podemos eludir el comienzo del film. Una cámara fija sobre un casa, como un ojo imperturbable, pero dotado de un objetivo turbulento y perverso. Se nos ocurre que la intención de director es provocar ese sentimiento de impotencia, ira y desesperanza, ante algo imposible ya de manejar y que al hombre actual se le está escapando de las manos. En realidad no se trata de enjuiciar la imagen como perversa en sí, se trata de comprender que nosotros hemos usado esta herramienta de la comunicación humana no precisamente para los mejores fines en muchos casos.




Otros realizadores han querido encarar otra postura sobre la violencia y han usado el cine para mostrarla como categórica e irreductible. Kubrick y Peckinpah han construido una estructura narrativa donde se visualiza la infamia, la crueldad y el exceso en ciertos contextos donde el hombre lucha y se endurece para sobrevivir. Sus films destilan furia, contenida, reprimida, para luego repentinamente desplegarse ante los ojos del espectador como huracanes incontrolables y destructivos, arrasando a su paso con todo, hombres y mujeres.




La semántica de la violencia de Haneke surge de la sociedad misma, el hombre es producto de una sociedad furiosa y cruel, los medios son instrumentos que esparcen brutalidad sin sentido y sin conciencia, la virulencia y la tensión conforman un estado del hombre ya natural y asumido sin resistencia alguna.



Por supuesto, en cuanto a la forma del film, no sólo hay un tratamiento de la imagen y los medios, donde ciertos planos, movimientos de cámara, color y música, se instalan en función de esta concepción, sino que además va más allá de la organización narrativa convencional, para internarse en la dimensión de la conciencia del narrador que toma partido y observa, junto con la cámara, cómo el desorden propio de la ferocidad va apoderándose de los personajes y la historia. Nos recuerda, y Haneke es perfectamente consciente de ello, al Antonioni de “Blow Up”, aquel film donde el protagonista también descubre un mundo de virulencia y crueldad (un asesinato) a través de una cámara fotográfica.





No deja de lado tampoco, una cuestión de suma actualidad y tormento para la sociedad de la Europa actual y de siempre, en especial para aquellas capas sociales altas donde ciertas etnias (del norte de África) se transformaron en una pesadilla irreversible. Todo ese contexto socio-cultural conforma para Haneke un estado de agresión en apariencia gratuito y arbitrario, aunque con profundas raíces en la historia, que lo hace esencia y razón de las mayores brutalidades de la humanidad. Su film “71 Fragments of a Chronology of a Chance” hecho en 1994 constituye un relato curioso y a la vez monstruoso de un brutal asesinato múltiple en un Banco austríaco en el que un cajero no le dio cambio a un hombre joven para poder cargar nafta. Lo interesante es como fue construyendo la historia, hecha de pequeños fragmentos de actos e incidentes, de la guerra en Bosnia, la guerra civil en Somalia, el conflicto en el sur de Líbano, el movimiento guerrillero en Turquía, e imágenes de Michael Jackson, tan desquiciadas como las otras, y por último la injusta y agresiva historia de un chico rumano que ingresa ilegalmente a Austria. Todo conforma una concepción de ese continente y del cine que lo hace a Michael Haneke, un director muy rico y profundo.



Si bien esta película, “Caché”, pone el acento en los medios y en las imágenes como soporte para describir o más bien hacer visible la naturaleza distorsionada del estilo de vida de un sector, en realidad su objetivo se enmarca en la abusiva, agresiva y furiosa sociedad industrializada del viejo continente. Un continente decadente y atrapado en un pasado salvaje y virulento, de excesos y despojos a etnias y países de América, África y Asia.

No podemos dejar de mencionar la experiencia kafkiana en este film del austríaco. Kafka, el escritor austro-checo-alemán, cuya obra (fue autor de tres novelas -El proceso, El castillo y América y una novela corta, La metamorfosis-), no hay duda que impactó en este film por varias razones, entre ellas porque indaga en la locura del mundo, porque el hombre está solo y no entiende, y porque le resulta imposible penetrar en las organizaciones que el mismo ha creado para constituirse en vallas poderosas y omnipresentes, lo que le provoca una angustia infinita y un pánico irracional.

Acerca de la violencia en sí, como experiencia y producto del hombre alienado, habría mucho más que decir en la obra de Haneke. Como decíamos más arriba el atroz fenómeno de la crueldad humana en la sociedad contemporánea cruza como un eje esencial todos sus films, y se destaca en sus imágenes e historias, como denuncia y como advertencia sobre el futuro, el nuestro y el de todos.

Héctor Correa
Punta Alta, agosto de 2009

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