miércoles, 5 de noviembre de 2008

CAPOTE




Dirigida por Bennett Miller (42 años), en 2006, relata desde un punto de vista interesante cómo Truman Capote (1924-1984) construye una de las obras de la literatura norteamericana más significativas de los últimos tiempos. La afectación del personaje, trabajado por Philip Seymour Hoffman, quizá cargue demasiado el perfil psico-sexual del escritor, pero no llega a desmerecer la utilización de un ángulo narrativo original y provocativo para desarrollar una historia centrada en las angustias, dudas y artimañas de Capote para lograr escribir una obra sobre uno de los crímenes más traumáticos de los EE.UU.

El guión de Dan Futterman, construido a partir de la novela de Gerald Clarke, centra la atención del espectador en dos aspectos: la forma narrativa utilizada – de la que cree ser el creador-, por Capote (novela no ficticia, novela-periodismo, etc.) y las aristas freudianas de la relación que entabla con uno de los asesinos.

Poco sabemos –en el film- de Truman Streckfus Persons, el verdadero nombre de Capote. Casi no importa para Miller incursionar en la personalidad retorcida, controvertida y enfermiza del escritor, pero dos cosas resaltan: su tremenda inescrupulosidad y la necesidad de canalizar literariamente su obscuro pasado y su traumática niñez. Por qué eligió este camino para hablar de un múltiple asesinato y de una notable novela como es A sangre fría (In Cold Blood), quizá sea el punto a dilucidar.

Los costados ético-morales que se van perfilando, a medida que se desarrolla la historia, en torno de los métodos utilizados para la investigación del asesinato de una familia entera en el estado de Kansas, asesinato que va a desembocar en la creación de una obra maestra de la narrativa norteamericana, es otro de los puntos que el director va incorporando muy sutilmente, y nos va introduciendo en un asunto muy polémico y en un tema harto significativo que atañe a la naturaleza del proceso creativo y al tratamiento de hechos reales en el orden ficcional puramente narrativo. Otra pregunta nos podemos hacer alrededor de esta cuestión y se relaciona con los motivos del realizador-creador ¿Hasta dónde llega la ficción y hasta dónde se confunde con la realidad de los hechos? La cuestión de la verosimilitud o la inverosimilitud, tratado muchas veces por los grandes teóricos de la literatura y la filosofía desde Aristóteles en adelante, pasando por los grandes maestros de la narración –Shakespeare y Cervantes-, y en la actualidad tema de discusión a partir del valor de la imagen como elemento esencial y sustancial del arte cinematográfico, se ubica en este film como el argumento por excelencia más allá de los detalles escabrosos y cruentos de la historia en sí. Hasta tal punto es así que los hechos y las causas pasan a segundo plano deteniéndose el director en la personalidad de Capote y en los distintos aspectos de la psicología del personaje que determinan el desarrollo y la evolución del relato, que por otros caminos incursionan sobre cómo se va escribiendo, los distintos conflictos interiores del autor y su particular y enfermiza comunicatividad –o manipulación- cuyo fin es la creación literaria como objetivo último y absoluto.

La película, esta película en sí no es una obra maestra. Lo que sí es una obra peculiar, magistralmente narrada, es el libro. Sobre los asesinatos se han hecho otros films. Richard Brooks, director norteamericano, escribió y dirigió con mucha calidad In cold blood en 1967, dos años después de que Capote publicara su polémica obra. Otras versiones aparecieron con posterioridad, pero ninguna con la solvencia artesanal de la de Brooks, donde logra transmitir con minuciosidad los detalles de los crímenes y la investigación que vuelca con maestría Capote. Incluso, se interna en la eterna discusión acerca de la pena de muerte que otros autores como el polaco Kieslowski en No matarás trata desde una óptica moral y religiosa también con sumo detalle.

Sobre este tan profundo y complejo tema, Capote no incursiona mucho. En algún momento del film, se roza, y sin tomar una posición firme o directa, Miller trata de trasmitir una visión humanista pero inevitable a la hora de conceptualizar los derechos del hombre sobre la vida de los otros hombres. La justicia, como elemento narrativo no es importante en esta obra, menos los vericuetos que traen aparejados cualquier tratamiento como la pena de muerte. Una cosa es importante señalar, y es la presencia de Harper Lee, una especie de compañera o personaje de poca relevancia narrativa pero de sintomática presencia ya que por esa época publicaba su sensiblera pero interesante novela Matar un Ruiseñor (To kill a mockingbird), acerca de la defensa que hace un abogado blanco de un negro acusado de violación y que a propósito termina con su muerte por obra de la justicia del hombre, blanco por supuesto, en una comunidad sureña. Única obra de esta escritora –también llevada al cine-, que retrata el sur profundo y sus injusticias raciales en los EE.UU. Su figura en el film nos transporta hacia una dimensión humana, que, por contraste no se percibe en el personaje principal. Un recurso narrativo que atempera la deshumanización de la creación, alejada, según este realizador, de los avatares éticos-morales a la hora de desmembrar y relatar hechos aberrantes, tal como cierta concepción sobre el periodismo nos quiere hacer creer.

En este contexto el film es rico y jugoso. Sus personajes, cercanos o no desde el punto de vista biográfico, a la realidad, son sustanciosos, y la visión acerca del método narrativo empleado, que trata minuciosamente de describir, es uno de los costados más relevantes, en esta película que incursiona en la violencia como tema y como recurso técnico, hoy tan de moda.

Héctor Correa.

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